El apoyo español a la revolución norteamericana de las Trece Colonias, más conocida como la Guerra de Independencia,fue una ayuda vital y vergonzante a la vez para ambas partes, y en la que hubo mucha participación de valencianos
24/03/2019 -
VALÈNCIA.- Esta es una historia, inconfesable para muchos, de dos posiciones antagónicas en el siglo XVIII, Estados Unidos y España. Por una parte, protestantes; por otra, católicos. Unos eran, además, revolucionarios republicanos y los otros monárquicos ilustrados, su oxímoron, que terminaron siendo aliados contra una monarquía protestante, la del Reino Unido. Ya lo dice el viejo refrán «el enemigo de mi enemigo es mi amigo»; y entre tanto enemigo, ¿qué hacían un par de valencianos de tanta importancia? Ahora se lo contamos.
Todo empezó en la Guerra de los Siete Años, una de las primeras conflagraciones mundiales, en la que España y el Reino Unido habían luchado en bandos enfrentados. En aquel conflicto, las colonias británicas en el continente americano adquirieron conciencia de su propia fuerza al conformar milicias (civiles movilizados y armados) utilizadas por el Reino Unido contra Francia en Norteamérica. Pero también adquirieron conciencia de su discriminación respecto a los ingleses de la metrópoli cuando, a partir de la finalización de este conflicto, se incrementó la presión fiscal -y de censura política- sobre esas colonias americanas para financiar los costes de sostenimiento del Imperio y de su seguridad con leyes impositivas como la Sugar Act en 1764, la Stamp Act de 1765 o las Townshend Acts de 1767 y 1768. Por otra parte, una vez alejada la amenaza militar extranjera de los franceses el clima favorecía los posibles anhelos de independencia.
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Pero el fin de la guerra y el Tratado de Paz de París de 1763 trajo una desventaja estratégica para los futuros planes separatistas de las Trece Colonias, estas quedaron rodeadas por nuevos territorios incorporados a la Corona del Reino Unido, como eran Canadá, todos los territorios al este del Mississippi y la Gran Florida, Oriental y Occidental. Por lo tanto, Francia era expulsada de América del Norte, y dejaba solo al reino de España como posible aliado de los independentistas, pues había recibido de Francia la Luisiana.
Por eso, la ayuda de la monarquía hispana fue determinante para que surgieran los Estados Unidos de América, y esta consistió en una estrategia total integrada por las tres siguientes líneas de actuación: la diplomática, la económica y la militar.
La estrategia diplomática es la primera en iniciarse, dentro de la cual se incluye el espionaje iniciado antes incluso del viaje por las cortes de Europa de Benjamín Franklin, como embajador de los rebeldes en diciembre de 1776, y durante el cual entra en contacto con el conde de Aranda, embajador de España en Francia. Este será inicialmente el responsable de la ayuda a los norteamericanos, tras un acuerdo con el ministro francés de Asuntos Exteriores.
Una colaboración vergonzante
Ante las múltiples dudas de la corte madrileña, el rey Carlos III decide enviar un representante en misión secreta, para evitar el conflicto directo con la Corona Británcia, y elige a un comerciante nacido en el Reino de Valencia, concretamente en Petrer (Alicante), llamado Juan de Miralles y Trayllon, nombrándolo finalmente el 21 de enero de 1778 por Real Decreto «observador y representante en Estados Unidos». Miralles ya había trabajado para la Corona como espía durante la Guerra de los Siete Años (1756–1763), informando de los movimientos militares ingleses en el Caribe. Para esta nueva ocasión creó una red de agentes, amigos y familiares como eran Juan José Eligio de la Puente, Antonio Raffelin y Luciano de Herrera, desplegados entre Jamaica, Haití, La Habana y San Agustín (Florida), y con el propio Miralles dirigiendo todo el dispositivo desde Filadelfia, hicieron posible su encargo.
Después vendrá la estrategia económica, de apoyo financiero a las Trece Colonias, que se desarrollará de forma secreta desde el principio hasta la declaración de guerra, en junio de 1779. La guerra requiere de muchos recursos, es muy cara —ya lo decía Napoleón Bonaparte, «para hacer la guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y más dinero»—. Por eso, además de Franklin, también recorrieron Europa pidiendo ayuda Arthur Lee y John Jay. Y ahí estaba la muy católica Monarquía española presta y dispuesta para ayudar a unos revolucionarios republicanos y protestantes a través de ese agente secreto valenciano, Juan de Miralles, Comisionado Real después, y amigo personal de Robert Morris Jr., financiero de la Revolución y uno de los Padres Fundadores. Sin duda, una colaboración vergonzante para ambas partes.
Esta ayuda financiera tuvo una gran importancia durante toda la guerra. Primero porque, al menos -dado el secreto de las ayudas y otros aprovisionamientos-, entre 1776 y 1778 se entregaron a los independentistas 7,94 millones de reales y 17 millones de maravedíes, de los cuales cuatro ayudarían al aprovisionamiento del ejército revolucionario de cara a la importante batalla de Saratoga (septiembre-octubre de 1777), en la que se evidenció que la independencia norteamericana era posible.
Pero después existió otra ocasión donde resultó ser vital la ayuda financiera española. Fue en un momento de grandes penurias, cuando las finanzas rebeldes estaban prácticamente en bancarrota, con algún motín entre sus tropas. Por si fuera poco, la flota francesa —que debían bloquear los ingleses por mar— también carecía de fondos para avituallarse y acudir a la batalla, que después acabaría siendo la gran victoria de Yorktown (octubre de 1781) y que sería la que sentenció el curso de la guerra. La ayuda financiera española recibida y aportada en y desde Cuba, tanto oficial como privada, ascendió a un total de un millón doscientas mil libras tornesas, que sirvieron para pagar al Ejército Continental de George Washington y a la Armada francesa, derrotando a Lord Cornwallis, en un enfrentamiento en el que, según algún autor cubano, no faltaron las tropas españolas.
La gesta olvidada
Por otra parte, estaba la estrategia general militar española, dividida en una estrategia directa operacional y otra de logística de campaña. Una prueba de lo relevante de este apoyo militar se visualiza en que el acompañante (colocado a su derecha) de George Washington en el desfile de la victoria del 4 de julio de 1783 en New York fue un español, el general y gobernador de la Luisiana Bernardo de Gálvez, en reconocimiento al éxito en la llamada La Marcha de Gálvez, en la que atravesó Mississipi y logró echar a los casacas rojas de Batón Rouge. Una gesta hoy olvidada en la que participó otro nacido en la Comunitat, en concreto en Alicante, Francisco Bouligny. Teniente coronel en aquel momento, fundador de Nueva Iberia en 1779 y ascendido a coronel, llegó a ser nombrado gobernador militar de Luisiana.
En dicha gesta, Gálvez diseñó dos ejes de penetración en territorio enemigo, uno en dirección Norte y otro en dirección Este, partiendo desde Nueva Orleans. La primera línea de acción, la norte, tenía como objetivo dar seguridad al valle del río Mississippi, librándolo de la presencia de fuerzas inglesas para evitar que pudieran hostigar por esa vía de comunicación a esa capital de la Luisiana. La posterior línea de acción hacia el este tenía como propósito último recuperar la Gran Florida y como posible objetivo mediato el efectuar un ataque preventivo -quien golpea primero, golpea dos veces- contra Penzacola donde confluían tropas inglesas para atacar la Luisiana, además de denegar a los ingleses el acceso al área del Golfo de México.
PARA LA GUERRA HACE FALTA «DINERO, DINERO Y MÁS DINERO» —NAPOLEÓN DIXIT—, Y ESPAÑA APORTÓ TODO LO QUE PUDO CONTRA LOS INGLESES
La Marcha hacia el norte de Gálvez se inició el 7 de septiembre de 1779 con el asalto a Fort Bute en Manchack. Prosiguiendo corriente arriba, conquistaría el 21 de ese mismo mes Baton Rouge, en cuyas capitulaciones se incluiría Fort Panmure (Natchez). Además, permitió tomar otras posiciones avanzadas inglesas en Thompson Creek y Amite. Al año siguiente -prueba de la importancia de esa vía de comunicación fluvial-, el 26 de mayo de 1780, aguas arriba, el Fuerte San Luis, hoy ciudad de San Luis, es atacado por una numerosísima y superior fuerza compuesta por ingleses e indios, que son rechazados y duramente castigados por los defensores. Este asalto derivará, para evitar nuevas agresiones, en una incursión en territorio enemigo, más al norte, y después de una marcha de más de mil kilómetros, capturando Fort Saint Joseph a las orillas del lago Michigan, el 12 de febrero de 1781.
La Marcha de Gálvez hacia el este, y siguiendo la orilla norte del golfo de Méjico, se inicia con el ataque a Fort Charlotte, el 14 de marzo de 1780, conquistando la ciudad de Mobila. Proseguiría rumbo al este, acometiendo la conquista de Penzacola, que no se lograría a la primera, ni en una segunda ocasión desbaratada por un huracán en octubre de 1780, sino a la tercera, el 7 de octubre de 1781, tras la conquista de Fort George. A consecuencia de sus capitulaciones pasaba toda la Gran Florida a manos de España, a excepción de San Agustín. Posteriormente, el 8 de mayo de 1782, en una acción combinada con algunas fuerzas de las Trece Colonias, se ocupó Las Bahamas.
Con estas conquistas los españoles consiguieron un triple propósito. Primero, abrir un segundo frente a los ingleses por el sur y el oeste, con las evidentes ventajas para los americanos que luchaban al norte, y resultó ser una auténtica maniobra de distracción o diversión estratégica que impidió a los británicos concentrar todo el esfuerzo militar contra los rebeldes al norte. Segundo, impidió a los ingleses el uso de la cuenca del río Mississippi, como vía para hostigar a los rebeldes americanos desde el oeste y el sur -lo que hizo en sentido inverso el general Ulisses S. Grant en la Campaña de Vicksburg en su Guerra Civil-. Por último, facilitó el tránsito de los sediciosos de las Trece Colonias a través de todo el territorio al sur y oeste de la zona de guerra, ayudando al envío de armas y municiones destinadas a las tropas americanas, por medio del eje Mississippi-Ohio hasta Fort Pitt (actual Pittsburg). Además, al expulsar a los británicos del golfo de México y adyacentes (islas Bahamas) se les impidió cualquier plan de resistencia en el norte del Caribe.
La aportación valenciana
La estrategia logística de campaña que desarrollaron los españoles en apoyo de los norteamericanos fue transcendental para el sostenimiento y aprovisionamiento de las tropas, en muchas ocasiones harapientas, de George Washington, pues el único país colindante al gran teatro de operaciones de la guerra de las Trece Colonias era España. Además y dado que fue secreto, por lo menos hasta que se declaró la guerra con Reino Unido en junio de 1779, no se puede medir con toda exactitud —de ahí que existan bailes de cifras—. Pero lo que no cabe duda es de su importancia y valencianía en muchas ocasiones.
En primer lugar, cabe ubicar ese apoyo en dos ejes principales. Partiendo generalmente del Caribe, fundamentalmente de Cuba, uno recorrería la costa este del continente norteamericano llegando hasta Boston, con diferentes escalas, burlando el bloqueo inglés, y coordinado principalmente por Juan de Miralles con el apoyo de Diego de Gardoqui. El otro eje recorrería la cuenca de los ríos Mississippi-Ohio, partiendo de Nueva Orleans y llegando hasta Fort Pitt. Hay muchos ejemplos de la importancia de esta ayuda, como el uso, antes de la batalla de Saratoga, de parte de los ocho millones de reales prestados, con los que se compró, parece ser, un primer gran suministro de 216 cañones de bronce, 209 cureñas de artillería, 27 morteros, 29 afustes o armazones para morteros, 12.826 bombas, 51.134 balas, 300.000 libras de pólvora en pacas de mil libras, treinta mil fusiles con sus bayonetas, cuatro mil tiendas de campaña, treinta mil uniformes, por lo que prácticamente pertrechamos al ejército vencedor en Saratoga.
Juan de Miralles muere por enfermedad en abril de 1780 en casa del propio George Washington, dada su amistad, rindiéndosele honores militares en su funeral
Pero, aún más, Miralles, vía Nueva Orleans, proporciona nueve mil varas de paño azul, dieciocho mil varas de paño tinto de lana, mil setecientas varas de paño blanco y casi tres mil varas de estameña blanca producidas en las fábricas de Alcoy, por lo que se puede decir que uniformamos al primer ejército de EEUU desde el Reino de Valencia.
Como han podido comprobar, la ayuda española fue determinante en la guerra de independencia de EEUU, teniendo una importante presencia valenciana. Juan de Miralles muere por enfermedad en abril de 1780 en casa del propio George Washington, dada su amistad, rindiéndosele honores militares en su funeral, al que asistieron el propio general Washington; Alexander Hamilton, marqués de Lafayette, o Robert Morris Jr., entre otros. Por otra parte Francisco Bouligny parece que además de su misiones militares tuvo otras más políticas, pues en una estancia en la España peninsular, entre 1776 y 1777, redactó una Memoria histórica y política de la Luisiana, que entregó en mano al ministro de Indias, José de Gálvez (tío de Bernardo de Gálvez), encomendándole este misiones secretas de emisario a su vuelta a América.
Y, por último, no se debe olvidar a otros muchos valencianos que participaron en tan grandes gestas, como fueron el sargento Antonio Gaspar, el cabo Pedro Paturau, el movilizado Vicente Llorca o el capitán-cirujano Juan Vives.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 52 de la revista Plaza
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