VALÈNCIA.-A primera vista Jonathan Steed no era más que el perfecto gentleman inglés, ataviado siempre con ternos impecables, a juego con su bombín y un paraguas que, en realidad, servía para mucho más que para guarecer a su propietario de la lluvia. Lanzaba gases narcóticos por uno de sus extremos, tenía una cámara y una grabadora ocultas y además servía de funda para una espada. La elegancia no está reñida con el deber, por eso Steed trabajaba para el servicio de inteligencia británico, formando una pequeña célula que se autodenominaba Los Vengadores (The Avengers en inglés), dedicada a luchar contra criminales de todo pelaje. Y cuando digo de todo pelaje me refiero exactamente a eso, porque antes de que Batman introdujera en la pequeña pantalla para enfrentarse a toda una serie de estrambóticos maleantes, Los Vengadores ya medían sus fuerzas con criminales como el Camaleón que podía mimetizarse con el color de la pared que le quedara más cercana.
Se estrenó a principios de 1961 en la televisión británica. Tuvieron que transcurrir un par de años para que se convirtiera en una de las series favoritas de los televidentes ingleses. El timing, sin embargo, resultó perfecto. La serie fue decisiva para definir visualmente lo que estaba ocurriendo en la sociedad inglesa en unos años que iban a ser mucho más locos de lo que jamás nadie hubiera pronosticado. Junto con los Beatles, las películas de James Bond, Mary Quant y las tiendas de Carnaby Street, Los Vengadores son el símbolo de una revolución estética que transformaría la vida en las islas británicas y terminaría por contagiar al resto de occidente. Más que un matón, Steed era un filósofo que rechazaba la violencia, siempre dispuesto a emplearla si no le dejaban otra opción.
El personaje, que en sus diálogos hacía gala de una inmejorable flema, fue obra de su protagonista, el actor Patrick McGee. Inglés emigrado a Canadá, McGee se convirtió en uno de los actores televisivos más célebres en dicho país. Acabó trabajando en Hollywood, donde intervino en series como Alfred Hitchcock Presenta… y En los límites de la realidad. Volvió a Inglaterra pero no pudo conseguir trabajo hasta que finalmente le ofrecieron un puesto de productor, tarea que desarrolló con notable éxito. Escarmentado de los caprichos de la industria, cuando le llegó la oferta para encarnar a Steed pidió una cantidad desmesurada para forzar que lo rechazaran. Pero su demanda fue aceptada sin rechistar y gracias a ello, un nuevo héroe, cien por cien inglés, llegaba a uno de los medios más poderosos de los años sesenta.
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