VALÈNCIA. Todo a la vez en todas partes debería pasar de forma inmediata a ingresar en la nómina de películas que te vuelan la cabeza. Está llena de ideas, de imágenes inesperadas y un ritmo torrencial, disparatado, original y anárquico. Puede, en efecto, que sea excesiva, que algunas de sus apuestas y decisiones no terminen de encajar, que sea un tanto confusa, pero al menos se arriesga de verdad a romper con los moldes de la narrativa convencional y a explorar nuevos caminos de forma tan autoconsciente como juguetona.
Los Daniels, que así firman Dan Kwan y Daniel Scheinert, que empezaron dirigiendo videoclips, ya demostraron que su habilidad para experimentar con los tonos y componer una auténtica bizarrada como era Swiss Army Man, la historia de amistad entre un náufrago y un cadáver interpretado por Daniel Radcliffe. Ahora dan un paso más allá con una película tan ambiciosa en su guion como en su manera de contarlo.
Todo a la vez en todas partes podría resumirse a través de su título, porque todo, incluso lo más inesperado, puede pasar al mismo tiempo en una misma escena. Manos que tienen salchichas en vez de dedos, recreaciones oníricas a lo Tarsem Sighn (La celda, The Fall), luchas de kung-fú, bagels monstruosos o lavadoras que se convierten en una metáfora de la vida, que da vueltas y más vueltas sin encontrar un sentido.
De igual forma, los directores no se cortan a la hora de introducir todos géneros posibles, de la comedia al costumbrismo, pasando por la acción, la ciencia ficción y distintas reflexiones en torno a temas como la inmigración, la brecha entre padres e hijos y la incomprensión que se genera, así como la identidad sexual o el vacío existencial. Para rematar la jugada, uno de sus ejes narrativos incluye la idea del multiverso, que tanto obsesiona al Hollywood actual. Así, en la película, los diferentes miembros de una familia tendrán que luchar juntos para destruir una fuerza que ha acumulado un odio tal que es capaz de hacer peligrar la coexistencia de todas las posibles (infinitas) líneas temporales paralelas. En este caso, en el exceso, está la virtud.
El caos es, en todos los sentidos posibles, el verdadero motor de la película y los Daniels disfrutan generándolo y desatándolo a su alrededor, generando una sensación de extrañeza que nos lleva de la carcajada a la confusión, de la sorpresa al absurdo
¿De qué forma nuestras decisiones condicionan nuestra vida, cuántos caminos diferentes podemos trazar a lo largo de ella? ¿No estamos ya sumidos en el caos? ¿No nos sentimos ya lo suficientemente perdidos? De alguna rara manera, la película conecta con muchos de los miedos de nuestro tiempo, con la soledad, con la sensación de vacío, con la decepción, con los traumas generacionales, con la incomunicación, con la frustración, con el miedo a no estar a la altura.
Todo a la vez en todas partes es también una carta de amor al cine en toda su vasta dimensión. Quizás por esa razón, los Daniels no se privan de nada, en un ejercicio de libertad y anarquía absoluta. También es una carta de amor a Michelle Yeoh, una actriz que ha tenido tantas vidas profesionales como las versiones que tiene su personaje. De musa del cine de acción de Hong Kong junto a Jackie Chan a chica Bond, pasando por el boom del cine oriental en Estados Unidos tras Tigre y dragón hasta llegar al próximo Avatar. En la película, la actriz tiene la posibilidad de demostrar su versatilidad en las artes marciales, en la comedia, en el drama e incluso en la autoparodia. Junto a ella, en el reparto también brilla Ke Huy Quan, que interpreta a su marido (el Data de Los Goonies), el mítico James Hong (Golpe en la pequeña China) y Jamie Lee Curtis, que se encarga de sacar la artillería pesada en momentos realmente antológicos. De una extraña manera, todas esas miles de piezas sin sentido, terminan por adquirirlo en la pantalla y lo frívolo y lo profundo se conjugan en la pantalla de manera prodigiosa.