Unos periodistas de Vancouver llevan a un cómic las historias de gentrificación y marginalidad que no paran de escribir y leer en los medios, con homenaje a El Quijote incluido
Este otoño Madrid y Barcelona organizarán un encuentro internacional para compartir estrategias que permitan combatir la gentrificación. La paradoja es conocida, cuanto más se invierte en el saneamiento de un barrio deprimido, más fácil es expulsar a la población que residía en él hasta ese momento con una escalada de precios.
En Canadá esto lleva sucediendo en Vancouver, la ciudad más atractiva del país -culturalmente al menos-, desde los años 70. En enero de este año se produjo una manifestación de los residentes de dos barrios, Downtown Eastside y Chinatown, en la que se quejaban de que eran marginados que estaban siendo marginados. En las nuevas tiendas que iban abriendo, contaban un centenar nuevas en dos años, no podían comprar por tener bajos ingresos. Llamaban a estos espacios que se iban abriendo paso "zonas de exclusión". Un zumo les costaba 11 dólares, los muebles eran desde 3000, se quejaban. Ellos cobraban alrededor de 800 dólares de pensión y 500 se iban en el alquiler del piso social.
Los guionistas son periodistas y de Vancouver y explicaron en el lanzamiento del tebeo que estaban hartos de escribir artículos sobre el incremento del precio de la vivienda en su ciudad y los efectos de la gentrificación. Sin dejar de leer periódicos, quisieron dar un paso más adelante, salirse del periodismo, y a través de las viñetas, en un mundo de ficción, volver sobre el mismo tema pero sin perder honestidad y precisión a la hora de tratarlo.
El punto de partida es original. Arnold Timm es un vagabundo que de un día para otro se da cuenta de que su amigo Manny ha desaparecido. Decide entonces emprender su búsqueda más allá de los límites de The Dregs, su barrio, las manzanas en las que pueden estar las personas sin hogar. Alrededor, todo está gentrificado.
En las primeras viñetas ya nos revelan el misterio. A Manny lo han cogido unos sujetos, le han drogado por intravenosa, cosa que le ha gustado mucho, le han arrancado la cabeza y le han introducido en una picadora de carne. Con los jirones de su cuerpo, han creado sofisticados platos en un nuevo restaurante, La Mancha (sic), donde va la gente bien a comer. Una metáfora excelente. Lo pobre, los pobres, se han puesto de moda hasta el punto de que la gente pudiente llega a comérselos.
Un pequeño giro al argumento de Soylent Green (en España, Cuando el destino nos alcance) solo que ha cambiado el paradigma. En esa historia nos comíamos a los ancianos porque la contaminación nos había llevado a una crisis medioambiental que ya no había alimentos y ahora es el capitalismo el que nos empuja a comernos unos a otros en sentido literal.
El protagonista es un fanático de la novela negra. De hecho, vemos que los conspiradores que están tratando de arrebatar otra manzana a los homeless le roban sus libros y solo le dejan uno, su favorito, El largo adiós de Raymond Chandler. Como su protagonista, el detective Philip Marlowe, Timm comienza a investigar la desaparición de su amigo por las calles descansando solo para chutarse un pico en la vena.
Entre citas de Jonathan Swift, vemos desfilar al Ceo de la empresa Canary Enterprises, que tiene proyectado construir el complejo residencial de lujo. El sospechoso camello que le pasa los viales al protagonista y una mujer, de corte femme fatale, que no queda claro si es real o fruto de su imaginación de aspirante a detective en otra referencia más a El Quijote. No se puede decir que el cruce de novela negra, Cervantes, la droga y los constructores sin escrúpulos no sea un cóctel precisamente original.
Los autores decidieron deliberadamente que The Dregs respondiera a los patrones clásicos de la novela negra y, en sus propias palabras, intentaron aprender sus reglas para poder así romperlas. Leyeron a Chandler y a Dashiell Hammett y se tragaron todas las películas de cine negro que pudieron, entre ellas las de Robert Altman sobre la obra de Chandler o Brick, de Rian Johnson, autor de tres episodios de Breaking Bad y flamante director y guionista del episodio octavo de La Guerra de las Galaxias, Los últimos jedi, que se estrenará en 2017. El resultado es este vagabundo que solo puede escapar de las pocas calles donde le está permitido vivir a través de imaginarse que está resolviendo un caso.
El delirio de Timm le lleva a pensar, además, que este caso solo puede resolver él, Marlowe en su imaginación, porque en caso contrario no lo haría nadie. Busca pistas en los locales de intercambio de jeringuillas, monta pollos en las tiendas vintage de ropa de segunda mano y habla con otros vagabundos como él hasta que una le entrega un misterioso dibujo.
A través de ciertos patrones gráficos, empieza a entender qué puede estar pasando cuando lo compara con el plano de la ciudad. En ese punto, el lector duda ya de todo. Y ese el enganche que invita a seguir leyendo, qué es realidad y qué es ficción en las aventuras de ese anciano yonqui. Hay, de hecho, viñetas dispuestas en espiral contando sus pensamientos que mejor no pueden transmitir eso que en castellano llamamos rallarse.
En una entrevista en comicosity.com, los autores explicaron que eligieron este tipo de género detectivesco hardboiled porque en su momento se empleó para criticar la cultura americana, "para mirar debajo de la superficie de la fachada de sueño americano", dice Lonnie Nadler.
Para escribir los guiones, de hecho, parte de la inspiración les llegó por el blog de un policía local de su ciudad, Eastside Stories, que cuenta lo que ve en las calles cuando patrulla. "Son historias desgarradoras y macabras, pero hay algo humano en ellas que las hace desgarradoras y auténticas", explica Nadler. Ellos mismos recorrieron las zonas más deprimidas de la ciudad y hablaron con sus habitantes.
En algunos giros del argumento nos encontramos con los efectos de los recortes o con aspectos tan comunes en la vida de un homeless como ser rechazado en cualquier lugar público al que quiera acceder, como una tienda o una cafetería. El componente social está bien ponderado en este thriller de episodios oníricos que, con un dibujo no excesivamente ambicioso, logra transmitir muy bien la esencia del lugar y de la situación de marginalidad de sus personajes. Un bueno, bonito y barato.