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Linda Boström arremete contra la terapia electroconvulsiva en su libro 'Niña de octubre'

La escritora sueca, cuya vida íntima fue revelada impúdicamente por su ex marido, Karl Ove Knausgård, se reivindica como una autora con voz propia

13/07/2022 - 

VALÈNCIA. En la región de Västerbotten, donde nació y se crió el padre de Linda Boström Knausgård (Estocolmo, 1972), a la enfermedad que a ambos aquejaba la llamaban el mal del rayo de sol. El trastorno bipolar fue primero una sombra ominosa en la infancia de la escritora y poeta sueca, personificada en los brotes coléricos de su progenitor. En la veintena pasó a convertirse en los claroscuros de su propia realidad tras serle diagnosticada la dolencia. 

De sus episodios de euforia alternados con la depresión, de su zozobra creativa y de la terapia de electroche a la que fue sometida dio cuenta de manera impúdica su ex marido, Karl Ove Knausgård, en la sexta y última entrega de su proyecto autobiográfico Mi lucha. En un ejercicio de honestidad radical, el considerado mejor escritor noruego desde Henrik Ibsen se dedicó a ventilar en público la fragilidad mental de la madre de sus primeros cuatro hijos.

Ahora, guarecida en el género de la autoficción, Linda se resarce de aquel exhibicionismo y toma las riendas del relato de su propia liza en Niña de octubre (Gatopardo Ediciones, 2022).

En contraste con la manera de narrar de su ex marido, minuciosa y redundante, la autora se sirve en su libro de frases cortas e incisivas, estampas sencillas de un calado emocional profundo para referir el apogeo y el ocaso de su matrimonio. Su protagonista también se llama Linda, pero al que fuera su esposo no le adjudica un nombre. Espolvoreadas en el libro hay evocaciones, preguntas y reproches a un interlocutor al que interpela directamente.

Una sola frase contiene toda la belleza y los buenos augurios de una relación de pareja: “En aquel apartamento espléndido mezclamos nuestros libros en nuestra estantería por primera vez”. Esa puesta en común de tomos preludia un idilio de prendas de vestir, inquietudes y anhelos. De igual forma que una oración posterior contiene toda la tristeza y la vulgaridad de la ruptura: “nuestro amor se transformó en un jersey que pica del que había que deshacerse”. 

Su novela está puntuada de semblanzas gráficas del pasado compartido por el dúo de escritores, como también detalla, dolorosamente, los periodos intermitentes que pasó recluida en un pabellón psiquiátrico entre 2013 y 2017. 

La purga pormenorizada de Karl Ove se convierte en la concisa novela de Linda en un flujo de conciencia febril y poético. En apenas 176 páginas, la autora rinde cuentas con el hombre que le fuera propio y ahora es un extraño, pero, sobre todo, expone sus peros a las instituciones sanitarias de su país y a la ley de cuidados psiquiátricos obligatorios, por la que fue forzada a recibir ciclos de terapia electroconvulsiva (TEC) contra su voluntad.

“Siempre ha habido métodos para corregir a los pacientes. Antes practicaban la lobotomía, el coma insulínico, los baños calientes y fríos. La terapia electroconvulsiva la probaron en Suecia incluso en niños, los padres pobres obtenían un poco de dinero si sus hijos se sometían a este tipo de tratamiento. Se lo practicaban estando despiertos, sin analgésicos. Tal como yo lo veo, hoy en día siguen corriendo un gran riesgo. Los profesionales médicos son conscientes de los efectos secundarios, como la pérdida de memoria. Saben que puede dañar tu cerebro. Si lo piensas, ¿por qué hemos de aplicar electricidad en seres humanos dormidos? ¿Por qué no es importante proteger tus propios recuerdos? Dicen que es efectivo, pero ¿cuánto lo es realmente? Hay muchas personas que dan fe de su pérdida de memoria. ¿Por qué tenemos que corregir a las personas que están enfermas? Existen razones económicas. Reducen el tiempo de estancia de los pacientes en planta. Los médicos no tienen problema en aplicar la electricidad”, se explaya Linda.

En su libro detalla cómo Suecia es el país que más terapias de electrochoque aplica per cápita en todo el mundo. En varios estados de Estados Unidos, en Holanda y en Alemania afirma que apenas se utiliza, en Italia está prohibida, mientras que en los países nórdicos y los anglosajones es muy valorada. La escritora lo achaca a dos formas opuestas de apreciar al ser humano. En concreto, sus recuerdos. En suma, su espíritu.

Su administración a seres humanos se remonta a 1938. Después de que el neurólogo italiano Ugo Cerletti comprobara que los cerdos de un matadero se tranquilizaban al recibir descargas eléctricas. Desde aquellos primeros experimentos en pleno auge del fascismo de Mussolini, la terapia electroconvulsiva ha pasado a prolongarse durante segundos y bajo anestesia, pero Linda lo vive como una humillación que le es impuesta a la fuerza y pone en peligro su memoria.

No es la primera vez que la autora expone las simas de su enfermedad mental. En 2006 realizó un documental titulado Yo podría ser la presidenta de los Estados Unidos para la radio pública de Suecia, Sveriges Radio, sobre la pérdida de control, las rondas de medicación, su estancia en el hospital psiquiátrico de Estocolmo Kararinahuset y el regreso a la vida.

“Siempre es bueno hablar de dolencias tanto físicas como psicológicas. Ambas son enfermedades. No es culpa de nadie si te rompes una pierna, pero cuando se trata de una enfermedad mental parece ser más difícil. Cuando tienes un diagnóstico determinado, a veces actúas de forma extraña con la gente. Te culpan por ello. En cambio, nunca recriminaríamos a las personas con cáncer”, lamenta la escritora en la promoción del segundo de sus libros publicado en español. El primero fue Bienvenidos a América (Gatopardo Ediciones, 2021), basado en su propia infancia a la vera de un padre desequilibrado. En Niña de octubre se reitera en esa relación traumática, que repasa, como también pasajes de su infancia, su juventud, las sucesivas maternidades y su divorcio, en una lucha denodada por atesorar los recuerdos que se escapan entre las corrientes.

En el relato fragmentado afloran dos de sus fascinaciones infantiles, el teatro y los pioneros de octubre. Boström es hija de una gran actriz dramática sueca, Ingrid Boström, fallecida en 2019. De niña, las tablas se convirtieron en un lugar seguro. Muchas de las tardes tras el colegio, las pasó en los ensayos o las representaciones teatrales de su madre. De hecho, llegó a plantearse una carrera como intérprete. En el libro describe la sensación de actuar como “el paraíso en la tierra”, por la combinación de autonomía y control: “No había palabras para un alivio como aquel. Ser libre y aun así saber qué es lo que va a suceder. Protegida entre los demás, pero yo misma pese a todo”.

El otro deslumbramiento que le sirvió de alivio fueron los Pequeños de Octubre, una organización soviética para niños de entre 7 y 9 años. “Mi fascinación no tenía casi nada que ver con los pioneros reales y la Unión Soviética. Fueron sus fotos las que me atrajeron, su aspecto, su ropa”. Aquellas instantáneas de unos críos uniformados, tocados con una estrella de cinco puntas de color rubí con el retrato de Lenin de niño sobreimpreso, desencadenaron en su imaginación un alter ego de una niña más fuerte.

“Cuando era pequeña desarrolle mi propia realidad en el teatro. En mis pensamientos. Tal vez fue una forma de alejarme de la situación a menudo tan difícil en casa. Supongo que se puede decir que en ese momento huí de la realidad de la misma manera que lo hice en el hospital cuando al escribir comencé a construir un pequeño mundo alrededor de los niños de octubre”, compara. 

Tras arañar retazos de su vida en su memoria y ficcionarlos en su tercer libro, Boström ha recuperado su voz autoral, la escritura como refugio y los recuerdos.