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Lviv calling

La voz de Denys narra el día a día de la guerra de Ucrania en 99.9 Plaza Radio. El joven de 25 años puso a salvo a su familia sacándola de la arrasada Irpin y, ahora desde Lviv, ayuda como voluntario a los miles de civiles que llegan en busca de cobijo

9/04/2022 - 

VALÈNCIA.- Su ciudad natal es una ratonera y está prácticamente reducida a ruinas, pero en estas duras semanas de asedio ha servido de trinchera para que Kiev no sea tomada. Incluso el puente de Irpin ha sido volado para que las tropas rusas no puedan avanzar hacia la capital. Bajo sus ruinas, miles de civiles esperan para cruzar el río por el que la ciudad tomó su nombre e intentar abandonarla. La vida se ha hecho insostenible. No hay luz ni gas ni apenas comida. Durante horas, cientos de civiles se amontonan bajo las ruinas del puente, que sirven de escudo y meta a la vez, y esperan el momento para cruzar sus improvisadas pasarelas de quita y pon.

La familia Perebyinis, Tatyana y sus hijos Mykyta (dieciocho años) y Alisa (nueve años), lo intentaron a inicios de marzo junto a Anatoly Berezhnyi, un voluntario de veintiséis años de la iglesia que les estaba ayudando a cruzar. No lo lograron. La imagen captada por la fotógrafa de The New York Times, Lynsey Addario, en la que sus cuerpos masacrados por las esquirlas de metal y hormigón yacen junto a una maleta y un transportín para mascotas, se ha convertido en testimonio de las matanzas indiscriminadas de la población civil ucraniana. Recuerda terriblemente a las imágenes del asedio de Sarajevo, del que estos días se cumplen treinta años. Entonces, cuando Europa le dio la espalda, Sarajevo clamó que ese mundo libre se conjuró en no permitir que jamás volvieran a repetirse las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. Paradojas de la diplomacia y de los cien mil muertos bosnios, Tanya y sus niños se desplomaron justo bajo un monumento a los inocentes caídos en la Segunda Guerra Mundial.

Poco queda de aquella Irpin en la que nació Denys Poltko. Tiene vienticinco años y trabaja en el departamento de marketing para una empresa que fabrica juguetes de madera socialmente responsables para el mercado europeo y estadounidense. Los fabricaba porque Denys relata su vida en pasado. Un antes y después del 24 de febrero en el que las sirenas empezaron a sonar en Kiev. Igual que a Tanya y a los lugareños de la capital ucraniana y sus alrededores, a Denys le encantaba esquiar. La última semana de febrero la estaba pasando en la montaña con sus compañeros de trabajo.

El día 23 su mujer Irina, de veintitrés años, le llamó asustada diciéndole que «la cosa parecía que iba en serio y que querían salir de Irpin porque muchos se estaban marchando —cuenta en una nota de voz con tono pausado— y nuestra familia pensó en salir hacia Termopolis». En aquellos memontos, sostiene, nadie podía pensar que la cosa estallaría por toda Ucrania y pensaban que era una cuestión del Donbás pero tras aquella llamada, «entendí que si vuelvo a casa no habrá nadie y decidimos reunirnos en esta ciudad al oeste de Ucrania. El plan era coger un tren que me llevara a Lviv y de ahí ya intentaría llegar hasta ellos en bus». En su espera en la estación de Lviv, a las seis de la mañana del 24 de febrero, «veo en las noticias que Putin ha empezado lo que llamó su operación de desnazificación y desmilitarización para salvar a Ucrania, pero aquello no tenía nada que ver con Luhansk y Donetsk; había empezado a atacar a todo el país, los aeropuertos de toda Ucrania, las vías de salida», cuenta Denys. 

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En segundos las imágenes corrieron como la pólvora y se crearon chats de vecinos y amigos en Telegram. Las imágenes que llegaban de Irpin eran terribles. En muchas de ellas, reconocía su barrio, su iglesia, todo estaba envuelto en humo. Denys nunca regresó a su casa. No sabe si sigue en pie. No sabe qué ha sido de muchos de sus vecinos y amigos. «Decidimos que mi esposa con su mamá, su hermana y su hermano pequeño, y la esposa de su hermano mayor salieran hacia Alemania porque ahí tenemos a gente cercana, ya que los hombres de dieciocho a sesenta años no podemos abandonar Ucrania. Si intentas salir te pueden hasta meter en la cárcel —cuenta—, así que aquí nos hemos quedado el hermano de mi esposa, su padre y yo. Nosotros tres hemos decidido permanecer en Lviv porque aquí su padre tiene trabajo y nosotros decidimos buscar la manera en la que ayudar como voluntarios». 

Denys habla un castellano perfecto. Fue uno de los niños del programa Ucrania 2000, ahora, Juntos por la Vida, que, desde sus cinco años de edad y siendo un niño sin padre, le traía cada año a pasar los veranos con una familia de acogida de València. Su día a día lo sigue su hermana valenciana, Mariam Otero. Publica sus fotos en Twitter, desesperada por no poder ayudar más. Su historia la recogieron los periodistas Miguel Valls y Miguel Coll, del programa A golpe de micro, el matinal de los fines de semana de 99.9 Plaza Radio. «Nos da mucha pena no poder hacer nada, no poder sacarle. Lo hemos intentado desde cualquier aeropuerto, pero no nos ha sido posible. Hemos hecho un grupo de WhatsApp toda la familia, porque a él lo consideramos un hermano más y nos va mandando vídeos y contando cómo está, pero tememos que cualquier día dejen de llegarnos sus mensajes y no pueda comunicarse más», les contaba.

«Cada día llegan camiones hasta la frontera con cosas que necesita nuestra gente, y nos hemos dedicado a ayudar a descargar lo que traen»

Las notas llegan según la ubicación de Denys. Oscilan conforme a la situación. Durante las primeras semanas, y sabiendo que su mujer y el resto de la familia habían alcanzado su destino, no había mucho margen para pensar. Las riadas de gente intentando alcanzar la frontera polaca consumían todos los recursos y esfuerzos. «A los cinco días de llegar a Lviv conseguimos preparar un hospital de campaña. Ahí construimos muros con sacos terreros para reforzar el sitio a modo de refugio. Al terminar el hospital empezamos a trabajar en acciones de ayuda humanitaria. Cada día llegan muchos camiones hasta la frontera, y nos traen ropa, comida, y otras cosas que necesita nuestra gente, y nos hemos dedicado a descargar los camiones, a cargar furgonetas que reparten toda esa ayuda a zonas hasta donde pueden llegar», explica.

«También hemos estado repartiendo ayuda a nuestros soldados», prosigue. La nota se corta. Llega una foto. Una captura de pantalla de Denys e Irina. Ambos sonríen en la imagen. Denys recuerda que el próximo 19 de mayo cumplirán tres años de casados. Se siente privilegiado porque aún puede hacerle de vez en cuando una videollamada. Llega otra foto. Sacos terreros y furgonetas repletas de ayuda. Las llevaron la misma tarde a la frontera para repartir entre mujeres y niños. Otra imagen. El puente de Irpin. «Uno de sus amigos más cercanos murió al igual que Anatoly, intentando poner a salvo a una familia. Faltaban solo doscientos metros para llegar al autobús que los iba a sacar de aquel infierno».

Otra foto. Un improvisado búnker de Irpin. Lo ha construido la iglesia de Denys. «Están ayudando mucho. No se han escondido. La gente tiene las casas destrozadas, otras personas tienen miedo de estar en su casa y quieren estar en un sitio más seguro. En las primeras semanas teníamos casi cada día a doscientas personas a las que atendía y llevaba en coches a otras ciudades». 

La guerra está en todas partes

Han pasado varias semanas y el plan de una guerra relámpago no parece cumplirse. Otra foto. El aparcamiento de delante de la iglesia de Denys ha saltado por los aires. Los bombardeos son cada vez más intensos. «Es la segunda ya que cae enfrente del edificio, pero mis amigos siguen intentando sacar a gente o meter víveres a Irpin: ayuda, medicinas, chalecos, ropa», comenta. Las bombas suenan cada vez más cerca. En Lviv hay una tensa calma, pero hace unos días bombardearon el aeropuerto. «Es la advertencia de que la guerra está extendida por todo el país». Los comercios están a medio gas, y ya no hay tantos flujos de refugiados porque los que se han quedado ya no tienen opción de salir. Atrapados en asedios como el de Mariúpol, Bucha, Irpin, Kiev. «Gostomel, una ciudad que está muy cerca de Irpin, está ya ocupada por los rusos. La gente está viendo cómo entran en las casas y roban todo lo que ven. Han visto cómo sacan de la casa la ropa, los electrodomésticos y todo lo que puede tener valor y lo llevan en camiones a Rusia para venderlo», comenta. «Mi amigo me ha contado que ahora en su casa de Irpin viven rusos. Como la casa estaba vacía porque mis amigos han salido para salvarse, gente rusa han entrado y viven allí».

Cada vez llegan menos imágenes. Hacer fotos en exteriores está prohibido para los civiles. Se supone que responde a no desvelar posiciones estratégicas. El ánimo también ha cambiado. Denys y los suyos tienen un techo gracias a unos conocidos, pero mantenerse no es sencillo: «Mi trabajo ahora... pues, no sé si lo voy a poder mantener porque también la empresa ha perdido mucho dinero y otra parte del dinero la ha gastado para ayudar a los soldados ucranianos», comenta preocupado Denys. «Hoy por hoy, lo que tenía ahorrado en dólares se lo he dado a mi esposa para que tengan algo en Alemania, y aquí lo hemos ido gastando y, de momento, no sé de dónde voy a sacar más», cuenta resignado. Busca un trabajo que pueda hacer a distancia desde Ucrania. Referencias en marketing e idiomas no le faltan. Tampoco ética profesional.

Pepinillos contra drones

Tampoco es fácil mantenerse con la moral alta cuando hablas con los que hasta hace dos días fueron hermanos y todavía no alcanzan a creer el infierno que estás viviendo. «No entiendes cómo puede ser la gente así. Ellos, los rusos, nos están diciendo qué pasa en nuestro país a través de sus noticiarios y aquí, cada día nosotros vemos cuánta gente muere, cuántas ciudades están destrozadas. Mi ciudad está destrozada, Kiev está sufriendo muchísimo, Mariúpol, y, aun así, Putin dice que nos está salvando. No necesitamos una salvación así. Entendemos muy bien que lo que quiere es volver a los tiempos soviéticos y no parará en Ucrania. Si consigue ganar esta guerra seguirá atacando a otros países. Polonia, Rumanía; no va a parar», reflexiona. 

«Lo que tenía ahorrado en dólares se lo he dado a mi esposa para que tenga algo en Alemania. El resto lo hemos gastado y no sé de dónde sacar más»

Aun poniéndonos en los peores augurios, nadie esperó que Ucrania resistiese tanto tiempo. Comentamos entre risas una información acerca de una abuelita que derribó un dron con un bote de pepinillos. «¿Cómo van a vencer a gente así?», decía la información. Denys la ratifica. «Es increíble lo que estamos viendo. Gente parando con sus manos los tanques. Gente robando tanques a militares armados hasta los dientes, porque la gente no quiere que les quiten la libertad después de tantos años. La gente quiere tener oportunidades, quiere vivir una vida normal, como la que teníamos antes de la guerra, porque aquí en Ucrania vivíamos una vida normal», explica. «Eso es lo que estamos enseñando ahora, defendiéndonos cada uno como puede. Unos cogen armas y defienden en las batallas, otros ayudan a la gente. Con lo que ha enseñado Rusia al mundo, ya ha perdido, solo que el precio que está pagando Ucrania es de un gran sufrimiento y necesitamos más ayuda de la OTAN y de la UE para ganar esta guerra más rápido. Y cuando eso pase, será un día maravilloso». 

Le comparto la carta de una superviviente del asedio de Sarajevo al pueblo de Ucrania. El pasado 5 de marzo, la BBC recogió el testimonio de Aida Cerkmez. Decía que estaba recogiendo ayuda para el pueblo ucraniano. Sentada delante de su armario intentaba recordar qué es lo que más podrían necesitar. Decidió enviarles una de sus prendas más preciadas. Una vieja camiseta, tiene treinta años, que se corresponden con el cerco que duró 1.425 días. Sin agua, luz, comida ni calefacción, bajo el fuego incesante de las tropas serbias y serbobosnias. En la camiseta ponía «Sarajevo será, todo lo demás pasará». «Gracias por las palabras. Significan mucho». Las notas de voz de Denys siguen llegando. ¡Que no se corte esta llamada!

* Este artículo se publicó originalmente en el número 90 (abril 2022) de la revista Plaza

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