LA LIBRERÍA

Una investigación criminal de Lorenzo Silva 'Donde los escorpiones'


La pareja de investigadores formada por Bevilacqua y Chamorro tendrá que llevar a cabo sus pesquisas esta vez a 6.000 km de su hogar, en un Afganistán muy distinto al que cuentan

25/07/2016 - 

VALENCIA. La guerra es un paréntesis, un aparte en lo que consideramos cotidianidad que sin embargo nos acompaña desde los orígenes. La guerra, mal que nos pese, es un fenómeno habitual, un infierno conocido en el que la norma queda suspendida y en su lugar se aplica un código completamente distinto, uno en el que lo principal es vencer al enemigo, cueste lo que cueste. En este contexto, todo lo demás no importa: ni la conservación del medio ambiente -desde Vietnam existe una disciplina llamada ecología de guerra que estudia el impacto de los conflictos bélicos sobre el entorno-, ni las bajas civiles si se encuadran dentro de una operación que aspira a beneficiar a una de las partes de la contienda. Daños colaterales se llaman todos aquellos que encuentran la muerte accidentalmente o no tanto en el transcurso de una misión militar. 

Guerra es sinónimo de muerte, eso no se le escapa a nadie. La guerra no es posible sin la extinción de un gran número de vidas. Es cierto que existen convenciones, reglas que tratan de poner límites a la masacre, haciendo de ella una especie de juego en el que los participantes deben respetar ciertas consignas. Sin embargo, en raras ocasiones se respetan. Porque la guerra, al fin y al cabo, además de muerte, es sinónimo de destrucción, y destruir siempre es más fácil que construir y la manera más eficaz de hacerlo es a las bravas, sin freno de ningún tipo. ¿Qué supone entonces una muerte más en todo este frenesí exterminador? Se dice que en las peores y más sangrientas guerras han encontrado los psicópatas un fértil campo de muerte, un terreno abonado para desarrollar sus más oscuros instintos. Así como la Segunda Guerra Mundial fue un escenario perfecto para que el médico asesino Marcel Petiot segase sin piedad la vida de decenas de personas amparándose en la violencia necesaria de la Resistencia, la actual guerra que tiene lugar en Ucrania está dejando gran cantidad de cadáveres cuyos fallecimientos no tiene como causa las lesiones típicas de un conflicto de las características del que se está desarrollando.

Hay muertes, y muertes. Incluso dentro de un cataclismo bélico, se hace necesario diferenciar. ¿Es más importante un fallecido que otro? En la balanza, deberían pesar lo mismo. Sin embargo, en la práctica, no requiere la misma investigación un muerto en combate que un soldado degollado puertas para adentro de una base internacional en territorio afgano. Precisamente este es el detonante de la investigación criminal que los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro se ven obligados a llevar a cabo en el último libro de Lorenzo Silva, Donde los escorpiones, una novela negra y militar en la que nuestros protagonistas deben abandonar el país para desarrollar su labor en un peligroso Afganistán en el que las tropas españolas no se dedican a una labor tan humanitaria y pacífica como los medios y la propia institución del ejército insisten en pintar. 

La guerra es la guerra, y una población invadida no acoge de buena gana ninguna clase de actividad extranjera. Menos aún cuando dicha población es el resultado de décadas de trágicas agresiones. En Afganistán, el instinto de supervivencia no es una hipotética capacidad del ser humano, sino una cualidad que se lleva aplicando a diario desde hace demasiado tiempo: “la cultura que está en el trasfondo es la que te digo, una cultura sin compasión hacia el débil, porque este es un pueblo de supervivientes. No llevan en guerra trece ni treinta años, sino desde siempre. Cuando no han estado enfrentados a un invasor, los ingleses, los rusos, nosotros, se han estado dando estopa entre ellos mismos. Cosas así son las que te hacen preguntarte qué narices esperamos conseguir con todo esto”. El propósito de una intervención así en un país tan lejano escapa al sentido común de la mayoría. ¿Qué se nos ha perdido en Afganistán? ¿Cuál es el motivo de nuestra injerencia? Como siempre, la estrategia. 

Las dinámicas geopolíticas, sin embargo, no son asunto de los investigadores Bevilacqua y Chamorro. Su tarea allí es encontrar al asesino o asesina que ha asesinado a traición a un soldado español con un cuchillo amapolero, una herramienta típica de la región que se emplea habitualmente para cortar la flor de la adormidera con la que se elabora el opio, una de las principales fuentes de ingresos de la nación afgana y de los grupos que allí actúan. El tema es delicado: ¿el responsable ha sido uno de los nuestros, un supuesto colaborador que no lo es tanto, o un talibán? Todo es posible, sin una investigación exhaustiva no se puede descartar nada. El problema es que el escenario del crimen se encuentra en una zona compartida por distintos países, pero no solo eso; la base en la que se ha encontrado el cuerpo cobija a militares pero también a miembros de distintas agencias de inteligencia, algunas tan poco dadas a colaborar como la estadounidense, celosa hasta el extremo de sus propios intereses. 

En este complejísimo tejido regido por la disciplina castrense y la diplomacia es en el que los dos guardias civiles surgidos de la imaginación de Silva deberán sacar a relucir todas sus habilidades para dar con su presa. Para ello tendrán que adaptarse a un campo de juego hermético y hostil donde nada es lo que parece e incluso lo más improbable puede ser parte esencial de la cadena de acontecimientos. Donde los escorpiones es una lectura que satisfará tanto a los seguidores de las peripecias de sus protagonistas, viejos conocidos, como a quienes todavía no se han involucrado en sus historias. Parece ser, por lo que dicen las estanterías, que el verano es época de crímenes, al menos literarios; el periodo estival conlleva misterios y tramas enmarañadas, suspense y acción. En ese caso, el último libro de Lorenzo Silva es una buena elección para disfrutar de un julio y un agosto negro y criminal, con el aliciente de que en esta ocasión, además, viajaremos a través de las páginas de esta novela árida y descarnada.