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al otro lado de la colina / OPINIÓN

¿Qué queda de la ya centenaria revolución bolchevique?

Algunos verán en la revolución comunista de octubre de 1917 un episodio lejano propio de bibliotecas y de libros de Historia; para otros un referente por el que enarbolar la bandera de la protesta. Pero... ¿qué queda de ella en la actualidad?

25/11/2017 - 

Las implicaciones que conlleva el título y la entradilla del artículo son amplísimas. Darían para varias tesis doctorales. En estas líneas vamos a dar unas pinceladas de lo que fue y ha sido la revolución de los soviets, pues es de justicia histórica rememorarla antes de que acabe noviembre (dado lo poco que se ha tratado y sus grandes repercusiones), pero ya saben la victoria tiene muchos padres, pero la derrota (como fue la caída del muro de Berlín) es siempre huérfana.

En primer lugar la revolución soviética está repleta de prejuicios, presunciones y medias verdades; para empezar no es la de octubre sino que fue en noviembre, si hablamos desde nuestra perspectiva cronológica del calendario gregoriano, pues el golpe final bolchevique fue del 6 al 7 de noviembre (24 y 25 de octubre del calendario juliano).

Por otra parte, para su ideólogo, Karl Marx, era una revolución impensable pues se dio en un país agrícola y campesino –Rusia-, en lugar de producirse en un país industrial y proletario como Inglaterra donde hubiera sido más lógico que se implantase el socialismo marxista, pues por ejemplo fue donde se publicó por primera vez el Manifiesto del Partido Comunista, en 1848, de Marx y Friedrich Engels.

Pero avanzando en el análisis y aplicando a sensu contrario la técnica EBO, Effects-Based Operations u Operaciones basadas en efectos (muy de moda, aunque fuera pasajera, para los estrategas anglosajones al inicio del siglo XXI), esta revolución resultó un fracaso finalmente en su triunfo en Rusia, y casi para la Historia, sino fuera por China.

Primero fracasó, pues su éxito en lugar de ser un arma o instrumento de liberación de la clase proletaria rusa, fue una arma en manos de su enemigo en ese momento de la Primera Guerra Mundial (IGM), la Alemania del II Reich, con la que doblegó a Rusia y puso fin al frente del este, a través del Tratado de Brest-Litovsk firmado en marzo de 1918 entre alemanes y bolcheviques (de hecho Alemania ¿permitió o alentó? el viaje de un exiliado Vladímir Ilich Uliánov alias Lenin —¿les suena?— desde Suiza a Rusia en la primavera de 1917).

Por otra parte, desde un análisis político, en lugar de alcanzar el paraíso socialista de una democracia popular poliárquica se alcanzó una forma patológica de gobierno desde una perspectiva aristotélica. Pues ya saben cómo Aristóteles dividía las formas de ejercer el poder en Monarquía, el gobierno de uno que degeneraba en Tiranía; después la Aristocracia, el gobierno de los mejores que decaía en la Oligarquía, gobierno de unos pocos que responden a sus intereses; o Democracia, el gobierno del pueblo que era sustituido por el demagogo, un conductor o dirigente que manipulaba al pueblo. Y ya saben cómo acabó la revolución soviética, dirigida por un tirano, Josef Stalin, en beneficio de la oligarquía del Politburó del partido Comunista, y que gobernaba demagógicamente la URSS.

Después, para mayor abundamiento, vinieron sus reacciones termidorianas conservadoras con otras formaciones políticas, como el del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores de Adolf Hitler o los Fascios de Combate del ex socialista Benito Mussolini, y en las que el antiguo anarco-maoísta del 68 francés Stephane Courtois veía cierto continuismo. “El grado y las técnicas de violencia masiva fueron inaugurados por los bolcheviques y (…) los nazis se inspiraron en su ejemplo” y que sustituyeron la “guerra de clases” por la “guerra de razas”.

Tras la IIGM, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas expandió su influencia por el mundo con tres grandes hitos: ocupó prácticamente media Europa, el triunfo de la revolución comunista en China tras su guerra civil, y la victoria de los movimientos marxistas de Liberación Nacional en los procesos de descolonización de los años de posguerra , principalmente los años 60. Pero he aquí que acaeció el fin de la guerra fría, con la caída del Muro de Berlín (noviembre de 1989), la desaparición del Pacto de Varsovia (julio de 1991) y la desintegración de la URSS (diciembre de 1991), por lo que el Kremlin, el gobierno de Moscú, perdió un tercio de su territorio y un 50% de su población, haciendo exclamar a Vladímir Putin que “la caída de la Unión Soviética ha sido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.

Tras este trágico final para los soviets, la mayoría de países que estaban en su órbita o bajo su ocupación dejaron de lado la revolución comunista, a excepción de tres símbolos fundamentales para el bloque antagónico de Occidente: la hermética Corea del Norte del Kim Jong Un, o esa dictadura comunista hereditaria asiática que, a la par que mantiene en la miseria a sus ciudadanos, se enroca en bélicos desafíos a sus vecinos, incluida la nación más poderosa de la tierra, los USA; la Cuba de los Fidel-Raúl Castro, otro régimen hereditario que actúa como faro de la revolución para algunos países como la Venezuela bolivariana en descomposición y enfrentamientos civiles de los Hugo Chavez y Nicolás Maduro; y, finalmente, la República Popular China donde Xi Jinping ha alcanzado el poder de Mao Zedong (que no su gloria), que empieza a ejercer su liderazgo como contra palanca geopolítica de los USA en el mundo. Eso sí, con el apoyo de una renovada Rusia, sobre todo en su poder militar, que por otra parte, ya vuelve a negociar con Cuba el tener bases militares en la isla caribeña a escasos kilómetros de Estados Unidos. 

Ha sido así como en la Cámara Alta rusa, a principios de este noviembre, se ha tratado la "necesidad" de disponer de una presencia militar permanente en Iberoamérica y Asia. Ya saben aquello de que los pueblos que olvidan su historia tienden a repetirla; pues parece también que va a ser aplicable a la aldea global.

Para ir finalizando un comentario, también basado en la técnica EBO: las revoluciones desde la perspectiva histórica para la Humanidad no son ni buenas ni malas (¿qué sería de nosotros sin la revolución Neolítica?); son inevitables en muchas ocasiones, cual enfermedad que ataca al cuerpo social y que, si se sabe contrarrestar, sirve para que éste sobreviva y salga fortalecido y mejorado.

Porque sin la revolución marxista, ¿habría existido Estado del Bienestar? Pues parece que siguiendo el razonamiento de Arnold Toynbee del estímulo y respuesta —challenge and response— la respuesta quizás sería no. Fíjense lo que ya decía el Canciller de Hierro Otto von Bismarck, en su discurso del 17 de noviembre de 1881: "[…].la superación de los males sociales no puede encontrarse exclusivamente por el camino de reprimir los excesos socialdemócratas, sino mediante la búsqueda de fórmulas moderadas que permitan una mejora del bienestar de los trabajadores"; incluso el Papa León XIII en su Encíclica Rerum Novarum de 1891, en su punto primero, hablaba del prurito revolucionario y como superarlo.

Y, ya lo aventuró John Stuart Mill, el pensamiento occidental, eminentemente cristiano, del siglo XVIII casi muere de éxito. Por lo tanto cuidemos y protejamos, a la par que exijamos, lo mejor de nuestras formas de vida y sistemas de valores democráticos para poder seguir disfrutando de los Estados de Derecho y del Bienestar en los que vivimos en Occidente.

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