EN PORTADA / CINCO AÑOS DE BOMBAS GENS

Susana Lloret: «Nuestro modelo no es la caridad sino impulsar cambios necesarios»

Doctora en Psicología, Susana Lloret dejó su puesto en la Universitat de València para dedicarse en cuerpo y alma a Bombas Gens, proyecto cultural que el pasado 7 de julio cumplió cinco años de existencia. Una visión que fraguó junto a su marido José Luis Soler y que hoy es un centro de arte pero también un lugar que ayuda a jóvenes en riesgo de exclusión

25/06/2021 - 

VALÈNCIA. Si a Susana Lloret (Alicante, 1966) le das a elegir entre ser feliz y estar en paz, elige lo segundo. A esta doctora en Psicología reconvertida en empresaria y filántropa le delata el blanco nuclear de su indumentaria que, asegura, le aporta una armonía que le es primordial. Durante la entrevista, su atuendo níveo no desentona con el muro impoluto de la rehabilitada naveañ industrial de los años treinta donde se aloja la fundación, nacida en 2014, que comanda: Per Amor a l’Art. Desde su cargo de directora general aprecia la consideración brindada por los grafiteros de la ciudad durante los cinco años en los que esta iniciativa privada apoyada en tres patas (el arte, la investigación y la obra social), se viene alojando en el edificio. No hay huella de aerosol en la fachada, tan solo el nombre del centro, Bombas Gens, en letras mayúsculas de un brioso azul klein.

«Comprendo lo que ese respeto significa y lo agradezco infinitamente», valora Lloret sentada ya para conversar en el jardín diseñado por el paisajista Gustavo Marina en el patio trasero. Al runrún del riachuelo que, en realidad, es una escultura trampantojo de Cristina Iglesias, desgrana los retos pasados y los planes para afrontar el incierto futuro con un poso incontestable de su pasado como analista de la conducta humana. 

— Te defines como humanista, que no mecenas, ¿dónde está el matiz? 

— El mecenas impulsa el arte, mientras que yo, desde la Fundación, abarco un abanico de intereses mucho mayor. Per Amor a l’Art es un paraguas que impulsa el arte y lo acerca al público, como también la investigación de enfermedades raras y la acción social. En lo que se refiere a investigación, hemos conseguido avances en la enfermedad de Wilson y ahora una serie de terapias se encuentran en fase de ensayos clínicos. En cuanto al aspecto social, nos preocupaba mucho hacer una aportación al barrio en aquello que más falta hiciera. Por eso, lo primero que hice fue entrevistarme con los colegios e institutos de Marxalenes. Yo quería centrarme en los niños pequeños, pero al final el hueco estaba en la ESO, en chavales de entre doce y dieciséis años. Así que utilizo la palabra humanista porque recoge intereses y actividades que revierten a la sociedad desde muchos y diferentes campos.

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— Desde la Fundación buscáis promover el bienestar de los menores en situación de vulnerabilidad, ¿cómo puede reforzarlo el arte e incluso facilitarles un futuro laboral?

— Lo veo desde dos perspectivas que suman. Por un lado, el arte es una manera de transgredir sin generar daño. La creatividad reside en hacer algo original, sirve para expresarse y romper convenciones. Ahora mismo tenemos un proyecto de grafitis en la terraza del edificio social. El arte urbano conecta muy bien con la gente joven, porque ayuda a exteriorizar esa necesidad de crear y contravenir de una manera que aporta y no destruye. Por otro lado, he de destacar que los menores se acercan al arte de una manera muy pura: no tienen este miedo a decir tonterías que nos caracteriza a los adultos. Cuando hacemos talleres con ellos y hablan de lo que ven, aprenden que hay diferentes puntos de vista, que la diversidad de opiniones es sana y normal. Pueden decir lo que piensen y su opinión se va a respetar. Eso contribuye a los valores que se pueden transmitir a través del arte: la tolerancia, el respecto, la comunicación y la seguridad en uno mismo. Todo eso ayuda a chavales que están formándose a tener un espíritu más libre y tolerante. 

— Al respecto del mural, la casa Durán ha puesto a la venta quince obras de Juan Carlos Argüello, conocido como el Banksy español, contra las ideas que defendió en vida para sus grafitis. ¿Qué opinión te merece el traslado del arte urbano a los museos?

— En Bombas Gens tenemos espacio para ese tipo de arte. La experiencia de mirar al pasado nos indica que aquello que fue transgresor y rompedor, considerado en sus orígenes una barbaridad, acaba entrando en el museo, porque el concepto mismo del museo también cambia.

— ¿Concretas en qué, al menos, en Bombas Gens?

— Frente a la noción de espacio cerrado, nosotros tenemos puertas abiertas y el ánimo de programar actividades como charlas o música. La curiosidad es uno de los mecanismos más poderosos. En el devenir de la humanidad, se generó ciencia y supervivencia, como explica muy bien Antonio Escohotado en su ensayo Caos y orden. Y yo me valgo de ese mecanismo para que personas que se acerquen a conocernos por pura curiosidad puedan descubrir que el arte contemporáneo les interesa. A partir de ahí, esa persona ya se motiva sola.

— ¿Cómo maridas el arte con otras propuestas sin traicionar el espíritu del museo? 

— El patrimonio ha sido una sorpresa maravillosa. La Fundación no tenía una línea patrimonial, pero cuando compramos este complejo industrial vimos su potencial de rehabilitación. Después apareció el refugio antiaéreo de la Guerra Civil y, por último, una bodega del siglo XV, perteneciente a la antigua Alquería de Comeig. Esta sinergia aporta. Nunca sabremos cuánta gente atraída por la historia ha descubierto que lo que había dentro de las naves también le interesaba. El arte contemporáneo mueve muchísimo menos que la música, el patrimonio y la historia, así que vamos a unirlo y hacer que todo sume.

— Imagino que también la gastronomía… ¿Cómo surgió la colaboración con Ricard Camarena, que ha ubicado su restaurante en el patio?

— Mi marido y yo conocemos a Ricard desde que abrió su primer restaurante, hace quince años, en el bar con piscina de su pueblo, Barx. Nosotros vivíamos en Gandia y nos recomendaron ir a probar su arroz. Además de ser clientes, compartíamos pediatra y entablamos una amistad. Es una persona con valores muy parecidos a los nuestros: muy arraigado en su tierra, pero con ganas de innovar sin perder el norte. Es muy honesto y muy humilde. Las personas grandes de verdad son humildes. Para nosotros es un orgullo tenerlo aquí al lado. 

— Bombas Gens fue el primer gran centro cultural de València en cerrar sus puertas en marzo de 2020, y una vez reabierto, bajó el ritmo, frente a otros museos que le dieron un ímpetu para volver a atraer a los visitantes. ¿Ha sido por cautela sanitaria o por la necesidad de afrontar el cambio que ha supuesto en la Fundación un nuevo organigrama?

— Tuvimos que cerrar la víspera de la inauguración de Inma Femenía. Era una exposición preciosa, un site-specific, que suponía su primera muestra como única artista, pero temí arriesgarme a un foco de coronavirus. Al día siguiente, desde la Generalitat, se decidió el cierre, con lo cual no nos equivocamos. Fue un alivio. En cuanto a la apertura, sabíamos que el público no iba a responder igual que antes y nosotros tenemos unos gastos importantes (corre todo a cargo del patrimonio familiar, no hay subvenciones). Así que adaptamos la actividad a las circunstancias. Aparte de eso, es verdad que hemos vivido una transformación a la que ha ayudado ir a un ritmo más lento.

«Nos preocupaba mucho hacer una aportación al barrio en aquello que más falta hiciera, por eso nos centramos en chavales de doce a dieciséis años»

— ¿Cómo conjugas tu doble faceta de empresaria y filántropa?

— No somos los únicos, aunque quizá sí de los más visibles. La visión de la Fundación que creamos mi marido y yo consiste en crear una sociedad mejor desde una iniciativa privada y responsable. Nuestro modelo no es un modelo apoyado en la caridad, sino en crear el cambio necesario para que lo que impulsamos dure y genere bienestar de manera estable. Por eso no solo damos comida, que la damos, sino también formación y confianza en nuestros chicos y chicas. Por eso contribuimos día a día a la atención a las personas con daño cerebral adquirido, con autismo y con discapacidad intelectual. Por eso hacemos talleres y actividades alrededor de las exposiciones; para promover ese cambio.

— Como empresaria, ¿qué dimensiones le auguras a la crisis que ya nos atenaza?

— Esta crisis está todavía más generalizada que la de 2008. Toda la sociedad está tocada. No sabemos, por ejemplo, cuándo se va a recuperar el turismo, que es importantísimo para nosotros. Ahora hay que arriesgar, con cierto sentido común, buscando asegurar, pero si no, no nos moveremos. Y eso me lleva a comentarte algo que me preocupa y quisiera contribuir a cambiar de una vez. Me molesta el prejuicio que sufren los empresarios. Hasta la forma en que los oponemos a los trabajadores denota una suspicacia implícita. ¡Como si el empresario no trabajara! El empresario trabaja como el que más, porque, de hecho, es el que más arriesga, el que levanta un sueño que no siempre sale, pero que cuando sale genera riqueza para los demás, y de forma absolutamente lícita, también para él. ¿Qué sostiene ese prejuicio de que el empresario explota, se aprovecha o consigue una riqueza que no le corresponde porque se la quita a otros? 

— Sospecho que la historia.

— En el inicio de la revolución industrial habría algo así, porque los trabajadores no estaban protegidos por las leyes y desalmados ha habido siempre. Pero hoy, esa concepción decimonónica está fuera de contexto. ¿Y sabes qué pasa? Que la disonancia cognitiva, un mecanismo psicológico muy potente diseñado para protegernos del dolor, opera en muchas personas. Como no podemos soportar la disonancia que nos producen dos aspectos en conflicto, nuestro cerebro busca restablecer el equilibrio con argumentos y justificaciones que nos dejen tranquilos. Ese empresario ha hecho una fortuna y yo no he podido, así que concluyo, de manera automática y para reducir la disonancia, que esa riqueza no debe ser muy legítima, que falta ética y, claro, como yo sí la tengo, he de quejarme y defender mis intereses. Lo que digo no es políticamente correcto, pero alguien lo tiene que decir.

— ¿En qué empresarios te miras?

— Cada vez me encuentro más empresarios con valores, que atienden a sus trabajadores y aportan a la sociedad más allá de los impuestos que tienen obligación de pagar. El primero, y estoy muy orgullosa de ello, fue Carlos Gens, que dejó una huella de admiración en sus trabajadores que aún dura. Y los segundos, Juan Roig y Hortensia Herrero, que están haciendo grandes aportaciones desde el deporte y la cultura por esta ciudad. Somos una tierra generosa, desde luego.

La teoría expuesta por el psicólogo social Leon Festinger en 1957 reaparecerá en dos ocasiones más a lo largo de la charla. En 2017, Bombas Gens acogió la exposición La blancura de la ballena del fotógrafo británico Paul Graham, en la que Lloret distinguió un destilado sutil de la disonancia cognitiva. «La colección de instantáneas estaban tomadas con el angular abierto a tope, hasta el punto de que aparecían quemadas, blancas, de modo que apenas se veía lo que había detrás, que era una persona sola, pobre o rechazada. Había cegado la parte de la realidad que no se puede soportar para que no doliera», detalla la otrora profesora de Psicólogía, quien también se apoyó en esa teoría en la charla TED Compartir es fácil si sabes cómo, que impartió en 2018, en la que daba las claves para pasar de la intención a la acción. «Menudo reto fue aquello para mí», rememora Susana Lloret.

En aquella intervención compartió que el impulso por ayudar está en la naturaleza humana, pero a menudo, al no saber cómo ejecutarlo, se desvía la mirada del problema: «No por desalmados, sino por impotentes». De resultas, el cerebro busca restablecer el equilibrio con argumentos y justificaciones que recuperen la tranquilidad, del tipo de «si le ha pasado eso, será que se lo merece» o «no es mi responsabilidad; para eso están los servicios sociales».

«Esto no es de ser mala persona, es un mecanismo adaptativo que tenemos y que actúa de forma inconsciente», insiste la alicantina, que a esa frustración opone la dinámica puesta en marcha en Per Amor a l’Art, que pasa por desarrollar un plan para llevar a cabo mejoras en el entorno. 

Este quiero y sí puedo arrancó en 2014, año en el que Susana solicitó una excedencia de su puesto como coordinadora de la Unidad Docente de Psicometría de la Universitat de València para volcarse en la Fundación. Esta vez refiere al psicólogo canadiense Albert Bandura, importante teórico del aprendizaje social, para su entrega a Per Amor a l’Art: «Si nosotros, con nuestra visibilidad, podemos mostrar una forma de aportar a la sociedad e inspirar a otros, pues a ello con todas nuestras fuerzas».

«El arte contemporáneo mueve muchísimo menos que la música, el patrimonio y la historia, así que vamos a unirlo y hacer que todo sume»

— ¿Echas de menos la docencia?

— La docencia y la investigación. Un profesor universitario practica ambas vertientes. Si solo eres docente, te quedas obsoleto. De hecho, la labor de investigación es tan importante, que a veces prima sobre las de profesorado y eso tampoco me parece bien, pues al estar centrado en la investigación porque te da más puntos y prestigio, no te preparas igual las clases. Hay que mantener un delicado equilibrio. La parte investigadora me pica más, porque soy muy curiosa, pero la suplo investigando a los artistas. 

— Imagino que conoces series como Dexter o En terapia… ¿Qué opinas de cómo se trasladan últimamente tramas sobre la salud mental al audiovisual?

— No veo series, pero siempre que se habla de algo, implica que ya se ha dado un paso. Antes era tabú plantear la enfermedad mental, así que lo valoro positivamente. Si uno está deprimido no ha de sentir vergüenza por decirlo. Está bien que se hable en televisión, que se vaya normalizando. Otro tema es si se le da un tratamiento muy desorbitado, pero lo cierto es que si no hay minorías que hagan cosas muy rompedoras, las mayorías nunca se mueven. 

— He revisado anteriores entrevistas y ha coincidido que en todas vestías de blanco monocromático. ¿Por qué?

— Casi siempre visto de blanco o de negro. Es por comodidad, combina con todo, me simplifica la vida y me sienta bien. Además, es mucho más fácil armonizar colores sólidos y, para mí, la armonía es fundamental.

— También sé que practicas meditación, ¿son todo formas de acallar el estrés del día a día?

— Puede ser. Hay cosas que hacemos inconscientemente, pero eso no quiere decir que al azar. 

— ¿Cómo te iniciaste en la meditación?

— Empecé a leer sobre meditación porque necesitaba conseguir un equilibrio que me estaba faltando. Un sacerdote llamado Pablo d’Ors, gran meditador y amigo del desierto, me invitó a un retiro de silencio. Me sentó francamente bien. Desde entonces he hecho varios. Recomiendo su libro Biografía del silencio, que es una pequeña joya.

— ¿Qué te aporta?

— Quietud. O como yo lo denomino, salir de tu centro. En el estado consciente estamos atendiendo montones de estímulos continuamente y no acabamos de descansar. Somos el centro de nuestra vida todo el rato. Cuando a través de la meditación o, simplemente, quedándote en silencio en un lugar como este jardín, consigues apagar la conversación que tienes contigo misma, te calmas y puedes disfrutar del sonido del agua, del pájaro que pasa, de lo bonito que es el cielo. Ya eres un espectador y eso te permite relajarte y alcanzar una actitud contemplativa, que has de adquirir para tener paz. 

— ¿Cómo gestionas ser el centro de atención? ¿Te ayuda tu etapa como profesora?

— Efectivamente. Empecé a dar clase muy jovencita. Tanto, que pasé de un lado de la clase al otro al año siguiente de acabar, porque tenía una beca que incluía ayudar a mi tutor, Vicente González. El único consejo que me dio consistió en que fuera natural. Y me sirvió. Creo que no hay nada peor que ser impostado, querer parecer lo que no eres, querer transmitir lo que no sabes. Así pierdes la autenticidad y la honestidad. Si en una rueda de prensa me equivoco, pues me equivoco. En clase siempre hay algún alumno que te pregunta algo que no sabes, porque no eres una enciclopedia andante; la respuesta en esas ocasiones es: «Te lo contesto mañana». 

— Hablando de enciclopedias andantes, ¿qué peso tiene Vicente Todolí en la elección de las obras que adquirís?

— Es un asesor de arte espectacular. Mi marido y yo somos coleccionistas, pero en la práctica somos tres: para que una pieza de arte entre en la colección, hemos de estar dos de acuerdo y uno ha de ser Vicente. Si solo estamos de acuerdo mi marido y yo, esa obra va a la colección de nuestra casa. 

— ¿Qué criterios seguís a la hora de decidir apoyar a un artista?

— Ha de ser singular, decir algo que no se haya dicho antes. Es el caso de Nicolás Ortigosa, al que le compramos la serie de La divina comedia porque su trazo negro nos llegó, o de los fotógrafos Bleda y Rosa, que en sus campos de batalla han retratado lugares donde han sucedido contiendas muy importantes en España, en Europa y en el continente americano. Nosotros produjimos Ultramar. Inma Femenía ha sido capaz de tomar el mundo digital con sus píxeles, sus luces y sus colores y transportarlo a soportes nuevos, en plástico. La obra que le compramos parece un sueño. Yo entré por sus enormes cortinas de colores y lo experimenté como un paisaje onírico, aunque resulta que ella quería plasmar lo vigilados que estamos por la sobreabundancia de cámaras. Al final, la obra se independiza del artista. Ahí reside la magia del arte, que cobra vida propia. 

— ¿Qué obras de arte que no lo son en el sentido estricto te gustan?

— Cada vez que miro a la naturaleza veo montones: la puesta de sol, el color de las nubes al amanecer, la lluvia, una florecita sin más. La sonrisa de cualquiera, pero las de mi hijo más que ninguna. Las obras de arte transmiten lo mismo que la naturaleza: emociones. 

— Laurence des Cars acaba de hacer historia. El Louvre ha tardado 228 años en poner a una mujer al frente de su presidencia. ¿Qué opinión te merece que sea noticia que una mujer presida un museo?

 — Algún día no nos llamará la atención. En la actualidad, no estamos en situación de paridad, pero el techo de cristal se ha roto en muchos ámbitos. Ahora hay muchas más mujeres al frente de instituciones artísticas. No elegimos ni a Núria (Enguita) ni a Sandra (Guimarães) al frente de Bombas Gens por su condición femenina, sino por ser la mejor persona para el puesto. En cambio, cuando buscamos fondos para la colección, nos cuesta más encontrar mujeres artistas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Haberlas, las ha habido, pero no se les ha reconocido. 

— ¿Conoces la existencia de La Roldana, una plataforma que busca impulsar el cambio en los currículos escolares para que las mujeres artistas no estén desplazadas o directamente desaparecidas?

— Nosotros reivindicamos comprando obras de mujeres cuando son igual de buenas que las de los hombres. Buscamos buenos artistas, pero a las mujeres hay que buscarlas un poquito más. Tenemos unas instantáneas de flores preciosas de Imogen Cunningham, fotógrafa americana de los años veinte y treinta. Cuando las vi, pensé que habían sido la inspiración para Robert Mapplethorpe, pero él ha tenido un reconocimiento hasta allá y a ella solo la conocían en círculos muy reducidos. 

— València acaba de ser elegida capital mundial de los museos 2023. ¿Dónde quedan los museos en esta sociedad digital?

— Quizá cambien de nombre. A mí me gusta muchísimo más centro de arte, que resulta mucho más abierto que museo, que suena decimonónico. Nosotros hemos incorporado esta digitalidad para complementar algunas de nuestras exposiciones. Hemos usado, por ejemplo, iPads para presentar procesos de creación. No hay duda de que lo digital se va a meter en el arte, pero la realidad virtual nunca va a poder sustituir a la presencial.

«Cuesta más encontrar mujeres artistas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Haber las ha habido, pero no se les ha reconocido»

— ¿Qué le pides a la Ley de mecenazgo?

— El problema que le veo a la ley es poner unos límites que, a partir de un cierto nivel, deberían ensancharse. Distingo dos situaciones. Por un lado, aplaudo que los donativos de hasta 150 euros estén bonificados hasta un 75%. Me parece fenomenal porque ayuda a que el micromecenazgo se normalice al permitir que cualquier persona ponga su granito de arena al tiempo que recibe una desgravación importante. Ahora, para los patrimonios grandes, la desgravación de su base imponible es tan solo del 10% y eso limita excesivamente el radio de acción de la ley. ¿Por qué no un 20%? Luciría más. Es cierto que el mecenazgo es algo altruista, pero si lo incentivas, va a crecer. Si queremos que aumente, apoyemos un aumento de esa cuota, que es escasa comparada con otros modelos en Europa.

— Fuiste presidenta del Patronato del Palau de les Arts de 2018 a 2019. Desde entonces, ejerces como Patrona de Honor de esa institución, ¿hasta dónde llega tu implicación desde este cargo?

— Sigo implicada a muchos niveles. Me marché para afrontar un problema exterior, pero quería manifestar mi apoyo al proyecto y esta fórmula me descargó de responsabilidades. Actualmente lo apoyo con mi presencia, con todas las gestiones en las que puedo intervenir y económicamente. 

— En su libro La muerte del artista, el ensayista William Deresiewicz plantea una disyuntiva sobre la vida de los creadores en la era digital. En Silicon Valley se asegura que nunca ha habido un mejor momento, por un lado, porque la producción es barata, y por otro, porque la distribución en la red de redes es gratuita. Pero los propios artistas replican que el hecho de poner sus obras en internet no implica que alguien vaya a pagarles por ello ni que cualquiera pueda ser artista, porque el hecho creador supone años de dedicación y eso requiere medios de apoyo. ¿Con qué visión te quedas?

— Para exhibir algo, alguien lo tiene que apreciar, y el hecho de que pongan muchas cosas en internet, no quiere decir que haya mucha gente mirando. De hecho, creo que lo que va en aumento es la gente que selecciona, porque es tal la intoxicación, la inundación de material, de información y de imágenes, que estamos poniendo un montón de filtros para que lo que nos llegue sea lo que queremos ver. Tanto la Ley de Protección de Datos como las limitaciones a las cookies son mecanismos para proteger a las personas de esa avalancha. No creo que el postulado de Silicon Valley sea verdad: puede ser fácil distribuir, pero difícil de llegar. Las personas somos insustituibles. Un artista ha de encontrar una vía de apoyo humano, ya sea una galería o un mecenas, que le permita acceder a canales donde distribuir su obra con garantías de que la van a considerar. 

* Lea el artículo íntegramente en el número 80 (junio 2021) de la revista Plaza

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