VALÈNCIA. Para los expertos dejo la cita exacta de todas las pedanías de la ciudad de València porque, seamos sinceros, hay un cierto velo de ignorancia sobre su realidad por el resto de una ciudad ensimismada en sus cosas domésticas. A la mayoría nos bailan algunos nombres que creemos municipios independientes, o bien creemos que son pedanías lo que son barrios. Debo reconocer que hasta hace un par de años no había pisado los núcleos rurales de Mahuella y Tauladella sumergidos en la más profunda horta nord, y la sorpresa que me causó la encantadora y la tranquilísima plaza de San Benito sita en el primero y la humilde ermita dedicada al Santo italiano.
Pese a una difícilmente evitable anarquía constructiva que lleva aparejada la prosperidad del último medio siglo, las pedanías del norte, felizmente asediadas por una huerta salvada por la campana, entorno que caracteriza en mayor medida a estas respecto a las del sur, me despiertan una rara y personal atracción. Considero irresistible esa sensación de estar en un entorno más propio de la arcadia feliz, con, todavía, hechuras de pueblo, en el que hasta los sonidos del día a día son tan distintos a los de la urbe pura y dura. Y lo que es más potente: esto sucede a poco más de diez minutos de mi casa desde la que escucho a la campana Miquel citar las horas bajo la espadaña de nuestro campanario más emblemático. Eso tiene vivir en Valencia. En este caso sin salir administrativamente de ella, puesto que las pedanías forman parte de la metrópoli, como lo hace cualquier otro barrio, aunque con alcalde pedáneo.
Las pedanías, como algún barrio ya enteramente absorbido por la ciudad como Ruzafa o Patraix, guardan en común que la casi totalidad de éstas anclan su origen en una alquería andalusí. Recordemos que la tipología original de la alquería era el de un conjunto de construcciones, a modo de comunidad rural formada por varias familias, destinada a la explotación agrícola y ganadera. Es a partir del siglo XV cuando se le da una acepción más “arquitectónica” es decir, de una tipología constructiva propia de la huerta valenciana, aunque se trate de una sola casa aislada. Las más importantes presentaban cierta impronta de casa noble o palaciega y otras un aspecto más humilde. En consecuencia, las actuales pedanías de nuestra ciudad, algunas independientes hasta entrado el siglo XIX que se anexionan a la ciudad, no son asentamientos de nueva planta creados en la modernidad, Revolución Industrial o con el desarrollismo del siglo XX, sino bien al contrario y por eso me niego a equipararlas con las ciudades dormitorio. Tras la gran ciudad, cuya fundación hay que encontrarla en el 138 antes de nuestra era, son las actuales pedanías los núcleos más antiguos pues las más tempranas ya se citan entre los siglos XI y XIII. Son los casos de Benifaraig fundada a finales del siglo XI, Carpesa, Borbotó, Massarojos o Casas de Bárcena; todas estas de una toponimia de indiscutible origen árabe, sin embargo, de incierto y misterioso significado, dando lugar a toda clase de especulaciones.
En estos artículos no nos solemos salir de nuestro negociado que no es otro que el patrimonio histórico y artístico, pero es difícil sustraerse, en el entorno de las pedanías, de la todavía existente impronta rural y medioambiental, aunque, ciertamente, esta haya sido diseñada y configurada por la acción el hombre, creando uno de los paisajes más idílicos del Mediterráneo como es una huerta, la de València, surcada irregularmente, como el craquelado de un antiguo cuadro, por una interminable red de acequias, unas más importantes o principales y otras más humildes, ramales de la principal. Toda esta forma de estar en el mundo configura a su vez un patrimonio etnográfico y oral de enorme importancia que conviene ya no sólo proteger sino recuperar.
La imagen de estas pedanías es indisociable a la de la iglesia y su campanario, y la podemos visualizar gozosamente porque la altura de cornisa de las casas del entorno no suele ser muy elevada, contrariamente a lo que acontece en la ciudad en la que estas torres a penas sobresalen en un entorno intimidatorio de altos edificios. En Borbotó no debemos pasar por alto la obra que significa el canto del cisne de Antonio Gilabert, máximo exponente del Neoclasicismo arquitectónico en nuestro ámbito geográfico, no olvidemos que es el autor entre otras muchas actuaciones de la decoración neoclásica de la Seu valenciana. Se trata de la parroquia de Santa Ana, que exhibe esa fachada despojada de toda ornamentación propia del precedente Rococó en beneficio del orden y la proporción del nuevo clasicismo. El juego visual en dos colores que recrea la fachada puede hacernos recordar, acertadamente, otras iglesias como la de San Sebastián en la calle Quart, frente al Jardín Botánico, aunque esta hay que reconducirla a la primera mitad del siglo XVIII. Conserva un retablo del misterioso Maestro de Borbotó, un artista todavía por estudiar que trabajó en la València de la primera mitad del siglo XVI y que para algunos investigadores podría identificarse con el pintor llamado Martí Cabanes artista documentado entre 1514 y 1530.
De Casas de Bárcena podemos citar aquello que todavía está y aquello de lo que hoy carece y que ha modificado su paisaje arquitectónico. Lo que está es la encantadora ermita de la Virgen del Pilar de mediados del silo XVIII, encalada en blanco y con un pintoresco pozo en la fachada. Hoy sin embargo en Casas de Bárcena como en muchas de las pedanías nos faltan las 73 barracas que se citaban expresamente en el siglo XIX en una descripción detallada de esta población.
Evocadora es la esbeltez de las torres de la iglesia de los santos Abdón y Senen en Carpesa y de la iglesia parroquial de Massarojos de finales del siglo XIX pero construida, esta última, con un gusto neoclásico. La característica que la hace única en la zona es que está enteramente construida en piedra tallada lo que le confiere un aspecto más de la severidad del siglo XVII que de finales del XIX. El material empleado en este caso no es extraño puesto que Massarojos era conocida por entonces por unas pequeñas canteras de piedra que suministraban a la zona. El campanario de la iglesia de la Magdalena en Benifaraig posee una de las campanas más antiguas de estas pedanías concretamente de 1721 y de esta iglesia además podemos saber con bastante exactitud la fecha de su construcción puesto que en la portada sobre el dintel de la puerta en un sillar de piedra aparece tallada la inscripción “Ave María 1686”.