Otra opción infalible en el bario de Arracanpins. Un BBB de manual.
Timoteo ya no es misionero. Lo fue en su primer año y pico de vida, cuando Pablo Copeiras y David Sánchez se quedaron un pequeñísimo local en la calle Ventura Feliu donde pusieron en marcha un bar de tapas. El nombre, Misionero Timoteo, fue heredado del bar que había antes, y yo, siempre que pasaba por delante, me preguntaba qué historia habría detrás de aquel nombre. Porque ya saben que todos los nombres de restaurantes encierran algún relato que vale la pena conocer. "La casera del antiguo local, su tío era Timoteo y fue misionero en Perú. Cuando nos quedamos el bar no quiso que cambiásemos el nombre y así se quedó", explica David.
El bar se mudó hace algo más de dos meses a una nueva ubicación. Mismo barrio, pero a un punto con mucha mayor visibilidad y muchos más metros cuadrados. En el chaflán de Marqués de Zenete con Salas Quiroga abrió el 8 de marzo el nuevo Timoteo, al que ahora le han añadido otro sinónimo que, reconozco, me suele generar cierto rechazo: gastrobar. Y sin embargo, aquí el término encaja. Es una bar, que abre de 12 de la mañana a 12 de la noche, donde puedes tomarte un aperitivo, una cerveza o una cena con amigos, pero al mismo tiempo su cocina trata de elevarse ofreciendo calidad y elaborando sus platos con un buen producto. "El concepto es bastante mediterráneo, enfocándonos en tapas y comida de bar, pero versionándola un poco, dándole un toque más moderno e integrando algunas cosas de otros países", apunta David. "Sobre todo que esté bien hecho. La sepia es sepia, la gamba es gambón, la cecina que tenemos viene con denominación de origen de León, la carne de black angus viene certificada, las croquetas las elaboramos con todos los recortes de cecina de las tablas... Todo producto nacional", añade Pablo.
La carta de Timoteo puede dar cierta sensación de lo de siempre. La Santísima Trinidad: ensaladilla, croquetas, bravas. Sepia con mayonesa. Tartar y tataqui de atún. Tosta de sardina ahumada... Pero en cuanto te sientas a la mesa y pruebas los platos, desaparece esa sensación. Todo está muy bien hecho, tiene sabor y ciertos toques que les diferencian. La ensaladilla con el picadillo de encurtidos y ventresca es sobresaliente, también las bravas y las croquetas de jamón y cecina Black Angus. Fluida y sabrosísima. El bikini trufado, también con cecina y queso Idiazábal ahumado, es una de sus creaciones, algo que creo deberían potenciar. Diferenciarse con más platos propios. Seguro que lo harán. Pronto pondrán un menú del día con arroces hechos en llanda. Y los fueras de carta también está previsto que los impulsen.
Tiempo tienen de sobra para demostrar lo que valen. Pablo tiene 26 años y David 27. Ambos son cocineros y se conocieron trabajando. Coincidieron en El Aprendiz y han pasado por otros restaurantes. Lo más difícil ya lo han hecho. A punto estuvieron de llevarse el bar a Marxalenes, el barrio de Pablo, y plantear algo más modesto donde solo estuvieran ellos dos. Pero, arropado por otros dos socios, decidieron dar el salto cuando vieron este local. Y parece que no se han equivocado, por la acogida que están recibiendo
El ticket medio (menos de 20 euros), la terraza y esa deliciosa tarta de chocolate deben tener algo que ver. También el conjunto del local, con una sala amplia y sencilla y una barra apetitosa, obra del arquitecto Javier Llebres. Si tienen un poco de suerte a la hora de encontrar equipo– el talón de Aquiles de la hostelería– les auguro un camino largo y exitoso.