La documentalista valenciana Rocío de la Vara ha recuperado la memoria de los soldados argentinos que lucharon, hace ahora cuarenta años, en la Guerra de las Malvinas. En su día fueron héroes, hoy están olvidados por la administración. Probablemente es la suerte que espera a los soldados rusos que fueron enviados a luchar en Ucrania en una guerra en la que muchos no creen
15/05/2022 -
VALÈNCIA.- La Guerra de las Malvinas duró 74 días y se cobró la vida de 650 personas en el bando argentino y 255 en el británico. Lo que llama poderosamente la atención es la cantidad de excombatientes que se suicidaron a posteriori. En las filas británicas se quitaron la vida más personas de las que murieron durante el conflicto: 264. Entre los argentinos se contabilizaron alrededor de medio millar de suicidios.
Cuarenta años después, Argentina todavía reclamaba la soberanía de las Malvinas, administradas por Reino Unido desde 1833. La propia ONU lo considera un territorio cuya soberanía está «pendiente de definición».
Los miembros del BIM1 (Batallón de Infantería de Marina nº1) fueron objetivo británico durante la contienda, ya que su misión principal fue la custodia del Aeropuerto de Río Grande, desde donde despegaban los aviones Super Etendard, cargados con misiles Exocet, que destruyeron los buques británicos HMS Sheffield y MV Atlantic Conveyor.
Muchos de los miembros del BIM1 han sufrido estrés postraumático. Carlos Tear, miembro del BIM1 padece vitíligo —despigmentación de la piel provocada por el estrés—. Tear explica que durante un conflicto te enseñan a armarte pero que cuando termina nadie te dice cómo desarmarte; de manera que, además de sintomatologías patológicas, muchos han forjado caracteres con rasgos comunes, como un extremado orden táctico en sus quehaceres diarios, reacciones violentas e incluso alcoholismo.
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Tear, cuarenta años después, todavía mantiene siempre a la vista sus botas de soldado y guarda una mochila en el armario de su casa preparada para cualquier eventualidad. Subraya la idea de que «nadie te indica el camino de cómo volver y de qué manera volver. Porque tal vez unos volvieron más violentos, otros volvimos más hiperquinéticos [afectados por Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad]. Creo que haber perdido una guerra es lo más doloroso que hay, sobre todo para un joven. Estar vivo es lo mejor que te puede ocurrir pero todos los comentarios y los señalamientos de la sociedad a posteriori son tremendos».
Daniel Hansen y José Luis de la Torre, también miembros del BIM1, sufrieron pesadillas durante años. Nada más volver de la contienda se despertaban sobresaltados en mitad de la noche. Sara Cecilia Valor, madre de José Luis de la Torre, asegura que, al regresar, su hijo dormía en una litera por la que pasaba un desagüe y cada vez que corría el agua por el tubo, empezaba a gritar «¡los aviones, los aviones, los aviones!».
Malvinas supuso un antes y un después para los argentinos, pues puso fin a un período tremendamente turbio de la historia del país, con 30.000 personas desaparecidas en los centros clandestinos de detención, entre 1976 y 1983. Con el tiempo, muchos de los militares al mando de los soldados argentinos fueron condenados por crímenes de lesa humanidad. La misma Sara Cecilia Valor nos relata que poco tiempo antes de ir su hijo José de la Torre a la Guerra de las Malvinas desapareció su sobrina y nunca más se supo de ella.
Al regresar los miembros del BIM1, que simplemente cumplían con el servicio militar obligatorio durante el conflicto, fueron señalados por la sociedad como simpatizantes de la dictadura y les tachaban de «milikos». En el otro extremo, los propios compañeros que habían estado en las islas Malvinas les acusaban de no haber hecho nada; de manera que decidieron no hablar. Estuvieron treinta años en silencio hasta que Carlos Tear, gracias a su tesón y a la tecnología, comenzó a buscar a miembros del batallón y constituyeron una asociación.
A partir de ese momento compartieron muchas experiencias, recuerdos y reordenaron los acontecimientos para resignificar la guerra que ellos habían vivido en Tierra de Fuego y que el Estado argentino y la sociedad nunca ha llegado a valorar. A partir de ahí comenzaron una lucha sin cuartel para reivindicar la veteranía de guerra.
Carlos Tear matiza que «el escenario de guerra no es como en Hollywood, como en las películas, que solo se ve a los que se enfrentan uno con otro, sino que es también una cuestión logística de acompañamiento». Y reivindica la importancia de su labor: «Como siempre digo, si hay un frente, hay una espalda. Y nosotros éramos la espalda porque fue una guerra insular, porque en el medio estaba el mar, había barcos. Hay que recordar que el General Belgrano, en el que murieron más de 300 personas, fue hundido a 160 kilómetros de Río Grande y a 400 de las Malvinas. Entonces, esta cuestión de que entre mar y tierra no hay límites y donde hay un frente hay una retaguardia; pues nosotros éramos la retaguardia, la reserva estratégica».
El Gobierno argentino ha reconocido solo como veteranos de guerra a los excombatientes que estuvieron en las islas Malvinas, pero no a los que fueron desplegados en otras partes del país. Los veteranos cobran unas pensión y disfrutan de subsidios, bonificaciones, exenciones fiscales, becas de estudio, vivienda, trabajo y planes de jubilación. Alejandro Amendolara, abogado e historiador, especialista en Malvinas, sostiene que «Gran Bretaña ha estado en guerra toda su vida, toda su existencia como nación; entonces, tienen ya ese ejercicio para determinar las veteranías: quién es veterano, quién recibe las pensiones, el tratamiento de los familiares. En Argentina no, no hay una experiencia bélica ni de compensaciones».
La soberanía de Malvinas es una cuestión de estado en Argentina. El pasado mes de abril se celebró el cuarenta aniversario de la contienda y todavía hay 80.000 soldados que reclaman la veteranía de guerra. Son conscientes de que es una cuestión económica pero, para gran parte de ellos, más que de privilegios, es una cuestión de honor.
Operaciones todavía secretas
La guerra en el sur del país se vivió de forma radicalmente diferente al norte, donde se intercalaban las noticias de la guerra con los resultados del Mundial de fútbol, que se celebró en España en 1982.
Sin embargo la población de Río Grande vivió un auténtico estado de sitio. Había constantes controles en las carreteras, tenían que oscurecer las ventanas de las casas y los faros de los coches por la noche. Hubo varias noches de alerta roja. Los vecinos de la ciudad recuerdan especialmente la del 18 de mayo, en la que un helicóptero británico aterrizó en la Estancia Sara, próxima a Río Grande. Se trataba del Plum Duff, una primera incursión de las tropas enemigas para realizar una inspección y valorar la posibilidad de invadir la base aeronaval de Río Grande: la Operación Mikado. Esta última nunca llegó a ejecutarse porque se consideró una operación suicida.
Ambos planes continúan siendo secretos y permanecen todavía sin desclasificar, ya que implican a un tercer país: Chile. En esos años la primera ministra Británica, Margaret Thatcher, y el dictador chileno, Augusto Pinochet, eran aliados. No obstante existe abundantes testimonios sobre los hechos, recogidos en diversas publicaciones como Objetivo Exocet, escrito por el responsable de la operación, Ewen Southby-Tailyour. Los soldados del BIM1 esperaban ataques británicos, tanto por mar como por aire, y chilenos, por los pasos fronterizos del oeste.
Los primeros y los últimos caídos
Los primeros caídos en combate fueron miembros del BIM1 como Pedro Edgardo Giachino, capitán de Fragata de Infantería de Marina. Fue el primer muerto en las Islas Malvinas. Murió tras el desembarco argentino en la isla, el 2 de abril de 1982. En la actualidad su figura es cuestionada por haber participado en la represión ilegal durante la última dictadura militar argentina. Otros dos soldados del BIM1, Jorge Néstor Águila y Mario Almonacid, murieron al día siguiente, al ser derribado su helicóptero en las Islas Georgias del Sur. La última víctima de la guerra cayó, una vez terminado el conflicto, desminando los alrededores del aeropuerto de Río Grande.
Miedo, frío, viento... y honor
A la situación de estrés y contención que vivieron los soldados en Río Grande durante todo el conflicto se sumaron condiciones climáticas extremas, con fuerte viento y temperaturas nocturnas de 20 grados bajo cero. Hacer guardia en esas condiciones se convertía en una auténtica tortura. Daniel Hansen, miembro del BIM1, sufrió pie de trinchera, según relata: «Se me congeló la pierna en una de las salidas nocturnas para cuidar el perímetro del aeropuerto de Río Grande. Allá en ese momento, nadie se dio cuenta por supuesto. Me agarró el pie de trinchera y me empecé a dar cuenta a los días porque empecé a no sentirla; y se inflamaba la pierna. Metía el dedo, se hundía la piel y volvía lentamente a tener forma la pierna o a perderse el agujero».
José Luis de la Torre, presidente del BIM1, subraya que no pretenden que se les idolatre, simplemente que se les reconozca lo que hicieron.
Por su parte, Óscar Mastropierro, también miembro del BIM1, señala que es una cuestión de honor y exige un reconocimiento porque «ya van 40 años y aún estamos esperando que el Estado argentino nos reconozca. Nos pusimos bajo sus órdenes, defendimos el territorio nacional en la manera en que nuestros jefes nos dijeron que teníamos que defenderlo y nos pusimos a las órdenes del país, que era lo que correspondía y estábamos dispuestos a dar la vida. Si teníamos que ir al frente, íbamos a ir. Y bueno, ese reconocimiento no está. Yo quiero que me den el diploma que me corresponde, la medalla y que en mi DNI, en mi identificación de la Argentina diga: veterano de guerra».
Carlos Tear va más allá y subraya que «el honor es un sello demasiado fuerte como para perderlo en el primer lugar y también cuando te despojan de él tratándote de lo que no sos; o tratando de disimular lo que sos;o deformando lo que sos. Yo necesito que me devuelvan mi honor… lo quiero».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 91 (mayo 2022) de la revista Plaza
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