Esperando a alguien en la calle, con el café, leyendo la prensa, después del sexo, con una cerveza, con una copa, para afrontar un problema; el tabaco ofrece un sinfín de placeres, incluido el de la recaída
VALENCIA. Este libro es una trampa, cuidado. En él no encontraremos una seductora defensa del hábito de fumar; tampoco una condena del mismo basada en hechos científicos, ni la mirada comprensiva aunque crítica hacia la adicción de un ex-fumador. En Nicotina, del alemán Gregor Hens (Colonia, 1965), no vamos a recibir una clase magistral sobre los efectos nocivos del tabaquismo en nuestra salud o la de nuestro entorno, ni seremos testigos de una defensa enfermiza del carpe diem basada en las múltiples maneras de abandonar el mundo a las que estamos todos expuestos. Efectivamente, podemos ser víctimas de un sinfín de circunstancias letales -algunas muy previsibles, otras no tanto-, pero que el tabaco mata, es algo que nadie en sus cabales pondría en tela de juicio hoy en día. El tabaco es un veneno -muchos, de hecho- que el fumador se mete entre pecho y espalda con una embriagadora sensación de plenitud; quien ha fumado lo sabe, hay pocas cosas como la primera calada a un cigarro que está tardando demasiado en llegar. O como la que acompaña a la sobremesa, a un trayecto en coche en solitario con la ventanilla bajada o a una espera de varios minutos. Yo tenía una amiga que incluso medía en cigarros fumados las distancias entre chalets en la urbanización en que vivía.
El tabaco es una ilusión de bienestar y a la vez un bienestar real, una corriente de placer muy vívida para el adicto. También es algo repulsivo para el no fumador, y un recuerdo con aroma a juventud y despreocupación para quien ha escapado del vicio. El tabaco también puede ser la antesala de una muerte agónica o nada de eso. Hay deportistas de élite que fuman y mueren a causa de ello y también los hay que no, que sobreviven al tabaco pero no a otras amenazas; médicos que no fuman y mueren de cáncer de pulmón y otros que sí lo hacen y también mueren de cáncer de pulmón. Hay quien lleva fumando desde los trece años, lo cuenta con orgullo y se marcha de la existencia sin haber tosido ni una sola vez y quien habiendo fumado desde bien temprano también, y viviéndolo también con orgullo, acaba condenando a sus hijos a un asma del que no se desharán nunca. Puede que estos asmáticos, pese a saber que sus padres fumaron mientras eran ellos gestados, fumen también. O puede que no. ¿A dónde conduce toda esta confusión? ¿Qué es Nicotina, de Hens, y qué son todas estas situaciones que hemos planteado?
El mundo del tabaquismo es algo confuso para quien fuma y para quien no lo hace. Quien no ha fumado en su vida es incapaz de entender cómo inhalar un humo repleto de elementos tóxicos puede provocar placer alguno. No le falta razón para sentirse desconcertado, y también le falta toda. Para el fumador, resulta bastante incomprensible no haber dado una calada a un cigarro en toda una vida. Porque desde que tenemos cierta edad, al menos en nuestro país -y en muchísimos otros, por no decir en casi todos-, un cigarro está tan al alcance de la mano como un refresco. Tal vez antes de cierta edad no podamos comprarlo, pero seguro que algún familiar fuma, y podemos robárselo. Un no fumador -no confundir con un ex-fumador- seguramente se sentirá horrorizado antes determinadas prácticas habituales de muchos fumadores, por no hablar ante las iniciaciones familiares al tabaco, tan comunes y tan tradicionales -véanse los banquetes en bodas, comuniones y bautizos-. Un poco más de confusión: hasta hace nada se podía fumar en los autobuses y en las tiendas. En los hospitales y en las universidades. Muchos profesores fumaban dentro de las aulas en secundaria. Y en primaria. Esto no es que horrorice ya a un no fumador o a un activista anti-tabaco, esto es algo que nos horroriza por consenso a la mayoría. Imaginemos el panorama: uno está sentado cómodamente en el autobús en un trayecto de horas, siente la necesidad, se enciende un cigarro y expele toda una densa nube de humo que ha pasado por sus pulmones y otros órganos en el cogote del pasajero del asiento de enfrente. Impensable ahora. Antes, lo más normal. ¿Cómo hemos cambiado tanto?
El mundo del tabaquismo, y en general, de otras muchas adicciones, no es confuso porque no sepamos sus consecuencias. A estas alturas del partido, eso es algo que está clarísimo. Lo es por la multiplicidad de situaciones contradictorias que generan, a nivel personal y a nivel colectivo. Las adicciones encierran en su propia naturaleza un perverso juego de paradojas que Hens ha sabido compilar a la perfección en este libro que, lo diremos ahora, no es una cosa ni la contraria, sino algo más complejo: Nicotina es como ese cigarro que se empleaba como medida de tiempo de un servicio de prostitución, ese que se encendía y se dejaba sobre un cenicero hasta que se consumiese. Ese cigarro era la encarnación del placer y la sensualidad, sin llegar a fumarse siquiera. Este es un libro que evoca el placer de fumar a veces, pero otras no, que lo evoca si se ha sido fumador, o no. A muchos puede que les traiga malos recuerdos en según qué momentos, o que les genere tensión. Este libro es como ese cigarro consumiéndose en un burdel porque una vez empiezan a correr las páginas, sabemos que el último capítulo llegará y no nos deparará nada más cierto que un final y lo que nosotros hayamos querido hacer en medio. Así es, y no de otra manera.
Por eso quien espere encontrar un manual de autoayuda, que vuelva a dejar este libro publicado por Alpha Decay en la estantería. Que lo deje también, que abandone la idea de adquirirlo, quien espere encontrar un final feliz o una moraleja, porque no hay final feliz, ni triste. Dice Hens que la adicción al tabaco es el gran tema de su vida: “no importa en qué lugar de la superficie rasgue, que siempre termino con los cigarrillos, con la nicotina, con una adicción que me ha dominado y tenido agarrado la mayor parte de mi vida. Fume o no, mi personalidad es la de un fumador, mi historia está transida de cigarrillos y mi cuerpo no ha olvidado ni de lejos lo que llevo años exigiéndole que olvide. La vida que he llevado está hasta tal punto llena de humo que tengo que acercarme mucho a ella para llegar a distinguirla”. Dice que ya no fuma, al menos, eso aseguraba en el transcurso de la creación del libro. Tampoco es de extrañar que a pesar de toda una vida de adicción lo haya conseguido, si atendemos a esas palabras que se le atribuyen a Mark Twain: “dejar de fumar es la cosa más fácil del mundo; yo mismo lo he dejado cientos de veces”. En ocasiones nada provoca más placer que la recaída.