Rotterdam ya no es esa ciudad de puerto, fría y gris que fue antaño sino una urbe moderna, progresista y, quizá, la más puntera de Holanda
VALÈNCIA.-Antes de llegar a Rotterdam conviene hacer un poco de historia: El 14 de mayo de 1940, la ciudad sufrió uno de los peores bombardeos aéreos, ordenados por el ejército nazi de Alemania. Dejaron mil muertos, cinco mil heridos, 80.000 personas sin hogar y un manto de ruinas sobre el que quedaron pocos edificios históricos en pie. Leí sobre todo aquello mientras viajaba en tren de Ámsterdam a Rotterdam (el trayecto dura unos 40 minutos) y me hizo reflexionar sobre aquella barbarie y de cómo de aquellas cenizas resurgió una ciudad moderna —hoy es conocida como la capital de la arquitectura de Holanda—. Aunque era consciente de su apasionante skyline, uno de los motivos por los que fui, al salir de la Rotterdam Centraal Station me sorprendió no ver esas casitas bajas tan características de Holanda y sí un gran parque y altos edificios: la Millenniumtoren, donde se encuentra The Manhattan Hotel y el Delftse Poort.
Un buen entrante para lo que me esperaba en la escapada a Rotterdam... Era tarde así que después de dar una vuelta por animado barrio de Cool —sí, no me he equivocado—, caminar por la plataforma de Luchtsingel —la primera infraestructura financiada a través de Crowdfunding— y picar unas patatas en un puesto callejero me fui a dormir.
Como no podía ser de otra manera, mi visita empezaría por las Casas Cúbicas (parada de metro Blaak) diseñadas por el arquitecto holandés Piet Blom. Da igual que las hayas visto mil veces en fotos porque sorprende que esas casas inclinadas 45 grados sean funcionales para vivir. Me picaba tanto la curiosidad que decidí visitar la casa museo Kijk-Kubus (la entrada son tres euros) porque así podía cotillear bien cómo son por dentro. Cada una de ellas tiene tres pisos —en total son 100 metros cuadrados— y al principio tienes una sensación rara, como de mareo, hasta que te acostumbras a las paredes inclinadas. Y bueno, algún coscorrón me di. Junto a ellas está otro clásico: el edificio del lápiz (Blaaktoren) y la Biblioteca Central de Rotterdam, que con sus enormes tuberías de ventilación amarillas me recordaron al museo Pompidou de París.
Justo al otro lado se encuentra el Markthal, un mercado cubierto con más de cien puestos donde puedes encontrar todo tipo de productos frescos junto con una gran variedad de bares y restaurantes. Si te gusta el dulce, no te resistas y prueba aquí los stroopwafel —esas galletas hechas de barquillo y caramelo tan típicas de Holanda— porque en uno de sus puestecillos los preparan en el momento y están de rechupete. Alza la vista para admirar la inmensa y colorida obra de arte realizada por Arno Coenen e Iris Roskam titulada Horn of Plenty (Cuerno de la abundancia).
Al salir, girando a la izquierda, se llega al único edificio medieval que se mantuvo en pie a pesar de los bombardeos: la iglesia de San Lorenzo, antigua catedral de la ciudad —en su interior hay fotografías antiguas que hielan el corazón—. Como fui un sábado, antes de acercarme al Ayuntamiento, disfruté paseando por el mercado callejero de Binnenrote, uno de los más grandes de Europa. Muy cerca de esta zona hay otra joya arquitectónica: el Timmerhuis, que se alza sobre un antiguo edificio de mediados del siglo XX.
Di media vuelta y me dirigí a la parte más portuaria de Rotterdam, que por algo tiene una gran tradición pesquera. Se trata del Oudehaven, el muelle más antiguo de la ciudad. Hay tantas terrazas que es imposible no resistirse a sentarse en una de ellas y admirar las vistas mientras tomas una cerveza artesanal Pelgrim. En ese rinconcito sobresale la Witte Huis el primer rascacielos de Europa (tiene solo diez plantas), que también sobrevivió a los bombardeos.
Desde el Spaansekade (puerto español) lo mejor es dirigirte hacia el imponente Willemsbrug, que ha dado el nombre a Rotterdam como el San Francisco del Maas por su similitud, tanto en la forma como en su color rojo, al americano. Siguiendo el Paseo de las Banderas a orillas del Maas te vas acercando poco a poco a uno de los iconos de la ciudad: el edificio De Rotterdam, que tiene la firma de Rem Koolhaas y es pura fantasía. Abrígate bien porque toca cruzar el Puente de Erasmo —me congelé viva— para llegar al barrio de Kop Van Zuid, donde me llamó la atención la armonía entre increíbles rascacielos y edificios que recuerdan a un tiempo pasado.
Uno de ellos es el Hotel New York, que te transporta a principios del siglo XX —fue sede de la Holland America Line— pues de ahí partían barcos hacia Nueva York repletos de personas buscando una nueva oportunidad. Desde 1993 es un hotel y es interesante asomar la cabeza para ver su decoración interior. No pierdas mucho tiempo porque toca ir al barrio hípster de la ciudad, a la zona de Katendrecht, una pequeña isla —hay que cruzar el puente Rijnhavenburg— que me encantó. Invito a dejarse llevar por esa mezcla cultural, ese ambiente distendido e ir viendo los distintos restaurantes y locales que hay.
Una parada es el Fenix Food Factory (en marzo de 2020 se trasladan a los edificios de Fenix I), un mercado basado en la filosofía de Kilómetro Cero donde comprar, comer, ir a un concierto... Vamos, que puedes estar ahí todo el rato que quieras.
Antes de volver a cruzar puedes visitar el Nederlands Photomuseum, que recoge cien años de historia de la fotografía del país. Y si eres un friki como yo, déjate caer por su bibliotecario, con más de 20.000 volúmenes sobre fotografía.
Ahora sí, ya en el otro lado queda pasear por la ecléctica Witte de Withstraat o dirigirte hasta la Factoría Van Nelle, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2014. Pero para rematar el viaje lo mejor es subir al Euromast (la entrada son 10,25 euros). En 30 segundos llegas a los cien metros y después subes unas escaleras que te llevan a un mirador panorámico giratorio situado a 185 metros de altura. Las vistas son increíbles y, dicen, que en días claros se Amberes. Yo no lo tuve. Allí hay un restaurante e incluso un hotel pero con precios aptos para muy pocos, así que mi visita se limitó a lo que me incluía la entrada. Un remate final para una ciudad que no tiene nada que envidiar a su vecina Ámsterdam.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 64 (febrero 2020) de la revista Plaza