VALÈNCIA. “Llegaste a nosotros con las manos y los pies sumados a los de nuestra hija y siempre te he mirado con ojos de madre. Nos dejas, un poco mancos y un poco cojos, a todos los que hemos tenido el honor de conocerte. Adiós Diego, no te vamos a olvidar nunca”.
Conocí a Diego Ghymers hace diez años en ese mundo de pianistas locos y hervidero de ideas en permanente ebullición que es Musikeon y toda la red que se ha tejido desde allí, y que sigue viva, diversificándose, transformándose. Las manos y pies de Diego Ghymers que al principio de estas líneas recuerda alguien que le quiso mucho, dieron lugar a un dúo muy celebrado 4 hands&4 feet piano duet junto a Ángela López. Con Ángela y Diego, sus ocho manos y pies y sus cuarenta dedos, descubrí qué eran y cómo funcionaban las turquerías. Un recurso que utilizaba el propio Mozart con frecuencia: instrumentos de percusión acoplados al piano que se accionaban con los pies y las rodillas. Diego y Ángela tocaban Petrushka al piano acompañados de este variopinto circo percusivo y de un portátil para proyectar un audiovisual. Y manejaban todo ello con sorprendente precisión para contar con mucha didáctica y mucha magia la historia del moro, la bailarina y el muñeco Petrushka.
Esto era así porque Diego (y Ángela) siempre transitaron caminos arriesgados y poco cómodos; siempre a la aventura, a ser posible compartida. Como hacía en su peculiar Petrushka -un espectáculo imposible de levantar sin trabajo de equipo y sin enredar manos, pies y orejas, a modo de twister musical- Diego nunca utilizó un camino recto sino circular, concéntrico o entretejido. Podría haber elegido una senda lineal, pero no lo hizo. Nacido en Chile de padres belgas, Diego había vuelto aún niño a Europa. En el año 2000, siendo ya Licenciado en Ciencias Económicas y Economía del Desarrollo en Lovaina, se estableció en España y continuó estudiando música –piano- con Luca Chiantore y asistiendo a clases con Alicia de Larrocha, Lazar Berman, Ton Koopman, Josep María Colom o Katia Labèque…
Era joven, guapo, gran pianista, cerebro privilegiado y hablaba varios idiomas, pero eligió caminos menos fáciles y previsibles. En los mismos 70 que vieron nacer a Ghymers, comenzaba en Woodstock con Walter Thompson un fenómeno artístico muy potente, un modelo de creación democrática, un lenguaje de improvisación en equipo que ha arrastrado con fuerza a numerosos músicos, actores bailarines y artistas plásticos o de audiovisual de todo el mundo: el soundpainting.
Diego, en su afán permanente de búsqueda y después de transitar por el jazz, acabó aprendiendo los más de 1500 signos que componen la sintaxis visual del soundpainting y creó en Londres en 2010 The London soundpainting orchestra, un potente proyecto que su temprana muerte dejó huérfano. No es de extrañar que alguien fascinado por la búsqueda y la exploración de nuevos caminos, tan proclive a trabajar en equipo y que entendía la música desde la libertad del intérprete, se sumergiera de lleno en el mundo del soundpainting. “Cómo no le iba a gustar tanto a Diego – dice Luca Chiantore - un proceso creativo e interpretativo en el que la barrera entre quién toma una decisión y quien la acata desaparece por completo”. Porque en el soundpainting hay un código compartido, una orquesta y un director, pero la jerarquía implícita entre el director que da una orden y los músicos que la acatan, convirtiendo en sonido una idea ajena, se desdibuja. Los gestos del director son un estímulo para la creatividad de cada músico y es imprescindible escuchar a los demás para que el resultado sea convincente. Es un proceso de retroalimentación continua y su grandeza reside en que la creatividad individual dependerá de la creatividad ajena; un modo de trabajar casi insultante en estos tiempos en el que se comparte espacio pero no vida, sin mirada ni diálogo, absorto cada cual en su pantalla, juntos e incomunicados. El soundpainting necesita de la escucha y la mirada atenta de todos a todos y entre todos. Necesita, por fuerza, la solidaridad y la escucha para nacer y crecer. Como dice Chiantore, “es un maravilloso experimento humano, en el que la idea misma de lo que entendemos por liderazgo adquiere los tintes de una maravillosa utopía política.”.
David Ortolá, otro valenciano ligado a la música experimental y gran amigo de Ghymers, creyó en esa utopía democrática y fue un visionario al componer y estrenar sus Efímeras, para veinte pianos en plena primavera árabe. Era el verano de 2011 y las Efímeras sonaban al unísono. Entre otros diecinueve pianistas, también estuvo allí Diego, siguiendo al líder Ortolá que, desde uno más de los veinte pianos, co-dirigía su obra con amplios gestos que presagiaban esa futura incursión en el soundpainting.
Este fin de semana Valencia se convierte en centro de soundpainting y de experimentación e investigación musical en memoria de Diego Ghymers. Tras Londres y Bruselas, en el tercer aniversario de la muerte de Diego, Valencia es sede del encuentro para recordarle y mantener abiertas sus líneas de investigación y creación. Los lugares que fueron su hogar, Musikeon, Clemente pianos y Jimmy Glass albergarán conciertos, seminarios, talleres, debates y ensayos sobre su trayectoria. Walter Thompson estará en Valencia explicando soundpainting de la mano de la pianista y compositora Hada Benedito, torrentina afincada en Berlín que ha compuesto para la ocasión una pieza multipianos abierta a la improvisación. Vicente Espí, Santi Navalón, Joan Saldaña, y Pedro Alarcón, volverán tocar “49 Ghymers” en su “Tribute to Diego” en Jimmy Glass, local del que Diego fue vecino catorce años y donde sigue viviendo su piano de pared, testigo de tantas noches de música. Como decía Ángela, “no te vamos a olvidar nunca, Diego” y mantener viva tu música es la mejor manera de que sigas con nosotros.