VALÈNCIA. No es una iglesia. Lo correcto es llamarla capilla. Es obra de Joaquín María Belda Ibáñez (1839-1912). Se construyó entre 1881 y 1887 y es de estilo neobizantino. La fachada es neorrománica, o lo que es lo mismo, imita al románico. Belda Ibáñez, quien llegaría a ser presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, fue arquitecto provincial y es autor de, por ejemplo, la capilla de la Beneficencia, un espacio singular, que ha servido de marco desde obras de teatro a grabaciones de disco. La capilla está considerada por el Ayuntamiento de València como el elemento más notable del edificio del colegio de San José de los jesuitas. Ahí, donde se citaban los alumnos de la burguesía valenciana, hoy se arraciman carros de la compra llenos de mantas, almohadas, colchones.
A su lado, en el callejón que da a la calle Beato Gaspar Bono, frente al muro del Jardín de las Hespérides, se encuentran dispuestas en hilera más de una veintena de tiendas donde viven un grupo de sin hogar. Los hay extranjeros, españoles, valencianos… Las tiendas las cedió una iglesia de Xirivella, según explica uno de los componentes del poblado. No es precisamente el único asentamiento de la ciudad. La Concejalía de Igualdad y Políticas Inclusivas e Inserción Laboral, que dirige Isa Lozano, tiene contabilizados más de 40 asentamientos. Muchos son discontinuos como el del solar del Nou Ajuntament, junto a Mestalla; la mayoría se encuentran a las afueras de la ciudad, y así se pueden encontrar en barrios como Nazaret o Campanar. Acampan en solares abandonados, bajo puentes...
El asentamiento en las inmediaciones del Botànic tampoco es precisamente nuevo. En diciembre de 2013 la Policía Local ya retiró un campamento de chabolas instalado allí durante seis años. En total fueron desalojadas una treintena de personas, en su mayoría inmigrantes. El campamento fue, volvió, volvió a ser retirado y ahora vuelve a estar allí instalado; no exactamente en el mismo sitio, pero sí muy cerca. No son de hecho los únicos sin hogar de la zona. Sin ir más lejos, en los pórticos del bajo que fue sede del PP de Francisco Camps, prácticamente desde que el partido abandonó el inmueble otros mendigos se han habilitado un espacio para vivir con cartones. Una de ellos, Beatriz, que dice ser canaria, se afana en limpiar su espacio con un cubo y papel. Es su hogar.
Si algo tiene la situación es su carácter metafórico. Desde hace décadas el edificio del Botànic y su entorno urbano han sido una suerte de icono político y social. La pelea para que no se construyera un hotel en un solar propiedad de los jesuitas dio forma a un movimiento cívico, Salvem el Botànic, que ejemplificó la oposición al gobierno municipal de Rita Barberá. Fue en su jardín donde se selló el acuerdo entre las formaciones políticas que dio pie al Pacte del Botànic. Hoy, cuando se habla del gobierno autonómico conformado por la alianza entre el PSPV y Compromís, con el apoyo de Podemos, se usa la palabra Botànic como metonimia.
También tuvo carga simbólica que en su día el PP decidiera instalarse en sus inmediaciones. El PP se trasladó allí en 2006 abandonando su sede en la plaza del Ayuntamiento. La nueva sede, con fachada a la calle Quart, fue reformada bajo la supervisión de Álvaro Pérez, el Bigotes. La inauguración contó con la presencia de Mariano Rajoy. Cuando el PP de Isabel Bonig anunció en septiembre de 2016 que se marchaba del entorno del Botànic al edificio América, se inició el lento declive de un bajo que ahora, anuncian los carteles, ha sido alquilado. Muchos vincularon esa salida a una huida de los tiempos de la corrupción. No en vano, en la sede de la calle Quart se vivieron escenas de gran tensión, como el día que Camps se encaró con un joven que le acusó de corrupto. También allí Ricardo Costa protagonizó algunas sonadas ruedas de prensa, y fueron habituales las protestas frente a sus puertas. Lo que queda ahora son indigentes que sobreviven en sus soportales parapetados tras cartones.
El entorno es también conocido por ser el emplazamiento donde el Banco de Alimentos hace su reparto solidario. Esos días, asegura una vecina, se forman largas colas que a veces llegan hasta Gran Vía. Esta misma semana se produjo el último reparto. A él acudieron tres representantes del PP de València (su candidata a alcaldesa Maria José Catalá, acompañada de Maria José Ferrer San Segundo y Mari Carmen Contelles). Fueron para conocer de primera mano el trabajo del Banco de Acción Solidaria, que cuenta con la ayuda por ejemplo de La Caixa. Al reparto de esta semana, informaban desde el Banco de Alimentos, acudieron más de 1.000 personas entre sin techo y familias en riesgo de exclusión.
Algunos de los sin hogar son gorrillas. Uno de ellos Siniša, croata, de 37 años, asegura que lleva ocho años en España y siete en València. Cuando se le pregunta por el asentamiento, se encoge de hombros y dice que él ha visto “sitios como éste” por todo el país. Estuvo trabajando un año en un circo, “180 euros a la semana y hacía de todo”. Según su impresión, València “está muy bien”, mejor que Madrid “de largo” para vivir en la calle porque “hay donde limpiarse”. “En la calle hay [gente] de todos perfiles, gente con la que no puedes discutir porque igual te pinchan. Es muy duro. Mucho estrés. No puedes dormir nunca. Cuando te duermes, pum, te despierta algo. Siempre conflicto”, sonríe. De joven jugó al baloncesto. “Era bueno; yo nunca sentado banco”, asegura mientras gesticula dibujando en el aire un banquillo con sus manos. Según explica tiene una hija de nueve años a la que hace ocho que no ve. “Tengo que llamarla. Lo sé. Mi hija”, cabecea con una sonrisa torcida.
Junto a la puerta del Botànic se encuentran cuatro hombres. Uno de ellos, Miguel, habla atropellado. Demuestra sus rudimentos de francés, con los que relata que nació en Tánger y que estudió cuatro años en el Liceo. Mientras comparte una litrona de Steinburg con otros compañeros, insiste en demostrar que se sabe la letra de la canción ‘It's a heartache’, de Bonnie Tyler. “It’s a heartache/ Nothing but a heartache/ Hits you when it’s too late/ Hits you when you’re down/ It’s a fool’s game/ Nothing but a fool’s game (Es un dolor de corazón/ Nada más que una angustia/ Te golpea cuando es demasiado tarde/ Te golpea cuando estás bajo/ Es un juego de tontos/ Nada más que un juego de tontos)”. La recita entera. Cuando concluye, sonríe ufano: “Y no sé lo que significa porque no sé inglés”. Beatriz se acerca a pedir un cigarro y se vuelve a limpiar su parte del porticado de la sede del PP. Entre los sin hogar del grupo se encuentra un sesentón de luenga barba que dice llamarse Rosan y que se describe como artista. Enseña sus dibujos. Cuando se le menciona la cercana Casa Caridad, se limita a decir que le echaron de allí, que él es “muy rebelde”.
En la centenaria institución conocen a muchos de los sin hogar de la zona. “Algunos se esconden en el Jardín de las Hespérides hasta que lo cierran los funcionarios municipales, y se quedan allí a dormir”, explica Nacho Torres, responsable del Centro de Día de Casa Caridad en la Pechina. Esta misma semana, esta institución alertaba de lo que llevaban intuyendo desde hace meses: las cifras de marginalidad han vuelto a aumentar. Durante el año pasado, la media de personas que pasó por su comedor ascendió a 300 diarios. Se ha incrementado un 8% el número de españoles. El presidente de Casa Caridad, Luis Miralles, ofreció un perfil de muchos de estos usuarios. La gran mayoría de los españoles, explicó, superan los 50 años, no tienen trabajo, presentan algún problema mental o adicción al alcohol o drogas, y no cuentan con una red de apoyo familiar “En algunos casos no reciben medicación; en otros, ni siquiera saben qué medicación deben recibir”, explica Torres.
Dice Antonio que ellos son “los vecinos de los vecinos”. Unos vecinos, los de La Petxina, que ya se han puesto en contacto con el Ayuntamiento de València para que intente encontrar una solución, para que ofrezca alguna respuesta. Pero los componentes del asentamiento insisten en que por allí no ha pasado nadie, “ni del Ayuntamiento ni de nada”. Uno de ellos, que en un momento de la conversación asegura que funcionan como una comuna, se niega a seguir hablando si no se le pagan 10 euros. “Y si no, aténgase a las consecuencias”. Tras ello saca del bolsillo de su pantalón de chándal una especie de placa metálica que enseña apenas un segundo, la guarda, y se sienta en la silla desde la que controla todo el callejón.
Algunos de estos sin hogar son conocidos de la zona, según explica un vecino, Vicente, que vive a dos manzanas del asentamiento. Él solía recorrer la calle Beato Gaspar Bono para acceder desde allí al jardín del cauce del Turia con sus dos hijas. Ha dejado de hacerlo no por inseguridad sino por lo desagradable que resultaba recorrer la zona a nivel físico. “El hedor en ocasiones es terrible”, explica, “a orín, a basura… Hay un señor mayor, muy grueso, que va con dos carros, que en ocasiones he tenido la tentación de decirle que suba a mi casa a ducharse porque le ves y dices: ‘Es que es un señor’. Dan mucha pena”, murmura. Por delante del Botànic pasa un grupo de personas hablando en francés que suben la calle Beato Gaspar Bono. Van hablando entre ellos pero cuando pasan junto al asentamiento enmudecen, se miran y siguen caminando hacia el jardín del Turia sin volver la vista atrás y sin hablar.
A sus espaldas, a la izquierda, el solar de jesuitas que motivó el enfrentamiento de parte de la ciudadanía con Barberá. El Ayuntamiento de València y la Universitat de València acordaron en noviembre del año pasado poner en marcha un concurso público de ideas entre las dos instituciones para el diseño de la ampliación del Jardín Botánico, en el que se incorporarían el solar de jesuitas, el Jardín de las Hespérides y el Museo Municipal de Historia Natural Torres Sala dentro del complejo del Botánico. La propuesta contemplaba abrir el concurso en enero, una vez pasadas las fiestas de la Navidad. Está a punto de acabar febrero.
La pared que hay tras el asentamiento, donde se apoyan muchas de las tiendas, da a un solar de los jesuitas que está alquilado para pistas de tenis por el Boixteam. Unos usuarios de las pistas cuentan que no han tenido problemas con los mendigos. En ocasiones, cuando están jugando, alguna de las pelotas se pierde por encima de la pared. Tardan unos segundos, pero siempre vuelven. Los mendigos se las devuelven tirándolas por encima de la pared.
“Es una realidad extremadamente compleja”, explica Torres. “Esas personas forman parte de un colectivo inherente al sistema en el que vivimos. Aunque València duplicara sus recursos para personas sin hogar (en número de entidades, dinero y profesionales) siempre habría gente en esta situación porque siempre va a haber gente con problemas de salud inhabilitantes socialmente (enfermedades mentales, adicciones) o que, sencillamente, no han conocido una vida mejor y creen no tener nada que perder”.
“Hay herramientas que ya se están llevando a cabo en algunos lugares de España con cierto éxito”, prosigue. “En Barcelona llevan años trabajando con psiquiatras en los equipos de trabajo de calle. Es bien sencillo: si la persona no acude a la institución, habrá que trabajar con ella desde el inicio. Que alguien viva en un banco no quiere decir que sólo podamos ayudarle dándole un plato de macarrones. Desde el CAST (Centro de Atención Municipal a Personas Sin Techo) se realiza trabajo de calle a diario. Y se hace todo lo bien que se puede, dignamente. Pero faltan recursos, faltan nuevas figuras profesionales”, comenta.
Rosan guarda sus carpetas con sus dibujos en el carro de la compra donde lleva su saco de dormir, sus mantas, su ropa. Ha subido sus dibujos a la venta en una web de anuncios donde se describe como “artista callejero valenciano reconocido del barrio de Velluters”. Pregunta si podría ganar dinero con ellos. Explica donde vive ahora. “¿Usted conoce la Constitución? ¿Sabe lo que dice? Dice que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna”, apunta citando el artículo 47. “¿Dónde está mi vivienda digna?”, pregunta.