VALÈNCIA. Entre 1963 y 1964, James Bond hizo volar la taquilla con dos películas que batieron récords: Desde Rusia con amor y Goldfinger. La NBC vio claro el filón y puso en marcha The Man From U.N.C.L.E. (El agente de CIPOL en España), una ficción de espionaje que alcanzó una enorme popularidad. Los espías estaban de moda. Ellos, sus coches, sus trajes, su actitud. El magnetismo sexual que desprendían Bond o los agentes Napoleón Solo e Illya Kuriakin (protagonistas de la citada serie) dieron pie a un fenómeno comercial que debía ser explotado a fondo. Alguien tuvo entonces una gran idea: crear un agente secreto que fuese lo opuesto a los estereotipos en boga. Es decir: un perfecto imbécil.
La idea fue de Mel Brooks, que daba entonces sus primeros pasos en televisión como guionista. Alguien les sugirió a él y a su compañero Buck Henry que escribieran una serie satírica. «Nadie había hecho antes un programa sobre un idiota», declararía Brooks después, hablando sobre el origen de Superagente 86. Así fue como nació Maxwell Smart, un agente secreto que no tenía ni una pizca de inteligencia y era un patoso. Smart era el héroe que tenía que salvar al mundo libre de los viles planes de una organización terrorista, KAOS, pero viéndole actuar daba la impresión de que el terrorista era él.