Seguro que no dan crédito a sus ojos cuando lean esto, pero hay que decirlo: hubo una época oscura y tenebrosa en la que malvados dirigentes políticos hacían coaliciones en los despachos, en los reservados de los restaurantes, para alcanzar el poder frente a la lista más votada. En lugar de dejar gobernar al más votado, estos sinvergüenzas utilizaban la aritmética que les decía, por ejemplo, que 8+9 es más que 14. ¿Pueden creerlo?
Pues sí: así es. Hay gente por ahí, en nuestras calles, en nuestros carriles bici, que piensa que es factible hacer coaliciones para escamotearle la victoria a la lista más votada. Como dicha lista solía ser la del PP, desde este partido insistieron machaconamente, durante años, en que había que "dejar gobernar" al más votado, como si hubiera un clamor popular favorable a dicha práctica. Incluso amagaron con reformar la ley electoral para que una mayoría del 35% otorgase automáticamente la alcaldía de un municipio (casualmente, el tipo de mayoría "aplastante" a la que en aquel momento aspiraba el PP en muchos sitios).
Pero esos tiempos corresponden al pasado. Momentos de feliz bipartidismo en los que, en efecto, había partidos que a menudo ganaban las elecciones con mayorías ligeramente superiores al 35% de los votos y, pese a ello, no lograban gobernar. El caso más conocido es el de... Clementina Ródenas, alcaldesa de València del PSPV, que perdió la alcaldía en 1991 merced a un nefando pacto de perdedores entre González Lizondo, de UV, y Rita Barberá, del PP, a la que le faltó tiempo para hablar de los privilegios de la lista más votada desde el preciso instante en que logró serlo.
Ahora, las cosas han cambiado mucho. Es improbable que nadie logre en una gran ciudad una mayoría superior al 35%, y parece inevitable tener que pactar. Tomemos el caso, de nuevo, del ayuntamiento de València. Ahora mismo, de las siete candidaturas o protocandidaturas en liza, al menos cuatro de ellas aspiran razonablemente a ser la más votada. Son los casos de María José Catalá (PP), Joan Ribó (Compromís), Fernando Giner (Ciudadanos) y Sandra Gómez (PSPV).
Además, otras tres candidaturas en liza, las de María Oliver (Podemos), Rosa Albert (Esquerra Unida) y un candidato por determinar entre la galería de galácticos de la derecha reaccionaria valenciana que están sopesando en Vox, tienen claras posibilidades de entrar en el consistorio, superando la barrera del 5%. Podemos y EU están a expensas de ver si se presentan conjuntamente (en cuyo caso es seguro que entrarán) o por separado. En 2015, València en Comú obtuvo un 9,8% de los votos. Pero eran otros tiempos, cuando Podemos era una fuerza emergente. Ahora es un partido en crisis, y ya veremos con qué alcance.
Esquerra Unida se quedó en 2015 a las puertas del Ayuntamiento, con un 4,71% de los votos. Con sacar ahora un poco más, le bastaría para entrar en solitario... pero esto no es en absoluto seguro, claro. Por otra parte, habrá que ver si hay acuerdo entre el pablismo y el errejonismo o si, por el contrario, el partido de Errejón y Carmena en Madrid, Más Madrid, en bella metáfora del centralismo español, que a todos nos une en desaforado amor a Madrid y lo que la capital representa en el imaginario colectivo, se extiende a las provincias. En resumen: que la izquierda social puede presentar tres candidaturas con opciones de entrar, dos o una, y ni siquiera está claro qué puede ser mejor para los intereses del bloque de izquierdas. Puro "Frente Popular de Judea vs Frente del Pueblo Judaico" en vena.
De esta circunstancia (de cómo se presentan Podemos y EU, y de si entran o no) depende buena parte de la suerte de las elecciones en València capital. De esto y de si entra Vox, el "reverso tenebroso" de la derecha española, por ahora en auge. Con candidatos con tanto glamour en el imaginario colectivo de la derecha valenciana como la sobrina de Rita Barberá o el hijo de Vicente González Lizondo, yo diría que lo tienen bastante bien. Si entran sólo los de un bloque, sea de izquierdas o de derechas, parece claro que dicho bloque logrará una mayoría suficiente para gobernar el ayuntamiento.
Pero, incluso con independencia de que un bloque u otro logre sumar, hay una cuestión capital, y es quién es el más votado de los candidatos. En 2015 fue el PP, con Rita Barberá, pero Joan Ribó se hizo con la vara de mando merced a la ventaja en concejales (17 a 16) de la coalición de izquierdas respecto de la suma PP-Ciudadanos. Ahora tenemos cuatro candidatos con posibilidades de ser los más votados, o de serlos en su bloque ideológico.
En la actual coalición que rige el consistorio, es obvio que el alcalde, Joan Ribó, parte con ventaja. Porque dio la campanada en 2015, con sus nueve concejales, que ninguna encuesta había sabido prever, y porque ostentar la alcaldía otorga un plus indudable ante los votantes. Sin embargo, también es cierto que Ribó obtuvo entonces un refrendo sorprendentemente transversal, en lo ideológico, que excede con claridad a los votantes-tipo de Compromís. Hablando en plata: a Ribó le votaron muchos exvotantes del PSPV y, sobre todo, del PP, que buscaban un cambio, y lo vieron encarnado en el candidato de Compromís, merced a la credibilidad de su trayectoria e intachable honradez. Y esos votantes, en 2019, no está nada claro que hayan encontrado satisfactorio el desempeño de Compromís, aunque sólo sea porque, en realidad, muchos eran votos "prestados" para echar al PP y que ahora están deseando volver al redil.
A muchos de esos votos aspira la candidata del PSPV, Sandra Gómez, un perfil joven y renovador que también intenta, con toda claridad, adoptar una posición de "centralidad sensata" (que podríamos traducir como "miradme, exvotantes de Rita: ¡yo puedo ser vuestra Rita de centroizquierda!") para seducirles con imagen y propuestas programáticas. Quizás no baste para superar a Ribó, pero seguro que mejora posiciones respecto de 2015 (aunque sólo sea porque en 2015 los resultados fueron horripilantes para el PSPV: cinco concejales).
La de Sandra Gómez es una apuesta coherente con la posición del PSPV en el tutti frutti en que se ha convertido la política española, pero que ha quedado un tanto debilitada por un factor externo: la decisión de Pablo Casado de nombrar a María José Catalá candidata del PP. Sólo con ello, el PP puede disputarle a Sandra Gómez el monopolio de dos elementos importantes en una campaña: ser la única mujer de los cuatro principales candidatos y ser la única persona joven. Además, Catalá puede dirigirse al exvotante de Rita con más credibilidad, y cuenta ya con una dilatada trayectoria en puestos de responsabilidad, incluyendo la portavocía de un gobierno autonómico, que le permite defender sin inmutarse cosas como el que el valenciano y el catalán son lenguas distintas, o poner cara de horrorizado pavor cuando habla del carril bici, como si éste pasase por las calles del centro de la ciudad con el objetivo de llevarnos a todos directamente a Cataluña. Catalá, así, aspira tanto al votante de Vox como al que se le fue a Compromís en 2015. Aspira, en suma, a la transversalidad. Y, con ella, la victoria ("¡Miradme! ¡Soy Rita de joven!").
Catalá es una candidata correosa y su nombramiento es una mala noticia para todos los demás partidos. Particularmente, para Ciudadanos, cuyo candidato, Fernando Giner, ha monopolizado la oposición a Ribó en este último mandato (sin que parezca haberlo rentabilizado demasiado, dicho sea de paso). Giner cuenta con la ventaja de la marca Ciudadanos, mucho más atractiva para los profesionales liberales y el votante conservador joven que el PP. Algunas encuestas atisbaban la posibilidad de que Ciudadanos supere al PP en el consistorio (lo que probablemente conllevaría, en caso de sumar, que el PP apoyaría al candidato de Ciudadanos a la alcaldía), pero habrá que ver cómo evoluciona la campaña una vez confirmada la irrupción de Catalá.
Decía al principio que es muy importante ser el más votado. Esto es obvio, pero no sólo porque así uno lleve la voz cantante (y la alcaldía) en las negociaciones con el bloque ideológico de las derechas o las izquierdas, según los casos. Sino porque, si se da la circunstancia de que no haya ningún acuerdo que logre la mayoría absoluta, pasaría a ser alcalde el candidato de la lista más votada. Y eso, en un ayuntamiento con diputados de Vox y de un número de partidos y coaliciones a la izquierda del PSPV indeterminado, no es un escenario en absoluto descartable. ¡El sueño del PP cuando el PP tenía ese 35% de los votos, pero con un 20%, o menos!