Elon Musk bien podría ser el malo de la próxima película de James Bond con sus aspavientos y saludos nazis. Es fácil imaginarlo acariciando un lindo gato blanco en su regazo en el despacho de ese Departamento de Eficiencia Gubernamental que se ha pedido en la Administración Trump. El dueño de Tesla conseguiría sin esfuerzo el papel de líder de la Spectra de estos tiempos. El objetivo de la Sociedad Permanente Ejecutiva de Contraespionaje, Terrorismo, Rebelión y Aniquilamiento contra la que se enfrentaba el Agente 007 era dominar el mundo, aunque para ello tuviera que ser destruido, por ejemplo, con una guerra nuclear provocada por las artimañas de la organización secreta buscando el conflicto entre las superpotencias.
Lo terrorífico es que el sudafricano no se va a presentar a ningún casting para protagonizar un producto de ficción: es una persona de verdad, que no se conforma con ser el más rico de entre los ricos. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en un segundo mandato es el paso clave, conseguido en un calculado plan para no solo controlar la Tierra, sino también colonizar Marte y vete tú a saber qué planeta más.
En la fase previa, Musk compró el Twitter que se atrevió a suspender la cuenta del entonces expresidente ante el riesgo de «incitación a la violencia» después del inolvidable asalto al Capitolio del día de Reyes de 2021 por parte de fanáticos trumpistas. Cerca de 1.600 de ellos, procesados y condenados, fueron absueltos en una de las decenas de órdenes ejecutivas firmadas por el republicano nada más volver al despacho oval.
Viendo ahora en lo que se ha convertido el pajarito que tanto gustaba a periodistas y políticos, se entiende por fin el cambio de nombre a X. Una letra que podría estar grabada en los uniformes de los mamporreros digitales de la empresa, como figura la S en la indumentaria de los esbirros de Spectra.
Tras la rocambolesca compra por 44.000 millones de dólares de la influyente red social que, en su opinión, restringía demasiado la libertad de expresión, la moderación de contenidos desapareció y los nuevos algoritmos desvirtuaron totalmente lo que antes veíamos en Twitter. Desaparecieron aquellos a quienes seguíamos y nos colocaron a la vista perfiles de extrema derecha que ni sabíamos que existían. Por supuesto, el apoyo a Trump fue total lo que, unido a los más de 250 millones de dólares donados a la campaña, le colocó en el lugar más cercano al presidente en su toma de posesión, a menos de medio metro del sombrero de Melania y su altísimo hijo Barron.
Ingenua yo, el extremado afán megalomaníaco de los malos de la saga Bond siempre me pareció solo apto para ese tipo de películas habiendo pasado la época de emperadores acaparadores. Sin embargo, no dejo de pensar que la era de Trump-Musk ha comenzado con su corte de Silicon Valley y otros multimillonarios como Jeff Bezos, que no contento con llenar de paquetes el universo conocido, también se compró un canal de difusión como el Washington Post. Los que daban charlas como gurús de la innovación tecnológica en camiseta y zapatillas se han puesto la corbata para rendir pleitesía al amado líder de cabellos dorados, porque saben que es un formidable enemigo que puede hacerles perder muchísimo dinero con sus decretazos. Mark Zuckerberg no dudaba en anunciar como ofrenda que Meta iba a prescindir de los verificadores de datos, de momento en Estados Unidos, poniendo los pelos de punta a tantísima buena gente preocupada por la desinformación.
Más vale que vayamos practicando la objeción de las redes sociales de estos tipos donde abunda la comunicación tóxica, y quedemos con los amigos en persona.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 123 (febrero 2025) de la revista Plaza