VALÈNCIA. Volvía a ponerse al frente de la Orquesta de Valencia su nuevo titular Alexander Liebreich y los resultados han sido más que notables. Se inició la velada con una obra, estreno absoluto en España, del prestigioso compositor valenciano afincado en Canadá José Evangelista . Una pieza, O Gamelán, que con una escritura formal y armónicamente impecable, fusiona la tímbrica de la música balinesa y del sonido de los llamados gamelan que son los conjuntos de la tradición musical de indonesia de percusión y cuerda pulsada. Habría que añadir que el aspecto más occidental de esta música se aprecia en influencias de la música repetitiva (Reich), que corrió a cargo de la cuerda con la repetición de células temáticas cortas. El peso de esta música corre a cargo de la tímbrica de la percusión con intervenciones solistas de clarinete y trompa.
Tras ello una lectura que quizás no fue extrema en sus dinámicas y expresión, lo cual ya se vio en el primer gran acorde, pero sí rica en matices expresivos. Que no fuera extrema en las dinámicas no significa que no ofrecieran Liebreich y la orquesta un amplio repertorio de estas. Desde el punto de vista de los resultados, el conjunto rayó a un nivel notable teniendo en cuenta también que estas obras de impronta tan clásica suelen significar un reto para los músicos. Buen nivel las maderas aunque en algunos instantes se mostraron algo precipitadas. La cuerda sabemos que es aquí, en esta música tan expuesta, donde tiene su talón de Aquiles, sin embargo las numerosas indicaciones expresivas del director germano fueron perfectamente traducidas.
Es importante notar que los músicos se encuentran a gusto con este director que más allá de marcar el compás férreamente se preocupa, incluso en su gestualidad, de los matices expresivos de las obras sin dejar a un lado el control de todo lo que sucede en escena no permitiendo que se baje la guardia. El músico agradece esta confianza en su trabajo y lo devuelve de la mejor forma que sabe. Me quedo con un minueto lleno de gracia con un fagot verdaderamente soberbio y el allegreto lleno contrastes. Quizás al último movimiento podríamos haberle pedio algo más de explosiva viveza desmelenada. Como curiosidad Javier Eguillor estrenaba unos timbales “clásicos” muy infrecuentes en nuestro país, intermedios entre los grandes instrumentos sinfónicos y más pequeños empleados para la música barroca, y que suenan estupendamente en esta clase de obras del período clásico.
Lo mejor, o mejor dicho lo verdaderamente excelso, vendría tras el descanso con una lectura global absolutamente magistral del concierto para violonchelo de Dvorak, pero individualmente en el caso de Mork de referencia, y se lo que digo, y cuando lo digo. Estas son las versiones que logran poner sobre la mesa, abierta en canal, la obra maestra que se interpreta, y el concierto el compositor checo lo es, sin lugar a dudas, desde la primera a la última nota. Interpretaciones que nos revelan una obra, en toda su grandeza, como si fuera la primera vez que la escuchamos. En un concierto en la que la orquesta es tan importante no podemos obviar a una formación que vivió una de sus grandes tardes. Liebreich extrajo un sonido poderoso y unos fraseos de intensidad irresistible logrando en todo momento estar a la altura de lo que merecía el fabuloso violonchelista Noruego que desplegó no sólo una técnica portentosa y un sonido literalmente “humano” de su instrumento del siglo XVIII, sino que expresivamente no se pudo pedir mas a todas y cada una de las frases que emitía “como si no hubiera un mañana”, literalmente.
El segundo movimiento “adagio”, una de las páginas más inspiradas de toda la literatura concertante, nos llevó a unos territorios de una intensidad que no recuerdo en esta obra, en tantas versiones que hemos escuchado. Una comunión entre solista y orquesta absolutamente memorable. Excelentes tanto el clarinete como la flauta y un Liebreich llevando al límite dramático a toda la orquesta en los dos grandes crescendos. A título individual, fantástica la intervención de María Rubio en su solo del comienzo o la flauta a lo largo y ancho de la obra. Magníficos también todos los metales que respondieron a la perfección a todas las indicaciones. Con el extraordinario movimiento de cierre ya sabíamos que la cosa no iba a ir a menos, en todo caso a más y nos dejamos arrastrar por el arte y la belleza de un deslumbrante solista, una orquesta rutilante, y de una música insuperable que, como la mejor medicina para el alma, tanto anhelamos en estos tiempos convulsos. Debería haber bofetadas a la puerta de los teatros y salas de conciertos para disfrutar estas cosas. Un público, ya sabio, que prácticamente llenaba el auditorio supo reconocer al instante lo acontecido poniendo la sala boca abajo.
Ficha técnica
Jueves 17 de febrero
Auditorio del Palau de Les Arts
Obras de Evangelista, Schubert y Dvorak
Orquesta de Valencia
Truls Mork, violonchelo
Alexandander Liebreich, director musical