VALÈNCIA.- La atleta valenciana Fátima Diame logró la clasificación en salto de longitud para los Juegos de Tokio el pasado 29 de junio, en la última competición en que era posible, en la última tentativa de su concurso en Castellón: 6,82 metros, justo la mínima marca para clasificarse y con el viento a favor frenado justo en la frontera de lo ilegal, +2.0, a la vista de su entrenador Rafa Blanquer, redondeando la clasificación tras un año muy complicado no solo por la pandemia, sino por las diferentes lesiones, de las que en todo caso, Fati se levantó para volar finalmente a Tokio y debutar en unos Juegos: «Fue una inmensa alegría sentir que ya lo había conseguido después de todo lo que he luchado. Sabía que me iba a salir, me salió y estoy muy feliz. Después de todas las lesiones que he tenido, a Tokio iré con la mentalidad de disfrutar y de hacer marca personal. Sé que puedo saltar algo más e iré a por ello».
La gesta de Diame refleja lo que es el espíritu olímpico: no tirar la toalla nunca por alcanzar un sueño.Cuando una conversación con un deportista aterriza en las cuestiones relativas a los Juegos Olímpicos y se escudriña respecto a cómo nació su reto de competir en el mayor evento deportivo planetario, las respuestas derivan en argumentarios similares sobre cómo su lucha por ser miembro de la familia olímpica y por alcanzar un objetivo fue una ensoñación temprana, fue cosa de un proceso que fueron descubriendo o, incluso, les vino de cuna. Paradigmas diferentes —lógicamente existen muchos más— para un objetivo común.
Y nos encontramos con Tokio 2020. Esos Juegos estarán marcados para siempre en la historia del movimiento olímpico por la pandemia global del coronavirus cuando se estudien con el paso del tiempo y se revise la historia olímpica. Primero, porque la covid-19 obligó a suspenderlos en 2020; y aplazarlos al verano de 2021. Y esto ya derivó en varias circunstancias: deportistas que por edad o desgaste ya no pudieron alargar un año más su vida deportiva y se quedaron sin poder participar; otros que, en todo caso, decidieron extender su trayectoria para luego retirarse. También están los que tuvieron que esperar un año para su debut, o los que ganaron un año para recuperarse de una lesión que les iba a impedir estar, de haber sido en 2020, pero en todo caso la gran mayoría de los deportistas también lo tomó como una oportunidad temporal para mejorar.
Los Juegos de Tokio también serán únicos por su desarrollo. La covid-19 obligará a tener a todos los deportistas en burbujas por disciplinas y delegaciones, a seguir programas muy estrictos, enfocando su vida en Tokio 2020 —aunque se celebren en 2021 se mantiene la marca original— hacia la competición, rompiendo con la vida única y las experiencias de las villas olímpicas en las que la socialización y relación con deportistas de todo el mundo marcan para siempre.
Las sensaciones, las experiencias, lo emotivo de la cita, por tanto, cambiará notablemente respecto a cualquier otra edición. La Comunitat Valenciana tendrá una rica representación en Tokio 2020. Entre los deportistas de mayor trayectoria y rango estará el castellonense Pablo Herrera (29/6/1982), que participará en sus quintos Juegos Olímpicos, habiendo sido plata en Atenas 2004 junto a Javier Bosma en vóley playa.
* Lea el artículo íntegramente en el número 81 (julio 2021) de la revista Plaza