La capital alemana se ha convertido en el principal destino de músicos de la Comunitat Valenciana que se mudan allí en busca de las oportunidades que depara su efervescente ambiente creativo, aunque también tiene sus peros
VALÈNCIA. Fue la ciudad que cambió la vida de David Bowie, de Nick Cave, de U2. Incluso la de Depeche Mode. La que reanimó sus carreras. Una urbe partida en dos, cicatriz visible del polarizado siglo XX, cruce de caminos entre un viejo modelo de sociedad y otro, por una vez emergente, que aún no sabemos hasta dónde nos llevará, pero entre tanto nos brinda un manojo de posibilidades creativas que parece no agotarse nunca. Fue meca de la vanguardia artística de entreguerras, también de la música electrónica que dominó el continente desde principios de los años 90, tras la caída de su ignominioso Muro, y son también muchos los músicos actuales de renombre internacional (Bob Mould, Stephen Malkmus, Zach Condon, de Beirut), especialmente norteamericanos, que han encontrado en sus calles el estímulo idóneo para una inspiración que andaba gripada por la era Trump, y que han aprovechado para alejarse del clima de extrema confrontación ideológica en el que tenían que trabajar.
«la gente consume cultura, está muy arraigada en la sociedad, hasta el punto de que podría decirse que el ocio es obligatorio»
Los músicos valencianos tampoco han sido inmunes al enorme poder de atracción de Berlín como foco creativo, y sorprende dar con la evidencia de que, en los últimos tiempos, la ciudad se ha convertido también en el principal exilio de toda una generación de compositores locales de muy diversa orientación, ya sea desde el ámbito del pop, el folk, la electrónica o las bandas sonoras, que se han establecido allí y aprovechan también para difundir desde la capital alemana sus trabajos. Empiezan a ser legión. ¿La culpa? Búsquenla en lo asequible de sus alquileres, la multiplicidad de estímulos creativos, la calidad de vida de una ciudad con muchos espacios verdes, que no ahoga al peatón ni lo expulsa de su centro urbano, el espíritu de libertad que se huele en el ambiente y un saludable circuito de salas que poco tiene que ver, para su suerte (y nuestra desgracia), con el raquítico entramado que brindan nuestras ciudades, aún más empobrecido si cabe a causa de una crisis sanitaria que allí no se ha cebado con la población, ni mucho menos, con tanta virulencia.
«Es una ciudad que no se ha dejado devorar por el monstruo del capitalismo y la globalización, a diferencia de París, Londres o Roma, que parecen parques de atracciones con monumentos históricos rodeados de gente que te quiere vender las mismas cosas», comenta el castellonense Alberto Lucendo, un músico cuya actividad eclosionó desde el mismo momento en que se mudó a Berlín. Desde allí gestiona un caudal de creatividad desbordante, enfocado a la composición de bandas sonoras —fue premiado por la Academia de Cine de Lituania por su trabajo para el film Gregarios, de Arunas Matelis, y algunas de las películas para las que ha trabajado fueron galardonadas en festivales europeos y norteamericanos; uno de sus últimos scores es el de L’Ofrena, de Ventura Durall— y música que se mueve entre el ambient y lo experimental, tanto en su proyecto Sacromonte como en sus producciones para formaciones como los exquisitos Nereu i les Bèsties Marines. Lleva en la capital alemana desde el verano de 2015, y tiene claro que «aquí se conserva la cultura de barrio, del pequeño comercio, del mercadillo, el reaprovechamiento y la restauración; y el ecologismo y la sostenibilidad se hacen muy evidentes, y también la lucha contra las grandes empresas: hace poco lograron echar ni más ni menos que a Google, a base de protestas». El desarraigo de gran parte de su población también explica su efervescencia cultural, porque «tienes la sensación de que nadie es de aquí, que todo el mundo está de paso y viene atraído por esa frescura y autenticidad que ofrece la ciudad, con raíces aún comunistas y a la vez con una identidad muy cambiante, y a veces poco definida».
El valenciano Alberto Rodilla, exintegrante de Polock (una banda que siempre cuidó su proyección exterior), productor y compositor, conocido en el mundo de la música como Al Pagoda, también se mudó a Berlín en el verano de 2015. Curiosamente, en las mismas fechas que Lucendo. Y valora como muy positivos «la relajación, el espacio y tiempo que esta ciudad te da para reflexionar sobre tus pasos», así como que es «barata, hay siempre música en el aire y se permite beber cerveza en la calle». Él no fue allí por motivos estrictamente musicales, aunque radicarse en Berlín le ha permitido dar continuidad a su carrera como compositor de música para publicidad, también como creador de bandas sonoras, y (sobre todo) para lanzar su carrera en solitario, que acaba de estrenar por todo lo alto con un flamante primer álbum (Lucky Veil se llama) mezclado por Nicolas Vernhes (productor de Deerhunter o Animal Collective) y masterizado por Bo Kondren (Moderat, Johan Johansson), y que ideó durante el pasado invierno. Teniendo en cuenta el poder de evocación de su música, sostenida por sintetizadores que delinean melodías ensoñadoras, Berlín se antojaba un fértil campo de pruebas, seguramente la plaza más idónea: «Aquí te lo puedes montar con poco para hacer un concierto o un show de cualquier tipo, y hay una voluntad general más abierta y experimental por parte de los artistas y de la audiencia», esgrime.
Menos tiempo que ellos lleva Rafa Estrela, 'Wallace', exbatería de Tórtel y Chesterton, y que ha colaborado con músicos como a Joaquín Pascual y Jordi Sempere. Un par de años, desde 2018. Suficientes, en todo caso, para darse cuenta de «la gran diferencia con nuestra querida València», especialmente en «la cantidad de público que hay». Nos cuenta que «aquí la gente consume cultura, está muy arraigada en la sociedad, hasta el punto de que podría decirse que el ocio es obligatorio: no hay edad, no hay género, y todo el mundo hace de todo». Un matiz importante el que introduce este imaginativo músico, criado en el barrio del Cabanyal: no olvidemos que Alemania retribuye con mil seiscientos euros mensuales a los trabajadores autónomos del ámbito de la cultura durante la pandemia, y que sus empresas del ramo han ido recibiendo hasta nueve mil euros al trimestre. Las comparaciones siguen siendo odiosas, sí.
Dado que su música al frente de su proyecto Wallace —que hasta ahora había mostrado querencia por el imaginario sonoro de Ennio Morricone, Jack Nitzsche o Serge Gainsbourg— ha ido afianzando su componente electrónico sin dejar de sonar profundamente cinemática, no es de extrañar que Rafa también se sienta en Berlín como pez en el agua: «Aquí la escena electrónica es muy potente; hay muchos productores, clubes y público», dice. Escuchen el seductor You are the Universe, su nuevo álbum (también de siete cortes, como el de Al Pagoda) y entenderán de qué estamos hablando. De hecho, él lo define como «el diario de un viaje al espacio», que no deja de ser una analogía con su propio periplo vital, el que le ha llevado hasta allí. Hasta Berlín. Afirma estar ahora mismo más centrado en «la producción y la composición» que en ninguna otra cosa. Y nos advierte de sus próximos proyectos: In Polari, «más electrónico» —lo que les decía, vaya— y una producción para la emergente cantautora croata Vanja Zaimovic. Conviene tomar buena nota.
No obstante, quien más se ha beneficiado de las producciones de Rafa Estrela es otra instrumentista y cantante valenciana que a principios de este mismo año también se largó a Berlín. Es la bajista Lourdes Casany, quien ha tocado en formaciones como Sempere, Petit Mal o Polonio, conocida también por su proyecto personal, Triste y Gorda, cuya peculiar adaptación del People Are Strange de The Doors (como Estás rara) y también su delicada anterior entrega, La palabra, llevan el sello de Rafa 'Wallace' en la producción. Ella define su relación con la ciudad como todo un affaire.
Otro flechazo que también venía de lejos, y que estaba destinado a concretarse: «Quedé maravillada con Londres, pero es carísima, mientras que Berlín es asequible, estéticamente me encanta y me ha hecho sentir siempre una mezcla de libertad y pertenencia que me invitaba a querer quedarme y descubrir más cosas», afirma. Llegó en febrero de este mismo año. Es la única fuente consultada, pues, cuya estancia germana ha coincidido, casi de cabo a rabo, con la irrupción del maldito coronavirus. Mala suerte, desde luego, aunque también algo menos que si se hubiera quedado en València: «Al poco de llegar hice una minigira como bajista de un grupo, por Alemania, y conforme nos alejábamos de Berlín, nos iban llegando noticias y mensajes y se iban cancelando todos los conciertos: son tiempos extraños; me vine justo cuando estalló todo, así que vamos a ver qué pasa en la segunda temporada», cuenta. Reconoce que, pese a las dificultades, la experiencia es, cuando menos, «estimulante, desde luego».
Otra vía menos conocida —casi insospechada— para hacerse un hueco en el poblado ecosistema musical berlinés es la de las becas Erasmus. Aunque no lo parezca. Así es cómo el también valenciano Rafa Quiñonero, quien fuera batería de la sensacional banda ontiñentina El Corredor Polonés, dio sus primeros pasos en Berlín. Fue hace ya una década. Es quien más tiempo lleva allí. Y durante todos estos años ha tenido ocasión de formar parte de varios combos, y de producir y mezclar a otras tantas. Eso sí, compaginándolo con su trabajo como informático, porque no todos los músicos consultados para este reportaje viven exclusivamente de su música. Aunque Quiñonero tenga muy claro, «con certeza», que «aquí sí existe la posibilidad de que ese sueño se convierta en realidad». Se mudó a Berlín en 2010, para realizar sus prácticas Erasmus de último año de Informática, y decidió quedarse porque veía también «la oportunidad de conocer músicos, DJ, productores, artistas o tocar en bandas nuevas... y también vivir en una ciudad donde cualquier día de la semana existe la posibilidad de asistir a un concierto, grande o pequeño: todo me parecía muy tentador», nos cuenta.
A su experiencia como músico de rock de guitarras sumó el descubrimiento de la gran escena techno de la ciudad, que también le influyó. Aunque en un principio no le «excitaba», con el tiempo -explica- «no tardó en ser un estilo más de música en mis listas de Spotify, cambiando incluso mi manera de componer y de sentir la música, hasta cuando estoy sentado a la batería». Todo este aprendizaje ha tenido reflejo en su trabajo en bandas tan dispares como Janis, compartida con músicos de la ciudad, muy en la línea del rock melodramático de Nick Cave & The Bad Seeds o The National, o en su otro proyecto, Barana, que se sitúa en el extremo prácticamente opuesto, el del pop electrónico más hedonista.
Una de las claves de esa versatilidad nos la da él mismo: la gran oferta de formación musical en la ciudad. «Existen multitud de institutos y universidades que ofrecen este tipo de enseñanzas», nos explica. Y cuenta que fue también en Berlín donde grabó «por primera vez un disco con cinta analógica», y donde pudo asistir a «sesiones de mezcla en el Instituto Abbey Road de Berlín, e incluso a una sesión de preguntas con Peter Walsh, quien fuera productor de Peter Gabriel y Scott Walker». Todo un lujo.
En un futuro, le gustaría tener su propio estudio, y «poder grabar tanto a mis bandas como a otras, o producir discos para otra gente». Coincide, como el resto de músicos con quienes hemos contactado, en el muy distinto concepto de la música —en particular— y de la cultura —en general— que se maneja allí en comparación con nuestro país: «Aquí la música está mucho más presente en la vida cotidiana», dice, porque «se consume, se valora, se respeta, se difunde, y está en el ambiente, en la calle, en las tiendas de discos, en los videoclubs, en la noche y en el día: ser músico o simplemente un melómano en Berlín es mucho más reconfortante y valorado que en España, donde el ruido, la música en la calle o una vecina tocando el piano son motivo de queja, e incluso de juicios».
Obviamente, no todo en Berlín es el equivalente a la tierra prometida para cualquier músico. Cuenta con infinitas ventajas respecto a cualquier población valenciana o española, pero el solo hecho de intentar edificar una carrera allí no garantiza el edén. Alberto Lucendo describe la vida en la ciudad como algo muy parecido «al síndrome de Peter Pan» para cualquier creador, «donde nadie quiere hacerse mayor y adoptar una vida seria de compromisos, sino vivir con poco, vivir el presente, mantenerse sexy y joven y disfrutar de la vida y el arte en una ciudad que está al alza, y donde cada año que pasa, la condición de local se va revalorizando en varios aspectos». Pero no puede dejar de pasar por alto que esa situación cultural, que califica de «desbordante» porque «cada día suceden miles de eventos, de todo tipo y tamaño», también puede —pese a lo que suponen como «alimento espiritual para el artista»— derivar, en contrapartida, en una «situación de saturación e incluso devaluación». Es decir, no es oro todo lo que reluce. Podría llegar un momento en el que haya demasiados músicos para el público que es capaz de consumir sus discos y sus conciertos. ¿Les suena?
«vivir en una ciudad donde cualquier día de la semana existe la posibilidad de asistir a un concierto, grande o pequeño, es muy tentador»
«Si en cada esquina tienes algo sucediendo cada día, es más difícil elegir dónde ir, es más difícil atraer a gente a tu evento y es más complicado también que los programadores te elijan a ti, lo que crea listas de espera de meses o de años vista para tocar en un garito o sala, por ejemplo», explica. Y lo mismo ocurre a la hora de grabar un disco, una labor que conoce muy bien: «La gente no tiene pasta, y los que la tienen se van a un estudio de los clásicos o de gente profesional, normalmente alemanes, que ya llevan muchos años de ventaja sobre los que llegan más tarde». En síntesis, que Berlín es «por un lado muy excitante» pero por otro «tan precario, e incluso decadente, que es difícil tomarse algo en serio o crear algo realmente sólido». La verdad es que a él, hasta el momento, no le ha ido del todo mal. Y si tantos músicos valencianos, o llegados de cualquier rincón del mundo, siguen apostando por la eterna ciudad fénix como su nueva base de operaciones, por algo será.
* Este artículo se publicó en el número 74 (diciembre 2020) de la revista Plaza