Con el estreno de Treinta y tantos en la pequeña pantalla cambió el paradigma de la ficción televisiva. Ahora, los héroes también cambiaban pañales, sobre todo las madres que tenían que bregar por la conciliación cuando tal palabra no existía
VALÈNCIA.- Llegados a este punto de la historia de la televisión, no está de más recordar una cosa: los creadores de Friends no inventaron nada. Bueno, en todo caso lo que hicieron fue acentuar el nivel cómico a un patrón que unos años antes había surgido de la nada para instalarse en la programación televisiva y conquistar a la audiencia. La serie en cuestión se llamaba Treinta y tantos (Thirtysomething) y su trama transcurría alrededor de siete personajes treintañeros que debían enfrentarse a nuevos retos vitales. En este caso, se trataba de dos matrimonios y tres personajes solteros hablando de sus crisis de identidad, sus sueños rotos y sus deseos en Filadelfia, durante los últimos años de la era Reagan.
Cuando sus impulsores le presentaron la idea a la cadena ABC, la gran duda fue: ¿A quién puede interesarle una serie costumbrista? ¿Quién va a querer ver una ficción televisiva en la que no hay policías persiguiendo maleantes, médicos salvando vidas ni miembros de familias millonarias sacándose los ojos entre sí? Pero resultó que ese público existía y la apuesta salió bien. Treinta y tantos hablaba de unos babyboomers que habían nacido en los sesenta, la década de los ideales y ahora se encontraban a finales de los ochenta, rodeados de yuppies completamente desorientados, preguntándose qué narices les estaba pasando.
Marshall Herskowitz y Ed Zwick (que luego se haría famoso por dirigir películas como Leyendas de pasión, El último samurái o Diamante de sangre) necesitaban poner en marcha un proyecto, el que fuese, así que no vieron la necesidad de identificarse al cien por cien con él. Herskowitz lo único que quería era un trabajo que le proporcionara dinero para dedicarse a reformar su casa. Un día, fijándose en los problemas de sus amigos, se dieron cuenta de que ese podía ser un buen argumento: una serie que hablara de treintañeros con problemas existenciales. Pidieron una cita con los responsables de contenidos de ABC y de repente se vieron rodeados de más treintañeros como ellos. Dejaron caer su propuesta. «De acuerdo, ya os llamaremos», les contestaron con esta, una de las frases más manidas de la historia. Al salir del despacho, Zwick descubrió que se había dejado las llaves del coche en la sala de juntas. Cuando volvió a entrar, los ejecutivos le miraron y dijeron: «Estupendo que estéis de vuelta porque os compramos la idea».
El primer capítulo se estrenó en septiembre de 1987 (a España llegó un año más tarde y se emitió en horario estelar, los domingos noche en la primera cadena). Sus detractores la acusaban de ser una serie sosa en la que no había acción. Aquel derroche de costumbrismo no era habitual en la pequeña pantalla, pero acabaría ganando adeptos y haciendo historia. El matrimonio protagonista estaba formado por Michael Steadman, publicista, y su esposa Hope, una escritora de cierto éxito que ha dejado al margen su carrera para poder ser madre. El socio de Michael se llama Elliott y está casado con Nancy. Él es un poco tarambana y ella vive una creciente frustración porque también ha decidido abandonar su carrera artística para centrarse en la maternidad.
Timothy Busfield, el actor que encarnaba a Elliott, se presentó al casting y no tuvo ni que abrir la boca. Los productores lo eligieron nada más verlo entrar. Solamente hubo de dejarse barba para aparentar algunos años más, porque en aquel momento solamente tenía 29. Ken Olin era amigo de Herskowitz, y este no dudó en darle el papel de Michael. La mujer de Olin, Patricia Wettig, no se quejó al enterarse de que en la ficción no sería esposa de su marido, pero se mosqueó bastante cuando vio que en el episodio piloto sus diálogos eran casi inexistentes. Nada impidió que su personaje fuera de los más importantes durante los cuatro años que duró la serie, que dejó de emitirse en 1991.
En cuanto a los personajes solteros, estaba Melissa, prima de Michael y fotógrafa de éxito —portadas para Vanity Fair y otras publicaciones gordas— con una vida sentimental desastrosa. Con su look bohemio de Madonna ochentera y pelirroja, Melissa fracasa con casi todos sus ligues. Es la cara opuesta de Ellyn, que tampoco acierta una en su vida amorosa, pero que, en lugar de representar valores bohemios, aboga por el conservadurismo. Y finalmente está Gary, un profesor universitario atractivo y ligón, comprometido con causas sociales que solamente sentará la cabeza cuando se convierta en padre. Su personaje muere en un accidente de coche y eso hizo que la serie también fuera pionera por eso, por cargarse a uno de sus protagonistas. Horton, que por aquel entonces fue proclamado uno de los hombres más sexys de América y estaba casado con una todavía desconocida Michelle Pfeiffer, supo desde el primer momento que su personaje moriría si la serie llegaba a la cuarta temporada. Los productores ya lo tenían pensado así desde el principio.
Treinta y tantos cosechó varios hitos. Ganó un Emmy a la Mejor Serie Dramática. También fue la primera serie —antes que Star Trek, que fue la que popularizó esta tendencia— que empezó a ofrecer a sus actores la posibilidad de dirigir episodios de la misma. En una encuesta que hizo en 2004 la revista TV Guide —que es como el Teleprograma yanqui— el personaje de Michael Steadman fue elegido por los lectores como uno de los cincuenta mejores padres de la historia de la televisión.
Treinta y tantos dio voz a toda una generación que hasta ese momento apenas tenía presencia en el mundo catódico. También pagó cara su valentía. En uno de los capítulos, Russell, el mejor amigo de Melissa, aparece en la cama hablando con otro hombre. La escena no presentaba desnudos ni hacía referencias sexuales, pero lo que hacía que aquellos dos tipos estuvieran charlando con tanta intimidad era más que evidente. Ninguna serie había mostrado hasta entonces la homosexualidad de una manera tan transparente. A raíz de aquello, algunos anunciantes retiraron su publicidad y las pérdidas fueron de más de un millón y medio de dólares. A partir de ese momento, los guionistas se anduvieron con ojo a la hora de escribir sobre Russell.
Pero quizá uno de los hechos más definitorios del impacto que tuvo la serie y de su condición de fenómeno mediático reside en el hecho de que el término thirtysomething se hizo tan popular que no tardaría en ser aceptado por el Oxford Dictionary. Y es que, como dijo Melanie Mayron, la actriz que interpretaba a Melissa, la serie trataba de una sola cosa: «Cómo ser tú mismo, y hablaba de lo que uno ha de hacer cada día para conseguirlo. Aquí los héroes eran gente corriente, ni más ni menos».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 91 (mayo 2022) de la revista Plaza