VALENCIA. Al menos 42 intentos de asesinato. Y los que no se saben y no se sabrán. Hace apenas seis años el general soviético Anatoy Kulikov dio la campanada cuando reveló que Stalin bloqueó al menos dos planes para asesinar a Adolf Hitler. Los motivos por los que el dictador soviético rechazó ponerlos en práctica fueron de pura estrategia. Temía que el sucesor del tirano nazi llegase a algún tipo de acuerdo con los aliados y pusiera en peligro su dominio. Stalin tenía hasta la persona para efectuar el magnicidio, alguien que se había ganado la confianza de Hitler. El plan fue diseñado de manera escrupulosa y en dos ocasiones diferentes, una en 1943 y otra en 1944, Stalin lo paralizó. No se efectuó y Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945, ya con las tropas soviéticas cercando Berlín.
No fue la única vez que se detuvo un plan para acabar con el dictador. Los servicios secretos británicos diseñaron un plan con francotiradores, la famosa Operación Foxley, y hasta los propios militares alemanes fantasearon, idearon y en algunos casos llegaron hasta intentar acabar por las bravas con uno de los personaje más nocivos, sino el que más, de la historia del siglo XX, una centuria de por sí prolífica en miserables y también en magnicidios.
De todos estos atentados, sólo dos estuvieron realmente cerca de conseguirlo. Uno, muy conocido, ya ha sido objeto de varias aproximaciones al cine y la televisión. Fue impulsado por el coronel Claus von Stauffenberg. Se puso en práctica el 20 de julio de 1944 y si hubiera resultado eficaz habría permitido poner en marcha la operación Valquiria, que derrocaría al régimen nazi. Stauffenberg situó un maletín con una bomba accionada por detonador químico a menos de un par de metros del Führer. Un error de cálculo, la bomba se pensó para explotar en un búnker y no en una cabaña, hizo que las consecuencias de la deflagración no fueran lo suficientemente perniciosas y Hitler sólo tuviera unas heridas leves. Hasta el programa Cazadores de mitos le dedicó un capítulo. Por si fuera poco, Stauffenberg tenía además más explosivo, pero no lo empleó creyendo que no era necesario.
El otro gran atentado contra el Führer sucedió cinco años antes, e históricamente hay cierta unanimidad al considerar que podría haber evitado la II Guerra Mundial. Así, con todas las letras. El 8 de noviembre de 1939, un lobo solitario, el carpintero comunista Georg Elser, colocó una bomba en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich. Elser quería aprovechar la celebración en la cervecería del aniversario del Putsch de Múnich (el golpe de estado fallido de Hitler de 1923), ya que con ese motivo se habían reunido personalidades importantes del régimen, como Goebbels, Frank, Von Ribbentrop, Bouhler y el propio Führer. Una mera casualidad, un cambio de agenda de última hora, hizo que Hitler decidiese retirarse 13 minutos antes de lo esperado, lo que provocó que cuando la bomba estalló él no estuviera allí. Acorde a su visión neurótica de la existencia, Hitler atribuyó su suerte a la Providencia, que le había reservado un futuro de gloria para él y su nación.
La trascendencia de este intento de atentado es enorme y entra por derecho propio en los anales del what if… Es, posiblemente, uno de los y si… más notorios que se puedan mencionar. En la biografía Hitler de Marlis Steinert, la historiadora suiza de origen alemán entraba de lleno en esta elucubración que tiene poco de ficción y sí mucho de ciencia, y analizaba la hipótesis desde un punto de vista académico. “No corresponde al historiador especular sobre lo que habría ocurrido si el Führer hubiese seguido su horario habitual. Pero puesto que tal observación llama una vez más la atención sobre la importancia personal de Hitler en la existencia del nacionalsocialismo y sobre su papel en el sistema de decisión, podemos formularnos una pregunta: ¿habría tenido lugar la Segunda Guerra Mundial con todos sus horrores –incluido el genocidio de los judíos– si él hubiese muerto el 9 de noviembre de 1939? A la luz de todo lo que hoy sabemos, parece imponerse una respuesta negativa”, escribe Steinert. No es ninguna exageración pues decir que por menos de un cuarto de hora ese humilde carpintero no pudo cambiar el mundo tal y como lo conocemos.
Pese al carácter insólito de esta historia tan atractiva, ha sido poco empleada como argumento cinematográfico. Si bien se la ha mencionado en toda clase de documentales, series y telefilmes, la peculiar hazaña de Elser sólo se había tratado con detenimiento en cine en Siete minutos para morir (1989), una película dirigida y protagonizada por el austriaco Klaus Maria Brandauer. Ahora, 27 años después llega a las salas españolas una revisión de este atentado de la mano del director de El hundimiento, Oliver Hirschbiegel. El largometraje se titula 13 minutos para matar a Hitler, y se estrenó en la edición de 2015 del festival de Berlín. Está protagonizado por Christian Friedel (La cinta blanca) en el papel de Elser y le acompañan Katharina Schüttler (Hijos del Tercer Reich) y Burghart Klaussner (La cinta blanca). Sin ser una mala película, más bien al contrario, su éxito ha sido menor de lo esperado, algo que explica porque ha tardado tanto en estrenarse en España.
A diferencia del intento de asesinato de Elser, el otro gran atentado contra Hitler, el impulsado por el coronel Stauffenberg, sí ha tenido más suerte cinematográfica. Además de Valkiria la famosa versión de 2008 dirigida por Bryan Singer y protagonizada por Tom Cruise, este plan ha sido referenciado de manera directa e indirecta desde los años cincuenta en películas, numerosos telefilmes y series. La primera vez de cierta relevancia fue en el largometraje biográfico Rommel, el Zorro del Desierto (1951), protagonizado por James Mason y dirigido por Henry Hathaway. Como quiera que el famoso general alemán tuvo conocimiento del intento de atentado y no hizo nada por evitarlo, se le acusó de delito de omisión y los jerarcas nazis le ofrecieron la posibilidad de suicidarse a cambio de evitar el juicio, algo que se relata en la película.
Otra ocasión reseñable en la que se retrató este intento de magnicidio fue en La noche de los generales (1967), de Anatole Litvak. Intriga basada en una novela de Hans Hellmut Kirst, se centraba en una investigación emprendida por un coronel encarnado por Omar Sharif (un egipcio interpretando a un soldado nazi alemán, Hollywood es así) que intentaba descubrir si un general nazi había asesinado a una prostituta polaca. En un momento del largometraje, Sharif comparte confidencias con el inspector Morand, miembro de la resistencia francesa, encarnado por un impecable Philippe Noiret. Éste le informa del complot que lidera el coronel Claus von Stauffenberg durante una comida en un comedor privado en una secuencia llena de matices. “Va a haber otro asesinato y está complicado uno de sus generales pero no debería decírselo por qué, como francés, en cierta medida apruebo lo que va a hacer”, anuncia el personaje de Noiret.
La película muestra de forma precisa como el cambio de emplazamiento de la reunión salvó la vida de Hitler y frustró la operación Valquiria. Los acontecimientos se precipitan con el fracaso del atentado de Stauffenberg, pero el magnicidio, pese a su interés y su carácter dinamizador de la trama, ocupa un papel secundario y queda pronto soslayado. Concebida como un thriller al uso, La noche de los generales está llena también de sugerentes alusiones, como la secuencia en la que el turbador Peter O’Toole recorre una sala llena de “arte decadente”, en alusión a las pinturas modernas requisadas por los nazis. El personaje de O’Toole pasea por la pequeña sala cerrada sin prestar atención a las pinturas de Toulouse-Lautrec, Renoir, Modigliani o Gauguin hasta que se detiene frente a un autorretrato de Van Gogh y sufre una suerte de conmoción, entre lo teatral y lo ridículo.
La muerte de Hitler o los intentos de asesinato del dictador también han inspirado productos de muy distinto pelaje, desde subproductos a filmes comerciales al uso, sin más enganche con la realidad histórica que su ambientación en la II Guerra Mundial como un espacio estético o referencial. Entre los convencionales pueden citarse producciones como la miniserie La noche del zorro (1990) de Charles Jarrott, basada en una novela de Jack Higgins, con Michael York como Rommel. Otra de esas curiosas ficciones fue una poco conocida secuela de Doce del patíbulo (1967, Robert Aldrich).
En 1985, 18 años después del estreno de la película original, el veterano artesano Andrew V. McLaglen (Chisum, Patos salvajes, Rescate en el Mar del Norte) reunió a Lee Marvin, Ernest Borgnine y Richard Jaeckel para Doce del patíbulo: La siguiente misión. Secuela televisiva levemente inspirada en la Operación Foxley, en ella destacaba la participación del hoy casi olvidado Ken Wahl. En esta ocasión un nuevo grupo de soldados condenados liderados por Marvin debían asesinar a un general nazi que intentaba a su vez matar a Hitler. Obviando el hecho de que en apenas un año de ficción el personaje de Marvin había envejecido 20, un hito en la historia del cine, el largometraje sólo merece ser recordado por su final, en el que el personaje interpretado por Wahl tenía a tiro de su fusil de mira telescópica a Hitler y al general nazi, y debía decidir si cumplir su misión o matar al mismísimo Führer.
Otros magnicidios inventados han sido los de Winston Churchill en la artesanal y meritoria Ha llegado el águila (1976) o el del coronel Patton en la fallida Objetivo: Patton (1978). La primera fue el último trabajo de John Sturges y estaba basada en una novela (de nuevo) de Jack Higgins. Narraba el intento desesperado de un grupo de soldados alemanes de secuestrar o en su defecto matar al premier británico durante sus vacaciones en un pueblo del condado de Norfolk. Protagonizada por Michael Caine, Donald Sutherland, Jenny Agutter, Jean Marsh y Robert Duvall, entre otros, destacaba por su coherente narración y contaba con la presencia en un papel secundario del entonces famosísimo Larry Hagman, que era una estrella televisiva por la serie Dallas. Con su final sorpresa, Ha llegado el águila fue un clásico de los videoclubs españoles de los años ochenta. Por su parte Objetivo: Patton, dirigida por John Hough, estaba también basada en una novela, en este caso de Frederick Nolan, en la que se especulaba con que la muerte del general no fue por un accidente sino que se trataba de un atentado. El recientemente fallecido George Kennedy encarnaba al general Patton en un reparto en el que se encontraban actores de la talla de Sophia Loren, John Cassavetes o Max Von Sydow, que se dice pronto.
Con todo, dentro de este breve repaso a los magnicidios reales o inventados de la II Guerra Mundial, es inevitable hacer parada en una película que logró la cuadratura del círculo al reinventar el pasado. Se trata, cómo no, de una genialidad del inefable Quentin Tarantino. En su Malditos bastardos (2009) el enfant terrible del cine contemporáneo daba una vuelta de tuerca sorprendente con un final en el que se saltaba a la torera todos los libros de Historia en una doble pirueta mortal que ha sido considerada por muchos como un hallazgo, y que vino a demostrar que la II Guerra Mundial podía dar mucho de sí. Y lo que seguirá dando. Ya sea en ficción o ajustándose a la realidad, matar a Hitler será siempre una misión heroica que bien merece una película.