Opinión

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La vida a cara o cruz

Café Cafré

Publicado: 21/02/2025 ·06:00
Actualizado: 21/02/2025 · 12:53
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Hace tiempo decidí deshacerme de Mimí, la muñeca hinchable que me regaló gratos momentos en mi juventud. Conocí a una chica que me hizo piticlín y, claro, mantener esa doble relación se volvió imposible, así que por salud, bienestar emocional y en busca de un futuro más maduro decidí abandonar el plástico y apostar por la carne. Elegir me hizo pasarlo mal.

Ayer destruí la máquina de café capsulero que me regaló un cuñao. Al contrario que con Mimí, mis prioridades al cafetear no son la inmediatez, la comodidad ni la limpieza. Así que saqué la pseudocafetera plasticosa al jardín, le puse un par de petardos y pum pum, ¡favorazo a la humanidad!

Como hoy estoy solo, decido celebrarlo a mi manera: arretumbado, pijamero y de sofá.

Pero antes, saco del armario la cafetera italiana Moka Bialetti, la de toda la vida, mientras caliento agua en un cazo. ¡Por fin voy a prepararme un buen café! Lleno el depósito con el agua hirviendo, sin sobrepasar la válvula. Luego agrego café al filtro, elijo uno de buena calidad, nada de tuestes naturales ni torrefactos; por si no lo sabes, no deberías pagar menos de diez euros por un paquete de 250 gramos; si es más barato, estás comprando achicoria o a saber qué, así que desconfía. A lo que iba: pongo el molido de café en el embudo, llenándolo sin apretar. Si sobra, uso la navaja para nivelarlo, y lo que rebosa, de nuevo al paquete. Enrosco bien la cafetera, la pongo al fuego para que siga hirviendo, dejo la tapa abierta. Bajo el fuego a temperatura media y pongo un chorrito de agua fría en un vaso. Cuando el café comienza a salir, añado un chorrito de esa agua (este truco, de putocrack, evita que el café se queme por el metal caliente). Y cuando borbotea, cierro la tapa, apago el fuego y espero un minuto. Mientras tanto, lleno la taza donde serviré el café con el agua caliente que sobró en el cazo, para que esté caliente (esto es de pro). Saco la cafetera del fuego, quito el agua a la taza, vierto el café y listo, ¡energía cafépum!

Me espantuflo en el sofá frente a la tele. Al alcance de mi mano izquierda, tengo el mando y el café recién hecho. La enciendo en modo navegador y busco vídeos sobre lo que dice la oposición, porque el Gobierno me lo sé. Una buena oposición es fundamental para el funcionamiento democrático, ya que promueve opiniones, exige cuentas, eficiencia, transparencia, eficacia, responsabilidad, blablá... y proporciona estabilidad para que la cosa no sea un despiporre. Responsabilidad. Por eso mola que la oposición sea fuerte, trabaje y tome decisiones con seriedad. Pero claro, lo que me aparece aigh..., aún no tengo claro lo de M. Rajoy; lo de los discos duros; lo de los yates con narcos; lo de tener controlado el Supremo por atrás; lo de la policía patriótica; lo de los pelotazos en pandemia; lo del fraude fiscal, que paga pisos a una presidenta con casos por corrupción; lo de las corridas; lo de cómo gestionan las tragedias. Lo que dice su lidel es la leche, su equipo es chiquilín, y el de València, todo chufa...

En la otra mano, tengo al ganso cogido por el cuello. Lo meneo y lo mantengo ahora blandiblú ahora endurecido, según me apetece. Ritmo y suavidad sin llegar hasta el final. Así puedo estar horas, incluso días. A veces pienso si el prepucio es de rosca o está metido a presión, investigo. La situación me provoca un agradable placer, libero tensión, encuentro calma. Libertad, libertad, sin ira libertad... ¡Ay, Mimí, cuánto te echo de menos!

* Este artículo se publicó originalmente en el número 123 (febrero 2025) de la revista Plaza

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