Las películas de García Berlanga, siempre cargadas de intención, podría incluirse en el género documental
VALÈNCIA.- El cine de Luis García Berlanga se ha visto mucho pero, mientras el cineasta vivió, existía un vacío importante en el estudio de su filmografía, estudio que se ha disparado con la celebración del año Berlanga. Este hueco no es casual. El cine clásico ha sido (y es) considerado por algunas distribuidoras y pequeñas salas como cine de patrimonio, relegándolo a ciclos puntuales en filmotecas y pequeños cines adscritos a instituciones culturales, generando así un imaginario colectivo que acaba por asociar las clásicas como películas distantes, ajenas, tediosas y nada atrayentes, desvinculándolas de la propia génesis del cine: un medio social de entretenimiento popular. Esta es una de las razones por las que el cine de Berlanga y el de sus coetáneos ha podido pasar desapercibido para parte de la población, al menos la más joven. No obstante, estos reconocimientos póstumos y el auge de estudios sobre cine están permitiendo valorar la importancia de pensar el cine y su aportación documental y antropológica fuera y dentro de España.
Aunque su filmografía no sea realmente extensa (diecisiete largometrajes y algunos cortometrajes), funciona como la mejor clase de historia para las generaciones que no conocieron cómo fue la España de finales de los 50, los 60, los 70… Si durante la dictadura Luis Buñuel fue el cineasta más destacado del exilio, en España fue Berlanga el autor que más reconocimiento obtuvo entre quienes se quedaron. Con su mirada realista, irónica, mordaz y crítica, su rol fue el de un historiador que le ponía imágenes a más de cuarenta años de cambio y turbulencias en la historia reciente de España, convirtiéndose, a conciencia, en un cronista del siglo XX.
Si bien Buñuel también parodió, la valía de Berlanga reside en haber sabido reírse de la evolución política y social de España desde la dictadura hasta la transición y después la monarquía parlamentaria de Juan Carlos I, con una mirada lúcida y rigurosa, desprovista de cualquier pretensión de adoctrinamiento. Retrató la guerra civil en La vaquilla, donde a través de un pueblo que se encuentra en una línea de frente estancada, explica la división de las dos Españas irreconciliables de la derecha y de la izquierda, pero que en realidad, sí tendrían puntos en común: la paella, las fiestas, la tauromaquia y, cómo no, la picaresca. En Bienvenido Mr. Marshall criticará el plan anticomunista de recuperación económica para Europa impulsado por Estados Unidos. El verdugo es una crítica directa a un estado criminal; y a través de sus episodios nacionales y de la familia Leguineche explica toda una evolución de un territorio. Por citar solo algunos ejemplos.
* Lea el artículo íntegramente en el número 85 (noviembre 2021) de la revista Plaza