Una paciente me pide consejos sobre una terapia de bio feed back para su trastorno límite. Hojeó la página web que me ha facilitado y me golpea la jerga neurocientífica que viste de lujo todo el producto: córtex, neocórtex, amígdala, dopamina. El packaging es de lujo, a la altura de una tienda de Gucci. Me figuro cómo este reclamo comercial excita la vanidad de tener un mapa cerebral propio, una foto íntima en colorines para el narcisismo del siglo. Hace cien años, la gente se hacía un busto de bronce si podía pagárselo; ahora se lleva una PET TAC que dice aquí tiene usted el área del vacío existencial muy irritada. Es tan fútil es como si después de comer un filete de ternera nos hicieran una Imagen positrónica de la mucosa gástrica y por fin dijéramos sí, ¡aquí hay un órgano trabajando! Nos resulta absurdo cuando se trata del estómago, supongo que damos fe del flujo gástrico, pero es misterioso si hablamos del deseo de morir: aquí también hay un órgano trabajando, ¿no? No sólo es misterioso, es un espectáculo y, sobre todo, es novedoso. Brand New.
En nuestra educación cartesiana todavía pesa la división cuerpo mente, la escisión imposible entre ambos sistemas. Hoy en día funciona como un reclamo comercial para los psicólogos y terapeutas, incluso pedagogos o simples predicadores. Un tipo al que conocí en un encuentro de libros había autoeditado un manojo de textos de autoayuda, ¿eres psicólogo? No, contestó soy coacher. Había hecho formaciones. Desistí de continuar, lo imaginaba cerca de aquellos que no rebaten con evidencias, sino con el necio “yo he visto un vídeo…”
Otro día me di de bruces con la propaganda de un centro madrileño que iba a enseñar a mi hijo a estudiar después de someterle al pruebas infinitas y carísimas. ¿De qué pruebas y monitores se trataba? Me dieron una respuesta vaga, el precio era prohibitivo, pero si hubieran sido resonancias magnéticas lo que ofrecían se hubiera multiplicado, ¿qué clase de timo sería ese?, ¿cómo se puede comerciar así con el anhelo de que el hijo saque cabeza en un mundo de tiburones?
El trabajo de terapia es complejo, largo y sensible. No se limita a vomitarle al paciente paquetes de información sobre la asertividad y la autoestima, ni mucho menos un puñado de audios de relajación: se trata de que la gente sienta de que se está hablando de ellos. Que alguien con ojos positrónicos, más penetrantes que una PET TAC, les haga de espejo y les enseñe quiénes son, cuáles son sus verdades dolorosas. Siempre es un proceso, nunca untruco rápido, y funciona como un aprendizaje lento y perturbador. Tampoco consiste en empoderar a las personas, hacer que ganen carrerilla y arremetan contra todo aquel que, supuestamente, impide su dicha; se trata de que ganen insight y autocrítica.
Todo este universo ni es nuevo, ni necesitaba palabras nuevas, pero los reyes del marketing necesitan llamar de otra manera al producto de siempre. Las palabras clásicas que guiaron a Freud y sus discípulos están hoy bajo sospecha. La lentitud, la ambigüedad y lo que no se puede explicar en un vídeo de TicToc causa recelo también. El diván, como la terapia electroconvulsiva, están hoy día demonizados, pero han sido herramientas valiosas durante más de un siglo y abrieron puertas al conocimiento. Hasta la democracia fue valiosa durante más de un siglo: pero tampoco es Brand New. ¿Quién desea escuchar sobre el complejo de Edipo y quién prefiere el juego binario de la oxitocina-cortisol? Emociones contradictorias y extrañas explicadas como un pase de Barrio Sésamo. Con ojitos y manitas, ¿quién emplea tiempo y recursos para conectar consigo mismo a través de un puñado de abstracciones? O, loque es más doloroso, ¿quién puede abstraerse hoy? Sólo desde ahí se da con las respuestas que lo dirigirán a uno lejos del dolor. Ideas abstractas: menudo “pateo”.
Lo que la gente quiere es una solución para su problema, me dice una psicóloga muy ducha en marketing digital. Te piden: dígame usted si tengo que divorciarme, quiero un sí o un no. Darles lo que piden es más rápido, limpio y atractivo, asegura. No quieren años de análisis. Llegan con un problema bajo el brazo, como una barra de pan, y exigen una solución sencilla. Visible. La trampa está en que nada es sencillo, le digo, y menos aún, el camino que le ha llevado a alguien a desear liberarse de otro alguien. Pero la pandemia hizo florecer el mundo de la salud mental en redes y hoy los psicólogos han saturado ya el mercado, en eso estamos de acuerdo. Hay mucho desarrollo personal casposo, me explica esta colega, las mismas frases cutres, poca innovación. Tiene la osadía de añadir que ya todo el mundo está más “trabajado” y lo que pide es otra cosa. Que la gente ya sabe que está “loquita”, “conoce sus traumas”, lo que desvía sus recursos hacia el fitness y la nutrición. No lo desmiento: ir al gimnasio facilita resultados visibles en poco tiempo y sólo cuesta 30 euros al mes. Pero, ¿realmente estamos más “trabajados”?
Ya se está configurando un apartheid en que los ricos se pagarán un terapeuta (aunque sea uno rapidito) y a los pobres sólo les quedará el gimnasio y la IA. Lo toman como un oráculo, pero no es más que un mapa de la selva para cruzarla sin guía. Llevo meses oyéndole a mis pacientes las respuestas del ChatGPT a sus cuitas y no dejo de asombrarme. Una mujer que atendí por un TOC se había diagnosticado de TDAH y de bipolar gracias al algoritmo. Otra se dejaba asesorar en sus crisis de pareja y compartía un montón de intimidades sin preguntarse dónde iría toda esa información. Cuando le planteé esa duda, me respondió con un nuevo vídeo (mandarles a casa a pensar asuntos se traduce siempre en nuevas búsquedas, pero rara vez buscan dentro de sí mismos). El vídeo alertaba sobre el riesgo de psicosis religiosa por IA: citaba un artículo pero no era científico, sino de la revista Rolling Stone. “La IA los aduló tanto que creyeron que eran dioses…” explicaba una voz afectada y llena de efecto, “alguien que empezó a platicar con ChatGPT recibió respuestas como si fuera el próximo Mesías…” En estos días que el mundo está feo, la gente puede estar cada vez más bonita por dentro, pero es un camino que ni es nuevo, ni exige pruebas sofisticadas, ni palabras que nos vistan como si, de un día para otro, hubiéramos amanecido más listos. Nunca seremos dioses, aunque alguno se recree escuchando la adulación constante de la IA.