La alicantina es, sin duda, una de las grandes referencias de la danza en España. Ahora vuelve a subirse a las tablas con 'Animal de séquia', coreografía de la que es directora, y en la que reflexiona con humor sobre las raíces de los valencianos
VALÈNCIA.-Hace un cuarto de siglo que Sol Picó (Alicante, 1967) puso en marcha su propia compañía, pero la bailarina y coreógrafa, Premio Nacional de Danza 2016 en la modalidad de Creación, vive la efeméride con la sensación de estar a mitad de camino en aspiraciones, deseos y metas. «A veces pienso: "¡No he hecho nada! ¿Qué hay de viajar a este sitio, de este teatro que se resiste, de este tema sobre el que no me he expresado todavía y de este artista con el que me gustaría compartir?" No soy de mirar atrás, sino hacia delante. Me da marcha para seguir y me acojona un poquito».
Tras visitar 36 países, coreografiar 34 espectáculos y ganar treinta premios, entre ellos diez Max, el Nacional de Dansa de Catalunya (2004), el Ciutat de Barcelona de Dansa (2015) y el reciente Laurel de Oro de la Universidad de Alicante, todavía le tiemblan las piernas entre bambalinas el día de un estreno. Teme quedarse paralizada, no poder mover ni un músculo. Y las semanas previas a la puesta de largo de una nueva producción, le importuna una pesadilla recurrente: el público se marcha y ella lo llama desde el escenario. Está a punto de caramelo para soñarlo.
El 14 de abril cierra Dansa València con Animal de séquia, una coproducción junto al Institut Valencià de Cultura. La pieza es una relectura contemporánea de la cultura popular valenciana que cuenta con ocho bailarines en escena y música en directo. La coreografía revisita las raíces para trasladar al espectador desde el acelerado ritmo vital de nuestros tiempos a, según reza el comunicado del festival, «algo más orgánico, natural y auténtico: la esencia mística del pueblo valenciano».
Animal de séquia supone el punto culminante de su idilio con València, ciudad donde la bailarina vivió con el anterior partido en el poder momentos de «sequía e incomprensión absoluta». No le sucedió así en su tierra natal, Alcoi: «El color político no ha podido conmigo; han ido programando toda mi obra. Ha sido bonito que un sitio más pequeño haya apostado de esta manera por la cultura».
Sol califica la situación actual en València de «resurgimiento maravilloso» y se declara «feliz y agradecidísima» por un montaje que ha inspirado las imágenes, sensaciones y experiencias que ha vivido en esta tierra. Especialmente, el sonido de las bandas, que son su magdalena de Proust, pero en términos auditivos, una memoria que la retrotrae a su infancia. «Cuando oigo a una banda me pongo a cien. Tiene que ver con el Dia dels músics en Alcoi. Solía ir con mis padres, apretados los tres entre la masa de gente. Yo, con la piel de gallina y mi padre, llorando de emoción. Es brutal», recuerda.
De ahí que en Animal de séquia, que dirige pero no protagoniza, haya invitado a los músicos a interactuar e ir con sus sonidos «profundamente tradicionales» hacia un posible futuro.
Aunque en la obra no se ha centrado en rastrear la tradición que va a favor de la mujer, se ha vuelto a colar la pátina feminista que tienen todos sus espectáculos. La mayoría de los bailarines son féminas (cinco en total).
Su baile siempre ha estado marcado por la reivindicación de la igualdad de género. Las últimas propuestas al respecto, al albor de esta cuarta ola del feminismo, han ido de lo local e histórico a lo mundial: en Només són dones, el sufrimiento de miles de presas del franquismo se hacía verbo, danza y música, mientras que en W.W. (We women) se aborda la marginación de la mujer en todas las esquinas del planeta. La pieza forma un díptico con Dancing With Frogs, una crítica corrosiva a la masculinidad contemporánea, que estuvo programada en el pasado MIM de Sueca, y donde se plasma la perpetuidad de los roles de género.
«Ahora me sorprende que me pregunten por el feminismo como una moda. Es una pena que se aproveche algo que está en boga para impostar, irnos al lado contrario y terminar aborreciéndolo. La igualdad de género es un tema que siempre ha estado presente en mi trayectoria porque me ha preocupado, pero por tenerlo tan arraigado y ser tan de verdad no me he dado cuenta de estar abanderando nada», reflexiona.
Y sin embargo, así lo ha hecho. Entre los galones que la refrendan como pionera en el cuestionamiento del heteropatriarcado a través del movimiento están su reconstrucción del imaginario femenino en La dona manca o Barbie Superestar (2003), el tributo a las mujeres del director alemán R.W. Fassbinder en Petra, la mujer araña y el putón de la abeja Maya (2011) y la gestión femenina del agua en el encargo que le hizo la Expo de Zaragoza sobre la escasez de este recurso y que ella resolvió en Sirena a la plancha (2008), con una mujer pez gigante de ocho metros que intentaba salvar al mundo de la peor de las sequías.
«hay que empezar por reírse de uno mismo y quitarle reverencia a la vida. es un aspecto de mí que no sé si me ha ido a favor»
Los títulos dan fe de que Sol, aunque siempre incisiva, reviste sus propuestas invariablemente de ironía. Ahí van un puñado de nombres que lo avalan: Razona la vaca (1995), E.N.D. (Esto No Danza) (1998), D.V.A (Dudoso Valor Artístico) (1999), La divadivina y el Hombre bala, (2004), El llac de les mosques (2009) y Memorias de una pulga (2012).
«No hace falta requetetrascendearlo todo. Mis propios problemas también los encaro así. Hay que empezar por reírse de uno mismo y quitarle reverencia a la vida. Es un aspecto de mí que no sé si me ha ido a favor. Tengo la sensación de que muchos piensan que soy frívola y me río de todo. Mi sentido del humor no ha sido acogido del todo bien», se teme.
Otro sello personal es su taconeo en puntas. Hay bailarines que pasan a la historia por acuñar un movimiento, ahí está Loïe Fuller y su baile serpentina, con el que revolucionó las artes escénicas a finales del siglo XIX, o Louise Lecavalier y la pirueta horizontal barrel jump, con la que saltaba la espalda de David Bowie en el vídeo Fame 90. Sol ha fusionado el baile clásico y el flamenco y creado el zapateado en zapatillas de ballet: «Ha sido una manera de transgredir y dar la vuelta al hecho de no controlar absolutamente un estilo. No sé bailar bien ni el clásico ni el flamenco, así que he fundido ambos, trasplantando las células madre de una disciplina en otra».
Picó, que fundó su compañía en 1994, se convirtió en 2003 en la coreógrafa más mediática del momento con ese baile en zapatillas rojas que desplegaba en el solo Bésame el cactus. Aquella pieza sobre el riesgo y los miedos fue un punto de inflexión. Durante el espectáculo, la protagonista jugaba con obstáculos, que iban de las dificultades de bailar vestida con una armadura a moverse entre macetas de cactus con los ojos vendados. «Con motivo del 20 aniversario de mi compañía volví a revisarlo y comprobé que seguía siendo muy interesante. Fue una propuesta en la que aprendí a controlar y a mantener el equilibrio; si ponía el pie en un sitio que no correspondía, me hacía daño», recuerda.
Sol se reconoce despistada y se define como «una nube incontrolable», pero cuando se concentra, lo hace con todo su ser. «La musa surge en mi espacio de creación, en el linóleum en blanco. Escucho música, me muevo y me muevo, y aparece el hilo. El proceso de creación es muy curioso: tienes las ideas detrás de la coronilla y en cuanto te relajas, aparece. Anoto escritos en libretas, me inspiran conversaciones, imágenes de revistas en la peluquería, cualquier cosa...».
La relajación se la procura el yoga, la meditación y los retiros, técnicas que descubrió en Nueva York, mucho antes de que estas prácticas milenarias adquirieran una dimensión hípster. Una de las asistentes a sus primeras clases era Uma Thurman. Pero Picó nunca ha sido de aprovechar los encuentros azarosos con artistas: «Soy un desastre. Como el esfuerzo físico es tan salvaje en cada representación, mi cuerpo me da energía hasta la función y después me relaciono bastante poco. Y, además, si me encuentro con alguien que admiro soy bastante recogida».
Además de cactus y excavadoras (Amor diésel, 2002), y frescos y esculturas del Museu Nacional d'Art de Catalunya (Llàgrimes d'àngel, 2012), Sol ha conseguido urdir fértiles colaboraciones con creadores de otras disciplinas. En La piel del huevo te lo da (2014), comparte protagonismo con la cantaora La Shica y con la actriz Candela Peña; en Cita a ciegas (2016) con el versátil pianista de jazz Marco Mezquida; en Paella mixta (2004) se medía en un ring de boxeo con el bailaor Israel Galván, y en Lluna peluda (2005) sumaba su ingenio al de las músico-pianistas Mariona Sagarra y Uma Ysamat. El estreno de la producción conmocionó al público del Festival Temporada Alta de Girona, porque Sol bailó embarazada de ocho meses.
«Parí dos días después. Fue un momento de transformación física maravilloso. Estaba de subidón, llena de energía. Aunque caiga en el tópico, ser madre es algo tan brutal... Me arrepiento de no haber tenido cinco hijos. En mi próxima vida quiero ser madraza», bromea. Aquel bebé-batería se llama Tomás y ya tiene trece años. Comparte que es un bailongo y que juntos inventan coreografías mientras se lavan los dientes. Le ha transmitido su preocupación por la desigualdad, pero parece que en el chaval la igualdad viene de fábrica. «Su generación lo vive desde otro lugar, más natural, muy bonito. Hablamos mucho si sale el tema, pero sin insistir». El padre de Sol tampoco fue de insistirle mucho, en su caso, para que estudiara Empresariales, porque Sol tenía las ideas muy claras desde los seis años: «El movimiento lo he llevado dentro toda la vida. Sea lo que sea, oigo la radio y me pongo bailar. Me gusta moverme».
De niña, era lo que unos llaman trasto y otros, una cría muy movida. Su madre decidió apuntarla a ballet para dar salida a todo ese vigor a través del movimiento. «Tengo un superrecuerdo. Es gráfico. Me cogí a la barra de ballet, que era muy gruesa, hice los primeros pliés con la señora Amalia, y se me abrió el corazón. Pensé que quería hacer esto toda la vida».
En 1985 se graduó en danza española y clásica en el Conservatorio Óscar Esplà de Alicante. Y al año siguiente se marchó a Barcelona, donde comenzó «a la brava», haciendo performances en discotecas y números de revista con el showman de music-hall y bailarín Víctor Guerrero: «Como era la más pequeña, me ponían delante. Actuábamos en la Barceloneta, cubiertas de plumas».
Su padre le había advertido que si no entraba en una institución, se volvería a Alcoi a montar una academia y estudiar una carrera, así que hizo una prueba para el Institut del Teatre. La rechazaron aduciendo que estaba gorda. «Caer en la anorexia es muy fácil a esa edad, depende de lo vulnerable que seas. El disgusto es tan grande y el cuerpo es tan importante en esta profesión, que un repudio así te hunde en la miseria. A mí me salvó mi familia, que siempre ha estado ahí. Además, lo de comer me pone loca. Para ahogar la pena, mi madre me hizo un arrocito».
Por suerte y empeño, la becaron en La Fábrica, donde fue alumna de Cesc Gelabert, Ramón Oller y Andreu Bresca. Cada vez que Sol se obceca en una cosa y duda de su tozudez, piensa qué hubiera pasado si no se hubiera puesto testaruda para que su padre le diera una segunda oportunidad. «Hay que perseguir el sueño. Por supuesto, no me gustan las negativas, pero son como un resfriado: me afectan muchísimo dos días, pienso que se ha acabado mi carrera, que nunca voy a ser nadie, pero al tercero, ya se me ha pasado».
«cuando a los seis años me cogí de la barra de ballet, supe que quería bailar toda mi vida»
La danza es un ejercicio de supervivencia. Sol lo sabe bien. En 2013 tuvo que pedir tres créditos y se rompió la rodilla, pero ahí siguió, erre que erre. «Fue un momento muy duro. Coincidió con la crisis. Nos planteamos si seguir adelante». La compañía se arremangó, elevó cuatro paredes de pladur y convirtió su sede en Poble Sec, La Piconera, en un espacio de coworking. La residencia de la compañía de danza contemporánea, en marcha desde 2007, cuenta con dos salas de ensayo: una de 120 metros cuadrados y otra de 49. Allí se acogen ensayos de danza y teatro, y también funciona para castings y como plató para filmaciones o sesiones fotográficas.
Como espacio de creación se ha abierto a otros creadores, caso de La Fura dels Baus, Sr. Serrano, La Intrusa, el Teatro de los Sentidos o La Veronal. «Soy mucho de compartir y es algo que no suele hacerse en danza, donde somos muy de islitas, que es una idea absurda. Yo empecé compartiendo en La Caldera, junto a otros ocho coreógrafos de Barcelona. Y en La Piconera, de la necesidad, ha surgido un proyecto enriquecedor», valora.
El espacio incide directamente en el tejido social de Poble Sec con proyectos de inserción social. «Uno de los objetivos de La Piconera es crear vínculos con las personas del barrio, acercándoles el trabajo creativo que desarrollamos y realizando, asimismo, un esfuerzo para difundir el mundo de la danza a todos los sectores de la sociedad», detallan en la web de la compañía.
Y es que, en opinión de la coreógrafa alcoiana, el problema de la difusión de la danza contemporánea es de tipo educacional. «El traspaso de la clásica al contemporáneo fue muy bruto en este país; se pasó del tutú al suelo, de repente. Así que no ha habido un proceso de asimilación. Vas al país vecino y toda la gente conoce la danza contemporánea, forma parte de la sociedad... Así que hay que trasladar al espectador que no hay que entender nada, sino dejar que te impregne la escena. La danza no muerde».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 54 de la revista Plaza