La experiencia de este activista irlandés trata de arrojar luz sobre una alternativa que en algún momento de nuestras vidas todos nos hemos planteado, ¿cómo sería vivir sin dinero?
Pongamos que un hipotético señor Smith tiene cien monedas de oro bajo un colchón. El escondite no le parece el idóneo, así que lo guarda en un banco, hasta ese momento, vacío. Cuando el señor Smith abandona el banco, entra un tal señor Jones solicitando un préstamo. El banco le presta noventa monedas de oro de las depositadas por el señor Smith, dejando diez por si este desease retirar algo de efectivo. El señor Jones, feliz, se marcha y se gasta las noventa monedas en la panadería del señor Hornero. Este, sintiéndose inseguro con semejante cantidad de dinero encima, decide hacer lo más sensato, que es guardar sus noventa monedas de oro en el banco. Ahora el banco tiene, por arte de deuda, ciento noventa monedas de oro donde antes había cien, y antes, nada. El señor Jones, además, tendrá que devolver lo recibido con intereses -y en un futuro, el señor Hornero, comisiones y costes de mantenimiento-. ¿Qué ha ocurrido? Simple y llanamente acabamos de asistir al nacimiento del despropósito global en el que ahora vivimos, un inconmensurable jaleo de números que podría considerarse la mayor estafa piramidal de todos los tiempos, si no fuese porque ya tiene nombre: es nuestro sistema económico, y lo tenemos perfectamente estudiado, asumido y engrasado.
Por supuesto, Boyle no lo hizo de un día para otro; en primer lugar porque algo así es prácticamente imposible si uno quiere mantener un mínimo bienestar, y segundo, porque necesitaba planificarlo bien para que su experiencia sirviese como ejemplo a otros a través del libro que ahora mismo nos traemos entre manos. En este reportaje novelado, en esta crónica autobiográfica que ha aterrizado en las estanterías de nuestras librerías recientemente, Boyle nos narra todas las fases de su proeza, desde los preparativos hasta la culminación de la misma, haciéndonos partícipes en todo momento de las tremendas dificultades que una aventura así supone, y no solo a nivel técnico, sino también emocional. Pese a que los medios se hicieron eco masivamente de su experimento desde el inicio, y pese a que todos hemos fantaseado alguna vez con la posibilidad de poder hacer algo así, la acogida, como siempre ocurre en estos casos, generó una respuesta muy polarizada del público general, y una serie de inconvenientes y exigentes sacrificios emocionales a nivel personal. Un reto de tal envergadura suele conducir a la incomprensión y a la soledad, y aunque Boyle se haya encargado de crear un libro eminentemente optimista, no es difícil adivinar cómo se sentiría muchos de esos trescientos sesenta y cinco días en los que recorrer una distancia de treinta kilómetros para ver a sus amigos, requería montar en bicicleta casi a oscuras sobre carreteras cubiertas de hielo. Pocas pintas merecen sesenta kilómetros de gélido invierno británico.
Resulta asombroso lo mucho que se complica hasta lo más básico cuando te has planteado no gastar ni un céntimo. Parece algo evidente, pero no lo es. La experiencia de Boyle, especialmente a la hora de planificar el proyecto, es muy didáctica en ese sentido; podemos intuir la dificultad del asunto, pero es que esta dificultad resulta ser muchísimo mayor de lo que creíamos adivinar. Gracias a sus ingeniosas soluciones, y a las de otras personas que antes que él ya han sacado de sus vidas el fantasma del dinero y las deudas, conoceremos la utilidad de una estufa cohete, valoraremos la funcionalidad de un baño seco ecológico, sabremos qué plantas silvestres pueden servir para sustituir al té -por ejemplo, las ortigas- y en definitiva, aprenderemos que muchas de esas opciones de las que hacemos uso a diario disponen de alternativas a nuestro alcance mucho más sostenibles. Vivir sin dinero cumple la función de manual de supervivencialismo o survivalismo en muchas de sus páginas.
El objetivo final de Boyle, sin embargo, no es defender las virtudes de una vida sostenible repleta de rigores; su meta no es ensalzar el ascetismo ni la austeridad, sino plantar cara al argumento de que no hay otra manera. Boyle no aboga por una civilización al completo de humanos viviendo en caravanas y proveyéndose de energía mediante precarias dinamos del siglo pasado. Eso es lo que a él le toca dado que su vecindad, varios miles de millones de congéneres, consideran que es un lunático o un excéntrico. Su propuesta es digna de ser leída, entendida y atendida, puesto que pone de manifiesto algunas hirientes paradojas de nuestro way of life, como el hecho de que un agricultor pase horas produciendo toneladas de alimento para malvenderlo al por mayor a un precio irrisorio, para con el dinero recibido, comprar alimento a un precio muy superior al que debería pagar; o como que haya gente que coja el coche para ir a un gimnasio a hacer bicicleta estática. Sin duda, el dinero muchas veces es ese muro que se interpone entre nosotros y el sentido común.