VALÈNCIA. Sergio Villanueva ha tardado casi cuatro (de manera interrumpida) en escribir Los adioses póstumos, su última novela. Y el lector lo entenderá a las pocas páginas de empezar esta historia ambiciosa en el que, a través del viaje de una hermana para saber si su hermano ha fallecido, revisa una historia familiar, que es también la historia de ‘las dos Españas’.
Se trata, en efecto, de una novela total, que plantea una relación entre hermanos muy distantes: por un lado, Sofía Martín-Santos, una empresaria de éxito que ha heredado la empresa familiar, aupada por el devenir nacional del siglo XX; por otro, Marcelo Martín-Santos, un bohemio inundado por la literatura que decidió no seguir el camino marcado y que representa la calidez frente a la concepción del trabajo por encima de la familia.
Sofía, escéptica y distante, siente que el e-mail en el que Marcelo se despide de ella no es una broma, y decide hacer de urgencia un viaje València-Madrid para saber si ha muerto. En él, lee las últimas palabras de Marcelo, que son un repaso de su vida y los enfrentamientos familiares que, de alguna manera, resumen los de otras muchas familias.
Villanueva combina la narración del viaje con la “reproducción” de las palabras de Marcelo, con lo que el lector está haciendo, junto a Sofía, este viaje de memoria (para ella) y de descubrimiento absoluto (para el lector). “Este ha sido el ejercicio más complicado porque, a mi edad como lector, deseaba ofrecerme un desafío y brindar al lector la oportunidad de encontrar una novela como las que me han marcado a lo largo de mi vida y me han formado como escritor. No solo buscaba entretener y generar una lectura fluida que tocara el corazón, sino también un canto a la conexión. Aspiraba a que alguien, al leer este libro, dijera algún día: De todos los libros que he leído, hubo uno que a mis 15 o 20 años me inspiró y me hizo pensar que yo también podría contar algo”, explica el autor en conversación con este diario.
El equilibrio en la estructura ha sido lo más complicado de mantener, tal y como confiesa Villanueva: “Reestructuré varios capítulos y, en ocasiones, dejaba pasar uno o dos meses sin retomar la novela. El recurso, que imaginaba en formato audiovisual, era simple: narramos desde el presente con saltos a otros momentos ligados a la historia familiar. Estos saltos no son lineales, ya que establezco la relación entre los hermanos y él la guía a lugares específicos que ambos conocen, pero que no se narran de forma lineal. Los vínculos, de repente, se vuelven cuánticos. Este recurso es común en el teatro, donde un elemento como una pitillera puede transportarnos a otra época”.
La familia Martín-Santos, a pesar de poder contar con una historia de éxito, está marcada por los tiempos convulsos, en los que la miseria y el éxito tenían implicaciones políticas. Villanueva, en mitad de la novela, crea un relato sobre una familia donde viven ‘las dos Españas’ de la Guerra Civil, pero sin hacer la pirueta de ponerlas al mismo nivel ni hacer un ejercicio de desmemoria: “Yo me he mojado ideológicamente, me he mojado de todas las maneras, pero entiendo que cada cual tiene sus circunstancias. Se puede ir a nivel emocional o ideológico hacia un lado; yo creía que podría ofrecer con la literatura una herramienta que invitara a pensar en la familia de cada cual, pero que la conclusión fuera darse cuenta de lo mucho que hacía que no hablaba con su tío o no tenía una conversación profunda con su madre”.
También sirve la novela para repasar la València de ayer, porque el protagonista relata un encuentro fallido con su hermana donde vuelve a la ciudad natal, que él vincula con la losa de familia, pero a la que no le echa de culpa de ello, sino que la recuerda desde el cariño con el que su abuelo Gabriel la habitó. En Los adioses póstumos hay, por tanto, un canto a València, otro a la literatura, y otro al reencuentro desde la memoria y no desde el olvido.
En la novela, Villanueva cuenta la historia del abuelo de Marcelo y Sofía, Gabriel, un hombre que quiso ser profesor tras la Guerra Civil pero que, marcado por su ideología en el conflicto, no pudo. Antes, ya teniendo una gran afición por la literatura, se acercó al Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que reunió en València, en 1937, a la flor y nata de la literatura en castellano para posicionarse en favor del gobierno legítimo de la II República.
Allí, Gabriel se encontrará con el poeta mexicano Octavio Paz. Y a través de la llamada “la otra voz”, se genera un hilo rojo que llega hasta el siglo XXI. Lo curioso es que la historia es real. Sergio Villanueva tomaba notas en el Café de Floré parisino cuando una mujer le contó que su manera de escribir le recordaba a la de su marido, sin dar más detalle. Fue más tarde cuando se percató que era la mujer del poeta.