¿Y TÚ QUÉ MIRAS? 

Películas sobre el deporte para tiempos de Olimpiadas

26/07/2024 - 

VALÈNCIA. Dos atletas corren al límite de sus fuerzas, intentando superarse el uno al otro, para llegar a la meta. Es un final de carrera épico, a cámara lenta, con música intensa in crescendo. Esta es una de esas imágenes que, inevitablemente, evocamos si pensamos en deporte, un cliché que tenemos incrustado en el cerebelo y que pertenece al cine, como tantos otros clichés. En concreto, a la película Carros de fuego (Chariots of fire, Hugh Hudson, 1981), un film que contaba la confrontación en 1920 de dos atletas británicos durante su preparación para los Juegos Olímpicos.

Es de esperar que, en las Olimpiadas que ahora comienzan, habrá muchos momentos que nos recordarán este de ficción (aunque basado en la realidad), y que, en nuestra cabeza, incorporarán la famosa melodía de Vangelis, autor de la banda sonora. Es más, seguro que, en algunos momentos de la retransmisión, en algún anuncio, promo o avance, esa melodía sonará sobre imágenes en ralentí.

Y eso que el cine y el deporte no forman tan buen tándem como podría suponerse. La competición, la confrontación, el afán de superación, el componente físico, la disciplina, el espíritu de equipo, la representación del cuerpo humano, la emoción, son temas que, a priori, encajan en un tratamiento cinematográfico. Sin embargo, no hay muchos títulos memorables dedicados al deporte. Quizá porque, en el caso de algunas especialidades, especialmente las de equipo, tipo fútbol, baloncesto, rugby, etc. no es fácil integrar las características del juego o su ritmo a las necesidades de un relato fílmico.

En general, en el cine, el deporte no suele ser un fin en sí mismo, sino y sobre todo una metáfora o un recurso para contar algo en lo que la práctica deportiva funciona como herramienta, bien sea para la autosuperación, el triunfo, la salida del fracaso o la culpa. La necesidad de redención de los personajes, como en Días de fútbol (David Serrano, 2003); la afirmación identitaria en Quiero ser como Beckham (Bend It Like Beckham, Gurinder Chadha, 2002); la parálisis vital, que es la de toda una generación, en El miedo del portero ante el penalti (Die Angst des Tormanns beim Elfmeter, Wim Wenders, 1972); la necesidad de salir de la miseria en La soledad del corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner, Tony Richardson, 1962); la búsqueda de la integración en Llenos de gracia (Roberto Bueso, 2022).

Mención aparte merece el boxeo, cuya representación en el cine constituye prácticamente un subgénero. Son relatos, generalmente de índole melodramática, de superación y caída, de éxito y fracaso; en muchos de ellos el boxeo aparece asociados a los bajos fondos, a ambientes sórdidos, a la corrupción, a entornos criminales o miserables o ambas cosas, No son pocos los títulos, sobre todo del Hollywood clásico, que forman parte del cine negro o lindan con él, como Más dura será la caída (The Harder They Fall, Mark Robson, 1956), El beso del asesino (Killer Kiss, Stanley Kubrick, 1955) o Cuerpo y alma (Body and soul, Robert Rossen, 1947). 

Las peleas son físicas, y ahí la fotografía, el encuadre y el montaje pueden lucirse, pero también altamente metafóricas. Los golpes del boxeo son los golpes de la vida y las heridas y moratones emblemas de la peripecia vital del personaje protagonista: la redención a través del castigo corporal y el afán de superación expresado mediante la lucha cuerpo a cuerpo. Hay donde elegir: Toro salvaje (Raging Bull, Martin Scorsese, 1980), The Fighter (David O. Russell, 2010), Fat City (John Huston, 1972), Rocky (John G. Avildsen, 1976), Young Sánchez (Mario Camus, 1963Ç), Alacrán enamorado (Santiago Zannou, 2013), Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004), etc.

Algunas hazañas deportivas, que en muchos casos trascienden ese ámbito y tienen trascendencia política y social, alimentan al cine: Invictus (Clint Eastwood, 2009) y la victoria de la selección sudafricana de rugby tras el final del apartheid, Ellas dan el golpe (A League of their Own, Penny Marshall, 1992), sobre la llegada de las jugadoras femeninas al béisbol durante la II Guerra Mundial, La batalla de los sexos (Battle of the sexes, Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2017) en torno al enfrentamiento entre Bobby Riggs y la tenista Billie Jean King en reivindicación de la igualdad de las mujeres, o Rush (Ron Howard, 2013), sobre la rivalidad entre James Hunt y Niki Lauda en el automovilismo. Y por supuesto, los biopics, más o menos hagiográficos, según los casos: Huracán Carter (The Hurricane, Norman Jewison, 1999), Gentleman Jim (Raoul Walsh, 1942), El orgullo de los Yankees (The Pride of the Yankees, Sam Wood, 1942), Yo, Tonya (I, Tonya, Craig Gillespie, 2917) y tantas otras.

¿Y qué pasa con las Olimpiadas? ¿Cómo las ha tratado el cine? Pues no muy bien, la verdad, si exceptuamos la gran película sobre los Juegos Olímpicos, extraordinaria se mire como se mire, solo que más bien nazi. Me refiero, por supuesto, a Olimpiada (Olympia, 1938), el deslumbrante documental de Leni Riefenstahl, que constituye un hito cinematográfico por su estética y su espíritu artístico y vanguardista. El primer largometraje filmado en unos juegos, en este caso los de Berlín en 1936, estaba concebido como una glorificación de la superioridad de la “raza aria”, pero ha acabado convertido en una exaltación del movimiento, de la belleza del cuerpo humano, no solo “ario” y sus capacidades, con un altísimo nivel de abstracción visual.

Por su parte, el atleta que le amargó los Juegos de Berlín a Hitler y los nazis, el afroamericano Jesse Owens, también cuenta con su propio biopic, la convencional El héroe de Berlín (Race, Stephen Hopkins, 2016).

Más allá de la excepcionalidad de la polémica y compleja Olympia, tenemos otros documentales de interés, como Tokyo Olympiad (1965), de Kon Ichikawa, o Visions of Eight (1973), una obra colectiva dirigida por Miloš Forman, Arthur Penn, Claude Lelouch, John Schlesinger, Mai Zetterling, Kon Ichikawa, Yuri Ozerov y Michael Pfleghar, sobre los Juegos de Munich. Y precisamente esos Juegos han sido protagonistas por motivos extradeportivos, en concreto, el atentado contra la delegación israelí y la posterior respuesta del Mossad, hechos reflejados en Munich (Steven Spielberg, 2005).

Y para acabar, una mirada al futuro, porque parece que el deporte, según el cine, jugará un papel esencial en ese porvenir distópico que las películas se empeñan en mostrar. Claro que será una competición deportiva a vida o muerte, donde no se trata de ganar medallas, sino de sobrevivir. En estas distopías, el papel metafórico del deporte alcanza todo su esplendor como expresión de la organización social y su valores: Rollerball (Norman Jewison, 1975) y su remake de 2002 a cargo de John McTiernan; La carrera de la muerte del año 2000 (Death Race, Paul Bartel, 2000); Battle Royale (Kinji Fukasaku, 2000); Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno (Mad Max, Beyond Thunderdome, George Miller, George Ogilvie, 1985) y, por supuesto, la saga de Los juegos del hambre (The Hunger Games).