CRÍTICA

Les Arts entremezcla Cendrillon

11/02/2023 - 
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía, 9 febrero 2023
Mix de opereta de salón. Cendrillón y otras
Música, Pauline Viardot y otros
Libreto, Pauline Viardot, Anselmo Alonso-Soriano y otros
Dirección musical, y pianista Ignacio Aparisi
Dirección escénica, Joan Font
Cendrillon,
Rosa Dávila. Hada madrina, Pilar Garrido
Armelinde, Mariana Sofía. Maguelonne, Iria Goti
Barón de Pictordu, Marcelo Solís. Príncipe Charmant, Álvaro Diana
Comte Barigoule, Maximiliano Spósito

VALÈNCIA. Llenazo en la sala Martín i Soler del coliseo del Turia, -y con mucha gente joven-, para la anunciada Cendrillon de Viardot, que resulto ser la opereta de la francesa de 1904, con partes habladas modificadas en castellano, y trufada con músicas ajenas a la trama y al estilo, de Yradier, Selva y Torre, Schumann, Alcázar, Viladomat, Penella, Chueca, Fernández-Caballero, y Valverde, en forma de cuplé, y canción tradicional española. La desafortunada moda de pervertir obras líricas, llega de nuevo a Les Arts, tras los viciados Requiem de Mozart y Doña Francisquita, vividos hace poco para olvidar, y ejemplos de lo que no se puede hacer sin faltar al respeto a sus autores.

Ya con 83 años, 5 antes de su muerte, la sorprendente señora Viardot, hija del polifacético compositor sevillano Manuel García, había acumulado muchas vivencias, la mayor parte entre los círculos musicales más selectos de la capital francesa. Y mientras Puccini estrenaba su Madama Butterfly en La Scala de Milán, la sala principal del palacete en París de su amiga Mathilde Das Nogueiras abría las puertas a los alumnos de Pauline Viardot para la primera interpretación de su quinta y última obra lírica, Cendrillon.

Y es que la autora, tras una vida de trabajo en el mundo de la música, pianista, cantante de ópera, compositora, mujer extravagante, de cultura refinada, gran personalidad, y de grandes relaciones sociales, dedicó la última parte de su existencia a la enseñanza del arte canoro, gracias a tantas experiencias acumuladas propias, de sus padres, y de sus hermanos, entre los que se encuentra la gran María Malibran, para ofrecer su música agradable de espíritu jovial y epicúreo.

Centro de perfeccionamiento

Llena de guiños al estilo belcantista italiano, y con una vivacidad pasmosa, la obra, escrita para piano, fluye fácil y cómica, construida con innegable gusto melódico, y exenta de profundidad y de emoción dramática, sobre el cuento de Perrault, La Cenicienta.  Era consciente la autora, -que fue afamada mezzo soprano-, de lo adecuado de esa música y letra para jóvenes cantantes que quieren hacer carrera. Y también lo es Les Arts, pues muy acertadamente presenta el espectáculo, ofrecido, en su mayoría, por alumnos del Centro de perfeccionamiento de la casa, antes llamado Plácido Domingo

Inspirados en el insigne madrileño, o quizá en la Malibran, el caso es que el resultado artístico de los solistas fue muy bueno. Hay que destacar a la soprano Rosa Dávila, por su papel de Cendrillon bien construido, serio y creíble. Y también por su voz dulce y musical de textura aterciopelada, color aflautado y cuerpo equilibrado, hasta el momento del vibrato desaliñado. Demostró saber hacer buen uso de los resonadores, igual que su pareja en el cuento, el Príncipe Charmant, Álvaro Diana, realmente encantador por presencia y pericia, aunque en este invento se le presenta como Príncipe guapete.

Nada aporta este innecesario adjetivo que roza lo ridículo. Y quizá por eso, el tenor quiso dejar bien claro desde el principio que sí venía a aportar: su voz franca y bien colocada, de buen cuerpo y timbre fresco de cierto bronce baritonal; su musicalidad; y su técnica bien asentada. En su dúo con la Cenicienta ¡C’est moi, ne craignez rien!, expuso, falto de cierta expresividad y matiz, sus habilidades para una media voz de ensueño, como es su propio futuro. 

El Hada madrina fue Pilar Garrido, soprano de buenas dotes para la coloratura, timbre limpio inducido al brillo, de agudo generoso y descuidada dicción. Su acertada colocación, le facilita buena emisión, y poder realizar un interesante canto de frases ligadas. También destacaron por su especial musicalidad las hermanas feas del cuento Armelinde, la mezzo Mariana Sofía, y Maguelonne, la soprano Iria Goti. Supieron, en una cómica interpretación sobre las tablas, demostrar la solvencia de sus voces, construyendo deliciosos y perfectos pasajes de conjunto. La mezzo, de canto cuidado, se asienta ya sobre una sólida voz; y la soprano supo articular la estridencia de su timbre para dar carácter a su personaje. 

Enorme profesionalidad aportaron también, tanto el barítono Marcelo Solís en su papel de Barón de Pictordu, como el tenor Maximiliano Spósito en el de Comte Barigoule. Solís, con gran musicalidad, desplegó un canto de buena línea. Con voz equilibrada y de buen impacto, mostró buen volumen, armónicos fluyendo y timbre claro, demostrando andar hacia un canto de adecuada proyección. Su resolución en el escenario es muy interesante, incluso vistiendo en saragüell para su canción en la huerta valenciana. 

Pero para gracia y salero, el tenor Spósito, que recaudó los primeros aplausos de la tarde por su voz de estilo y gusto clásico, y buena confección de frases. Con su agudo en construcción, parece que haya nacido cantando sobre un escenario. ¡Vaya lección de tablas en derroche de comicidad y picardía, vaya expresión con el gesto, y vaya con su saber estar para la declamación cantada! 

Los cantantes fueron dirigidos y acompañados por el también joven, y experimentado pianista Ignacio Aparisi. Muy implicado con la fineza en los momentos de la Viardot, y muy descriptivo en los otros, llevó el peso del espectáculo de forma controlada y segura, colaborando en lo teatral, y demostrando grandes recursos para el encuentro con los solistas. 

La idea escénica de Joan Font es adecuada, inteligente, colorista, y graciosa, pero es desarreglada en los ritmos, presentándose continuamente situaciones interrumpidas, que ni el ajeno texto introducido ni, -por supuesto-, las canciones extrañas que trufan la opereta, contribuyen a enderezar. Así, no hubo fluidez ni unidad, ni en el texto ni en la música, asunto clave del malogro dramatúrgico que se vivió ayer en el coliseo del Turia

Opereta corta, óperas cortas

Alguien, equivocadamente, dijo: “traigan un alargador”. Y por eso, no ha sido posible escuchar Cendrillon de Pauline Viardot como Dios la trajo al mundo, y como quiso su autora. Al menos el espectador puede hacerse una idea. Pero en cualquier caso es asunto de fácil solución, ya que basta querer, para en el futuro ser programada junto a otra obra lírica corta, como tántas que existen, de Puccini, Menotti, Bernstein…, o de su propio padre Manuel García, merecedoras muchas de ellas, de dar el salto de sala.

La compositora parisina, estaría descontenta con lo que se vio ayer en Les Arts. ¡Su Cenicienta con la Tarara, la canción del plumerito, la del cigarrito a medias, y la de raconet de l’horta! No quiero ni pensar de cuál de los cinco idiomas que dominaba, la Viardot, -esa dama que tocaba dúos al piano con Chopin-, extraería los calificativos para el torpe show que disfrazó su Cenicienta entremezclada. Quizá de los cinco.

Sí; hace bien Les Arts en ir al rescate de los históricos olvidados, y por atreverse con producciones propias, para mostrarlas aquí y alrededor. Y también hay que aplaudir que las músicas sean distintas trayendo momentos zarzueleros y cuplés. Pero no es un acierto mezclarlas para desconfigurar. Solo la falta de imaginación justifica alargar las obras artificiosa y caprichosamente con trufados que las desvirtúan. Las operetas y óperas cortas son así porque sus autores las quisieron así: cortas. 

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