El autor de El club de la lucha nos presenta esta vez su particular respuesta al fenómeno de las sombras de Grey en una novela repleta de sexo, humor y delirantes giros de la trama
VALENCIA. Cuando Penny Harrigan salió de Nebraska rumbo a Nueva York para triunfar como abogada, nunca se imaginó que acabaría tirada sobre una alfombra de estilo oriental con la falda levantada y el trasero al aire, toda empapada, ruborizada y jadeando. Mucho menos que se vería en esta tesitura junto al hombre más famoso y rico del mundo, el magnate C. Linus Maxwell, más conocido como C. Li. Max o “el Gran Clímax”, una versión para adultos de El gran Gatsby. Nunca habría podido imaginar que algo tan sencillo como subir unos cafés de Starbucks a sus colegas de bufete -una de sus ocupaciones habituales- acabaría, por una estúpida pérdida de equilibrio, con ella tirada en el suelo, toda mojada de café, a los pies del hombre más poderoso del planeta, el legendario amante de presidentas, princesas, actrices de fama internacional y herederas de fortunas de incalculable valor que se encontraba en medio de un litigio con su última pareja, a la que como a todas, había abandonado exactamente tras ciento treinta y seis tórridos días.
Penny era así, capaz de tener la suerte de coincidir con alguien como C. Linus Maxwell y a la vez capaz de estropearlo todo haciendo el ridículo derramándose una bandeja de cafés moca calientes por encima. Un auténtico desastre, un fracaso más en su currículum. Últimamente se sentía en punto muerto. Sus ambiciones, pero sobre todo, su talento para materializarlas, parecían haber tocado techo. Siempre había aspirado a encontrar su propio sueño, una opción para su futuro que fuese más allá del feminismo en sí, que no fuese una meta de segunda mano, una réplica de lo que ya habían conseguido millones de mujeres antes que ella. Penny quería realizarse siguiendo un camino distinto, solo que a estas alturas ya no tenía la más remota idea de cuál. Por eso, cuando el Gran Clímax la invitó a cenar pese al desafortunado incidente en el despacho de su jefe, sintió que empezaba a despejarse.
Sobra decir que ni se planteó la posibilidad de rehusar el ofrecimiento, pese a sentir vértigo ante la perspectiva de estar en el punto de mira de la prensa mundial. Por fin la vida le daba una oportunidad, la ocasión de ser alguien, y lo hacía a través del macho alfa de la gran jauría que es la Humanidad. Lo que no alcanzaba a entender era que podía haber visto él en ella, “la chica de Omaha”, la “palurda”, como la llamaban amistosamente -o tal vez no tanto- sus compañeros de trabajo. Su físico era de lo más corriente, no era ningún genio y su vida amorosa tendía a cero. ¡Pero quién sabe! Quizás había llegado el tiempo de creer en ella misma y en su valía. Penny estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa: si esa cosa era probar en sus propias carnes los arcanos del placer, las más ocultas y misteriosas técnicas para llevar al orgasmo a una mujer, pues adelante. Si además todas esas jornadas de masturbación extrema que él le iba a procurar, tendrían como fin testar revolucionarios juguetes sexuales femeninos, mejor que mejor. Sería partícipe de un fenómeno que iba a cambiar la vida de todas las mujeres de la Tierra. El mundo estaba en sus manos. El futuro del bienestar sexual femenino se gestaba espasmo a espasmo en su entrepierna.
El sexo poco convencional y Chuck Palahniuk (Washington, 1962) son viejos conocidos. A lo largo de toda su carrera le ha dedicado páginas y páginas al tema; si en Asfixia el protagonista padecía una insaciable sed de sexo que le obligaba a acudir a terapia, en Snuff, una actriz de cine porno en el ocaso de su carrera decidía pulverizar un récord antes de retirarse protagonizando un gangbang con nada más y nada menos que seiscientos hombres. En Eres hermosa, la última novela de Palahniuk que ha llegado a nuestro país, el sexo es un vehículo para ridiculizar ciertas tendencias eróticas mainstream que parecen sacarle de quicio, así como determinadas exhibiciones de libertad que en el fondo son todo lo contrario. Desde las cincuenta famosas sombras hasta las sagas de vampiros crepusculares: Palahniuk no deja títere con cabeza. Nuestra protagonista, una becaria anónima, cae en las redes de un inquietante magnate que la lleva a conocer territorios del placer solo un poco menos intensos que los frecuentados por los cenobitas de Hellraiser. ¿Cincuenta sombras de Chuck? Más o menos, porque tras este principio paródico y sensacional, la historia comienza a retorcerse y a seguir rumbos inesperados, con sorpresas marca de la casa, menos logradas que otras veces.
Nuestro coprotagonista masculino es una especie de Batman que se ha formado por todo el planeta hasta convertirse en un superhéroe del orgasmo femenino, un Ozymandias que como el superdotado de Watchmen, también esconde un oscuro secreto. Su sabiduría, como comprobaremos, procede de los rincones más insospechados: “Me gustaría rasurarte. Eso ayudaría a que las pruebas fueran más precisas. […] Para ello usaba una fórmula especial que había perdurado durante milenios en el seno de las tribus uzbekas, una loción de aloe vera y puré de piñones que la dejaría para siempre más suave que un bebé”. Aunque Palahniuk es un escritor irregular, y eso se aprecia en este libro, que a partir de la mitad, a veces parece terminado con urgencia, no nos ha privado en este título de sus señas de identidad. Así, no falta ni su mirada afilada e irónica, ni su humor negro y escatológico, ni su predilección por las emociones fuertes -sin ir más lejos, el libro arranca con una violación-.
Dicen que en algunos sectores ha levantado ampollas, que hay quien se lo ha tomado mal. Este tipo de reacciones tampoco son nada nuevo: todos sus libros son una sátira que tiene por objeto sacar a relucir las miserias de nuestras sociedades primermundistas. El consumismo, la pérdida de la identidad, la confusión ideológica; en sus novelas hay para todos y todas, por lo que siempre hay alguien que ofende. Esta vez, Eres hermosa, con ecos a El clic de Manara -e incluso a Vagina dentata- nos enfrenta a un hilarante apocalipsis derivado de una necesaria voluntad de independencia y autoconocimiento que sin embargo, se nos acaba yendo de las manos en un quítame allá esas pajas.