Pido perdón a la ética periodística por este artículo. Ética, ruego que me perdones, te prometo que lo intenté. Cual comercial persistente de empresa de telefonía móvil, llamé durante distintas franjas del día intentando que me atendiera la dueña. A puerta fría me presenté allí, en el bar Les Tendes de Almàssera. Camarero a camarero, les expliqué quién era mi madre, mi padre, mi editor, mi señor feudal, mi propósito periodístico, las bondades para el negocio de un artículo majo en Guía Hedonista. Rien de rien, ni apareció la dueña ni el personal hizo algo por contactar con ella. «Yo el número de l’ama no se lo doy ni al Papa». Esto me lo dijo el encargado, llevándose la mano al corazón y haciendo una leve genuflexión.
L’ama no apareció.
L’ama es un ente incorpóreo. Maneja el cotarro por telepatía, distribuye los turnos guiñando el ojo derecho, hace el pedido a Makro alzando la ceja izquierda, el rollo de la gestoría lo resuelve alzando el mentón. Le voy a pedir que me presente la trimestral con un golpe de cadera.
Sé que es buenísima persona, me lo aseguró uno de sus camareros. «Nos cogió la dueña y nos dijo que aquí, con ella, en su bar, no nos iba a faltar pan ni a nosotros ni a los nuestros. Ni ERTE nos hizo». A l’ama le pega llamarse Milagros, Esperanza o Bonifacia, que según me cuenta la Wikipedia deriva del latín bonus (bueno) y fatum (hado), por lo que significa "buen amo”, en este caso, ama.