crítica 

Michael Spyres, Rey de Ponto, se corona en Les Arts en un brillante Mitridate de Mozart

28/11/2020 - 

VALÈNCIA. La primera de las llamadas óperas serias de Mozart, se interpretó ayer en versión concierto en la sala principal del Reina Sofía, coliseo que sigue burlando a la pandemia, y que continúa con la práctica absurda de recortar las obras del genio de Salzburgo, como hizo con Così fan tutte, sin criterio ni justificación conocida… pero no pasa nada. En cualquier caso, de la primera de las óperas de Martín i Soler, se ha pasado a esta, de quien fuera su amigo y rival, que aunque también iniciática, trae cuerpo y sello de obra de altura soberbia.

Wolfgang Amadeus Mozart, con 14 años de edad, en lugar de estar en el cole y jugar al salto de la cuerda con sus amigos, se dedicó a viajar por Europa para demostrar su absoluta genialidad sobre el teclado, y a componer óperas según le demandaban. Y cuando en Milán, el conde Firmian le ofreció el libreto de Mitridate rè di Ponto, que había elaborado Cigna-Santi, su juego fue crear una partitura plagada de belleza. Y llena también de saltos, -y no precisamente de la comba-, con los vertiginosos intervalos dedicados a los solistas, quienes tienen que demostrar una capacitación especial para la práctica de una coloratura casi gimnástica.

Mitridate Rey de Ponto es una obra iniciática, sí, pero de gran valor, por su profundidad, colorido, y brillantez, y de enorme dificultad y exigencia para los cantantes. Con estructura musical al uso y gusto del momento, de corte clásico italiano con concertante/aria da capo, casi barroca, y así sucesivamente, Mozart vislumbra una música propia, pero ya capaz para la exposición emotiva y sutil, de temas como la sinceridad, la pasión, la culpa, el castigo, el perdón, y en definitiva, el dramatismo.

El estreno de la ópera tuvo lugar con gran éxito en el milanés Teatro Regio Ducal en diciembre 1770, o sea hace exactamente 250 años. A la batuta, y al clavicordio, el jovencito autor, lo que hacía que aquel acontecimiento tuviera un atractivo especial. Nadie se lo quería perder. ¡Viva il maestrino!, gritaban… Con el paso del tiempo la partitura se extravió, como el cohete español del que Duque, -el ministro, y no el del Teatro Regio-, no dice nada, quizá porque no sepa nada. Pasados 200 años, una vez rescatada, la obra ha vuelto a subir a los escenarios, para el disfrute y gozo de los amantes de la ópera. 

Y precisamente uno de los impulsores de esa partitura, –no toda por lo que se ve-, en sus últimos años, es el propio Marc Minkowski, quien dirigió ayer en Les Arts, llevando su orquesta, Les Musiciens du Louvre, con la soltura, espontaneidad, claridad, y eficacia propia de quien se encuentra trabajando en lo que conoce bien, y con los suyos. El conjunto, en el que se incluyen instrumentos de la época, suena redondo, dinámico, preciso, y brillante. 

Minkowski fue un director con más efectividad y sabiduría, que estilo y elegancia. La utilización de la batuta no solo para los tiempos, sino también para señalar entradas y matices, puede abrir un debate sobre la utilidad del brazo izquierdo en el director de orquesta, asunto que de momento dejamos para otra ocasión. Estuvo muy atento a los solistas, a quienes no abandonó ni en los largos recitativos, haciéndolos verdaderamente expresivos. ¿Lo mejor de él? que hizo un Mozart lleno de sensibilidad.

Castrados

Cuando el joven autor pensó en castrados, no se imaginó los recortes que algunos teatros, de manera improcedente, acostumbrarían a hacer con sus partituras. Más bien lo hizo, de acuerdo con la moda, y siendo conocedor de las cualidades y capacidades vocales tan especiales de los castrati, para los que dedica 3 de los papeles de Mitridate: los hijos del Rey Sifare y Farnace, y el gobernador Arbate. Son roles que requieren flexibilidad, ligereza, y agilidad, pero al mismo tiempo volumen, fuerza, y mordiente, para un espectro sonoro de especial penetración, solo conseguida con ese tipo de voces, que ya no existen. 

Dos sopranos valientes, y un contratenor atrevido fueron los elegidos ayer para esos papeles. Sifare fue una Elsa Dreisig de voz poderosa, homogénea y de bello timbre para una partitura llena de dificultades. Vigorosa, equilibrada, expléndida, y deliciosa en su dúo con las trompas clásicas en el lungi da te. Adriana Bignagni Lesca, también soprano valerosa y de fuerza, aunque menos refinada, compuso un Arbate rotundo, demostrando su habilidad también con las agilidades. 

Ellas tienen la fiereza del castrato, pero asunto bien distinto es el del contratenor Paul-Antoine Benos-Dijan quien en el papel del pérfido Farnace, aportó su voz golpeada, destartalada, y con timbre desabrido y desigual. Su instrumento carece de armónicos, de cuerpo, de graves, y de homogeneidad, presentándose desparramada, y descontrolada, especialmente en la coloratura. Demostró en su también difícil papel, una adecuada colocación por momentos, así como cierta musicalidad.

Julie Fuchs encarnó una Aspasia interesante, pero falta de vena dramática. Con mejores agudos que graves, acometió los vuelcos de registro y agilidades constantes con verdadera eficacia, atendiendo las dinámicas para los adornos, con una musicalidad, dulzura, y gusto encomiables. La Ismene de Sarah Aristidou estuvo falta de luminosidad para el rol más amoroso de todos. La soprano lució su voz fina y de escaso volumen, practicando un canto valiente y adecuado. También Cyrille Dubois fue más que correcto en su cometido, mostrándose como un Marzio con oficio, y entregado a la causa de Roma y de la obra. 

El Rey de Ponto

El tenor Michael Spyres fue un Mitridate pleno. En el papel protagonista de runflante mandatario, se coronó ayer como el Rey de Ponto, y como verdadero rey de Les Arts. Su voz baritonal, pero de amplia extensión, es espléndida, llena de armónicos, y perfecta para la complicada y gloriosa escritura musical que abordó. Su endiablada partitura la defiende con gusto exquisito, -el que no tiene para vestir-, realizando el paso de registros con verdadera maestría, y mostrando un permanente brillo en su voz, con independencia del registro y del volumen. 

El estadounidense tiene proyección segura y fácil, y realiza con limpieza pasmosa las transiciones dinámicas de los agudos más precisos e impactantes, -dignos de la artillería más preciada, aunque puedan parecer abiertos-, a los pianos más sutiles y sobrecogedores. Hace fácil lo difícil, y además homogeneiza el color. Su vocalización es impecable, incluso en los recitativos algo desencajados por momentos, y el efecto dramático de sus intervenciones está a la altura de su más que controlado fiato.

Muchos cantantes así quisiéramos ver por el Reina Sofía, porque son los que te hacen sujetarte a la butaca.

El muy joven Mozart demostró sabérselas todas al componer Mitridate. No aportó con ella innovación alguna, pero demostró ser ya entonces un músico integral, con conocimiento avanzado de la armonía, las tonalidades, las melodías, los instrumentos, y las voces. Con ellas, con las voces, juega como un niño. De 14 años. Y les regala coloraturas, artificios, y adornos, en ese su preámbulo glorioso que brilló ayer en Les Arts


FICHA TÉCNICA

Palau de Les Arts Reina Sofía, 26 noviembre 2020

Ópera versión concierto. MITRIDATE

Música, Wolfgang Amadeus Mozart

Libreto, Vittorio Amedeo Cigna-Santi

Dirección musical, Marc Minkowski

Orquesta, Les Musiciens du Louvre

Mitridate, Michael Spyres. Aspasia, Julie Fuchs. Sifare, Elsa Dreisig 

Farnace, Paul-Antoine Benos-Dijan. Ismene, Sarah Aristidou

Marzio, Cyrille Dubois. Arbate, Adriana Bignagni Lesca

Noticias relacionadas