En los años setenta, el periodismo era una noticia en sí mismo y la cadena CBS no dudó en crear una serie que llevara a los hogares una porción de realidad de lo que podía ser la vida en la redacción de un diario
VALÈNCIA.-¿Qué pensaría Lou Grant de las redes sociales? ¿Cómo llevaría que sus titulares tuvieran que convivir con el clickbait? ¿Estaría a favor del todo vale con tal de conseguir que las noticias tuvieran lectores? ¿Cuál sería su actitud frente a las fake news? Por más que fabulemos sobre estas cuestiones, nunca sabríamos con exactitud las respuestas. Lou Grant era sinónimo de integridad hace cuarenta años, pero ¿podría seguir siéndolo ahora? Lo que sí se puede asegurar sin miedo es que este personaje de ficción fue, y seguirá siendo, un referente necesario para todos aquellos periodistas que sientan esta profesión como una vocación y no como un fin en sí mismo o como una mera excusa para acaparar atención y likes.
Estrenada en 1977, Lou Grant se mantuvo en antena durante cinco años en los cuales, su protagonista, Edward Asner, fue reconocido con dos Emmys —la serie obtuvo un total de trece en diversas categorías—, aunque sin duda, el premio que más debió valorar Asner, actor con un fuerte compromiso social y político, fue el saber que su papel había hecho pensar a miles de jóvenes en la posibilidad de matricularse en la Facultad de Periodismo. Puede que series americanas de médicos emitidas en la época empujaran a mucha gente a estudiar Medicina pensando que quizá así ligarían tanto como el doctor Gannon. Lo que se planteaba el bueno pero combativo Lou Grant era la defensa de unos principios que seguramente hoy el actor que lo encarnó seguiría defendiendo.
Lou Grant animó, desde el UHF, las sobremesas de los domingos con sus tramas sobre periodismo y periodistas. A Ed Asner los telespectadores ya habían tenido oportunidad de conocerlo como personaje secundario en La chica de la tele y más o menos por esas mismas fechas lo verían en otras dos series de impacto: Raíces —haciendo de capitán de barco esclavista— y Hombre rico, hombre pobre —interpretando al alcoholizado y brutal patriarca de los Jordache—. Protagonizada por Mary Tyler Moore, La chica de la tele fue la primera producción televisiva que hablaba de este mismo medio.
La acción transcurría en una pequeña cadena de televisión de Minneapolis de cuya redacción saldría despedido, en ambos sentidos de la palabra, un periodista llamado Lou Grant. Los productores de La chica de la tele pensaron que sería buena idea darle una serie para él solito, donde pudiera desarrollar sus rasgos profesionales más atractivos. Además, el periodismo se había convertido en un oficio aliciente para el mundo del espectáculo gracias al caso Watergate, que había terminado por echar a Nixon de la Casa Blanca y cuya historia se había convertido en una película taquillera, Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), que también arrambló con varios Oscars. Los productores decidieron sacarlo de aquella emisora y enviarle a la gran ciudad, a dirigir la sección de local de Los Angeles Tribune. De esta manera, nació uno de los spin offs más celebrados de la televisión. Y así fue cómo el personaje de Asner pasó de habitar una comedia a lidiar con asuntos mucho más dramáticos.
En la redacción del Los Angeles Tribune, cuenta con el apoyo de su amigo Charlie Hume (Mason Adams), director del periódico, que ejerce tanto de aliado como de dique de contención del periodista, ya que, como todo el mundo sabe, a veces defender la verdad puede convertirse en una labor perjudicial para la salud. Hume también hará de cortafuegos entre el combativo jefe de sección y la dueña del periódico, la Señora Pynchon, que como toda buena propietaria de un negocio, lo que quiere es ver beneficios, o por lo menos, no ver pérdidas. El personaje, interpretado por Nancy Marchand, estaba inspirado en la fundadora de Los Angeles Times, Dorothy Chandler.
Más abajo, en la arena del día a día, en la redacción Grant tiene otro aliado en la figura del editor Art Donovan (Jack Banon). Luego están los reporteros estrella, que se recorren la ciudad persiguiendo la noticia que les dé prestigio y popularidad, aunque a veces ambos conceptos no puedan ir de la mano. Ahí está Joe Rossi (Robert Walden), un sabueso de las noticias forjado en la vieja escuela. Sabe detectarlas y perseguirlas, pero algunos de los conflictos con su jefe directo tienen que ver con el hecho de cruzar esa delgada línea que separa lo que es aceptable de lo que no lo es.
En uno de los capítulos se inventará un nombre falso para colarse en unas oficinas: Carl Woodward, homenaje al nombre y apellido de los dos periodistas que destaparon el Watergate. En cuanto a Billie Newman (Linda Kesley), otra reportera de fuste, compite con Rossi para conseguir las mejores exclusivas —por supuesto, en desventaja, no olvidemos que estamos hablando de una mujer ejerciendo una profesión copada por los hombres en plena década de los setenta del siglo XX—; y quizá por ser mujer, los guionistas decidieron que uno de sus puntos flacos fuera que se involucraba demasiado en las historias, perdiendo de vista en ocasiones ese elemento fundamental para el periodismo que es la objetividad.
La otra gran estrella de la redacción era el reportero gráfico. Bohemio y excéntrico, funcionaba como si procediese de un mundo aparte, quizá también porque había estado en Vietnam. Alto, desaliñado, cáustico, Animal (Daryl Anderson) era el elemento disruptivo aunque no por ello evitaba dejarse la piel para conseguir la mejor instantánea. Y alrededor de todos ellos gravitaba el a veces malhumorado pero en el fondo tierno jefe de la sección local. La serie le tomaba el pulso a su tiempo tocando temas que iban desde los derechos de los homosexuales hasta los excesos de las empresas irrespetuosas con el medio ambiente, pasando por la pena de muerte, la corrupción o el derecho a la intimidad de las figuras públicas. Y paralelamente a todo esto, las tramas ponían sobre el tapete asuntos como la independencia del periodismo, las tentaciones que podían evitar que lo fuera, los límites éticos para serlo, ya fuesen estos la manipulación de información o el plagio. En la tercera temporada las máquinas de escribir de la redacción habían sido sustituidas por ordenadores.
La otra gran estrella de la redacción era el reportero gráfico. Bohemio y excéntrico, funcionaba como si procediese de un mundo aparte, quizá también porque había estado en Vietnam. Alto, desaliñado, cáustico, Animal (Daryl Anderson) era el elemento disruptivo aunque no por ello evitaba dejarse la piel para conseguir la mejor instantánea. Y alrededor de todos ellos gravitaba el a veces malhumorado pero en el fondo tierno jefe de la sección local. La serie le tomaba el pulso a su tiempo tocando temas que iban desde los derechos de los homosexuales hasta los excesos de las empresas irrespetuosas con el medio ambiente, pasando por la pena de muerte, la corrupción o el derecho a la intimidad de las figuras públicas. Y paralelamente a todo esto, las tramas ponían sobre el tapete asuntos como la independencia del periodismo, las tentaciones que podían evitar que lo fuera, los límites éticos para serlo, ya fuesen estos la manipulación de información o el plagio. En la tercera temporada las máquinas de escribir de la redacción habían sido sustituidas por ordenadores. Muchos años después, Asner declaró que la temática de los capítulos había empezado a ser «demasiado política». Lou Grant fue cancelada porque Asner tomó partido por El Salvador cuando Estados Unidos declaró la guerra a este país. Los poderes económicos involucrados en dicha contienda no se lo perdonaron. Al final, ni el periodista ni el actor que le dio vida pudieron seguir luchando por hacer realidad el lema de Los Angeles Tribune: «Una sociedad libre necesita una prensa libre».
* Este artículo se publicó en el número 74 (diciembre 2020) de la revista Plaza
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