VIAJAMOS A...

Shiraz, el futuro de la antigua Persia

Irán lo tiene todo para convertirse en el próximo fenómeno turístico. Shiraz condensa la esencia de la cultura persa: mezquitas de ensueño, bellos jardines y un pueblo acogedor empeñado en derribar con su amabilidad los estereotipos que arrastra

10/09/2016 - 

VALENCIA. A Shiraz, principal ciudad al sur de Irán, se la conoce como la cuna de los poetas, las flores y el vino. Placeres mundanos propios de la cultura persa que los shirazíes han sabido mantener latentes pese a quedar ensombrecidos desde la instauración de la República Islámica en 1979. Parada imprescindible en cualquier circuito por la antigua Persia, pasear por sus calles supone asistir a una sucesión de maravillosas cúpulas de ladrillo y azulejo multicolor, jardines de palmeras y naranjos que inundan el ambiente de aroma a azahar y bazares asombrosamente tranquilos, pero sobre todo es un viaje a la esencia de un pueblo amable, culto, acogedor y con una hospitalidad abrumadora.

«Welcome to Iran!». Es muy probable que el viajero acabe perdiendo la cuenta de las veces que le darán la bienvenida o de las sonrisas que recibirá por la calle. Enormemente preocupados por su reputación en el exterior, los iraníes están volcados en demostrar que la imagen hostil que durante años se ha proyectado de ellos no tiene nada que ver con la realidad. Así, no pierden la ocasión de entablar conversación con los extranjeros para derribar mitos y acceder a información que el régimen trata de censurar con escaso éxito. Ése será sin duda el mejor recuerdo que se llevarán de un país que cambia a gran velocidad tras el levantamiento de las sanciones económicas y una incipiente apertura que lo convertirá en uno de los fenómenos turísticos de los próximos años.

Puede leer Plaza al completo en su dispositivo iOS o Android con nuestra app

Probablemente no haya una idea más feliz para comenzar un día en Shiraz que sobre las alfombras de Nasir-al-Molk. El principal rasgo diferencial de esta mezquita, finalizada en 1883, son las vidrieras de colores de uno de sus pabellones laterales. La recompensa por acudir temprano es la visión de una atmósfera mágica de reflejos multicolor sobre azulejos policromados y columnas de piedra. El patio central, dominado por un estanque, cuenta con dos iwanes —portal cerrado rematado con una semicúpula característico de las mezquitas en Irán— decorados con azulejos y mocárabes que constituyen uno de los ejemplos más bellos de arquitectura islámica del sur del país.

A escasa distancia, junto al popular Bazar Vakil, la Madrassa Khan también merece una visita. Construida a principios del siglo XVII y aún en uso tras varias restauraciones, el patio central ajardinado está rodeado de mosaicos de azulejo considerados uno de los mejores vestigios de la decoración arquitectónica de la era safávida. Suele estar cerrada, pero su cuidador accede gustoso a mostrarla a cambio de una pequeña propina.

El enorme Bazar Vakil es uno de los más populares del país. Su galería central, de diez metros de altura, está rematada con una sucesión de 74 cúpulas, una suerte de interminable joroba de camello que favorece la circulación del aire para mantener el ambiente fresco en verano. A ras de suelo, dominan los puestos de telas, dulces o especias, sin perder de vista las centenares de joyerías que exhiben piezas de oro que contrastan con el negro profundo de los chadores que visten las mujeres que se detienen frente a ellas.

Merece la pena perderse deliberadamente en busca del restaurado caravasar —antiguo lugar de descanso de las caravanas— reconvertido en mercado de artesanía, y sobre todo de la mezquita y los baños en la salida este del bazar. Junto a la de Nasir-al-Molk, Vakil es una de las principales mezquitas de la ciudad. Construida sobre un área de 11.000 metros cuadrados y estructurada en torno a un gran patio central jalonado por dos iwanes, destaca sobre todo por la sala de oración abovedada y por el minbar de catorce escalones esculpido sobre un monolito de mármol.

Al norte del río, el mausoleo del poeta Hafez es el escenario de un ritual que se repite a diario. A medida que el sol reduce su bravura y la ciudad retoma el pulso cotidiano tras el paréntesis que siempre sigue a la hora del almuerzo, decenas de shirazíes se concentran en los jardines que rodean a la tumba del literato para declamar sus versos y leer fragmentos del Corán. Una suerte de autoafirmación de los valores de la cultura persa a través de unos versos que hablan del amor y los placeres terrenales.

El recinto está dominado por el templete que protege el sarcófago de alabastro labrado con versos de Hafez sobre el que las mujeres depositan sus flores al tiempo que recitan sus poemas. En el interior de la cúpula, sostenida por ocho columnas de mármol, se despliega el enésimo mosaico de azulejos esmaltados dominado por el azul celeste, una suerte de cielo geométrico para proteger los restos del poeta. Alrededor, muchos jóvenes aprovechan la presencia de los turistas para conversar o simplemente practicar su inglés.

El ambiente relajado reina también en otros rincones de la ciudad como los jardines de Eram, unos de los más hermosos de Irán. Entre cipreses y palmeras, aquí también es habitual observar el impulso de rebeldía contenida de las jóvenes que desafían las imposiciones de la República Islámica. Cejas tatuadas, labios bien perfilados, alguna que otra nariz recién operada y recogidos de largas melenas que el obligatorio pañuelo sólo permite intuir. Como también se adivina el descontento de buena parte de los iraníes, particularmente de los nacidos tras la revolución capitalizada por los ayatolás, que les lleva a querer abandonar el país. Éste o cualquiera de los jardines urbanos del país también son el lugar adecuado para descubrir otro de los rasgos característicos del carácter persa: el gusto por los espacios abiertos. A los iraníes les encanta estar en la calle y es habitual encontrar familias enteras de pícnic con los hornillos que venden en los bazares o devorando helados con faloodeh, un dulce local típico cuyo aspecto recuerda a fideos blancos regados en zumo de limón y agua de rosas.

De vuelta al epicentro histórico, al sur de la ciudad, se erige el mausoleo de Shah-e-Cherag, el tercer lugar más sagrado para los musulmanes chiitas tras los que se encuentran en las ciudades de Quom y Mashhad. La razón es la presencia de la tumba de Mir Sayyed Ahmad, hermano del Imam Reza, considerado por los chiíes el séptimo sucesor espiritual del profeta Mahoma. A diferencia de lo que sucede en otros países, a priori más tolerantes, como Marruecos o Turquía, Irán no plantea reparos a la entrada de no musulmanes a mezquitas o lugares sagrados como Shah-e-Cherag, que hasta hace pocos meses estaba protegido de las miradas y las cámaras de los turistas. Su apertura es toda una declaración de intenciones sobre la nueva política de brazos abiertos al turismo. El único requisito que se impone a los extranjeros es realizar la visita junto a un guía del gobierno. A las mujeres se les presta un chador a la entrada.

Tras atravesar el inmenso salón para el rezo que forma parte de la última fase del complejo, inaugurada hace apenas un año, se accede a la parte más antigua, la que contiene los restos del descendiente del profeta, que data del siglo X. La visión de los fieles rezando en esta parte del mausoleo, absolutamente cubierto por un mosaico de espejos de colores y frisos de mármol, configura una atmósfera que queda grabada en la retina del viajero.

Persépolis: nostalgia del imperio perdido

VALENCIA.- Las ruinas de Persépolis, nostalgia y símbolo de un esplendor perdido cuyos valores siguen enraizados en la cultura iraní 2.500 años después, son una excursión habitual desde la ciudad de Shiraz. A apenas una hora de distancia por carretera se levanta este recinto arqueológico inscrito como patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979 —el mismo año de la revolución de Jomeini— que muestra los restos de la capital del imperio aqueménida. La ciudad, conocida originalmente como Parsa, fue fundada por Darío I en el año 518 a. C. Las ruinas que se conservan son escasas pero suficientes para hacerse una idea de lo que representó este nconjunto colosal de palacios y salones que permaneció olvidado durante siglos hasta que fue redescubierto y desenterrado en 1930. Destaca la monumental escalinata de la entrada noroeste, que conducía a la conocida como puerta de Todas las Naciones. En ella, dos enormes toros alados emergen del muro de piedra para marcar el acceso al área que ocupó el palacio de Apadana, donde apenas unas pocas columnas aguantan de pie. Un poco más allá, una sucesión de bajorelieves muestra escenas de leones atacando a toros o el desfile de los pueblos del antiguo imperio persa para llevar sus ofrendas al rey. A menos de seis kilómetros, en Naqsh-e Rustam, se muestran los monumentos funerarios de los reyes aqueménidas, entre ellos el del fundador de Persépolis. Se trata de un conjunto de cuatro tumbas monumentales excavadas directamente sobre una montaña que recuerda a la ciudad que los nabateos esculpieron sobre las montañas del desierto de Petra.

(Este artículo se publico orginalmente en el número de mayo de la revista Plaza) 

Noticias relacionadas