VALÈNCIA. Hace tiempo que Vicente Arlandis fantasea con la idea de descolgar la lámpara de araña del hall del Teatro Principal como un acto de desacralización del centro cultural. Su anhelo estaba más cerca de materializarse con la programación en marzo de un ciclo inédito de artes vivas en el emblemático edificio. El creador, impulsor del proyecto desde el colectivo Taller Placer, barajaba la idea, para posteriores ediciones, de colocar en el suelo el fastuoso dispositivo de iluminación de forma que los espectadores pudieran verlo de cerca. En un giro de guión que él mismo bien podía haber pergeñado, una pandemia global ha dejado ciclo, vida y lámpara en suspenso.
- ¿Qué emoticonos te representan estos días y por qué?
- Estoy súper pesimista en lo que respecta a la cultura, porque los últimos meses, la pandemia nos ha hecho ver la realidad tal cual era. Así que el de la caca, ya que últimamente hablo con mis amigos de lo mal que estamos y pinta todo.
- ¿Qué te sugieren estas acciones: la salida airada de Espinosa de los Monteros de la Comisión de Reconstrucción, el paseo de un hombre disfrazado de dinosaurio durante el estado de alarma, y la primera salida pública de Trump con mascarilla?
- La de Vox me parece una obra de teatro mala, donde todo se cae y se rompe, las acciones van a destiempo, la música no entra cuando tiene que hacerlo… Lo que representan son ese tipo de montajes tan malos que se convierten en buenos. No puedes dejar de mirarlos. Rodrigo García siempre dice que no le gustan las compañías de teatro normales, sino que prefiere o a las muy muy buenas o las muy muy malas, pues siempre puede pasar algo desconcertante. Esa performance del hombre disfrazado de dinosaurio forma parte de las que se repiten continuamente. Salir a la calle vestido así es muy típico del arte que quiere dar la nota a tope, romper a toda costa. Jan Fabre afirma que cada generación tiene que repetir las mismas performances: esto de hacerse heridas, daño… Cuando empezamos en el arte, siempre pensamos que estamos innovando, pero repetimos lo mismo. No progresamos. Respecto a Trump, como dice Franco Verardi, un filósofo italiano que me gusta mucho y habla un español regular: “Ese es un hombre de mierda”. La manera en que este señor ha tratado con la pandemia y con los americanos es de un individualismo absoluto. La suya es una performance hecha para él solo. No tiene en cuenta lo que está pasando a su alrededor. No hay público. Se mira a sí mismo. Es el ejemplo más claro del egoísmo total.
- ¿Qué cuentas pendientes has saldado durante el encierro?
- Parar. Durante años me he dicho que iba a tomarme unos días sin hacer nada. Las primeras semanas hice una parada total y me sentó increíblemente bien. Mi amigo Óscar Cornago, investigador de artes escénicas del CSIC dice que deberíamos hacerlo todos los años: un confinamiento anual sin virus, sin gestionar una desgracia, como el ayuno en la religión musulmana, obligado por el Estado.
- ¿Qué aplicaciones te acompañaron durante la pandemia?
- Me fui a vivir a Zoom. Una de las actividades que no se aplazaron fue un taller que iba a hacer en mayo junto a 15 chavales en el centro cultural Conde Duque de Madrid. Era una actividad subvencionada, para la que hicimos una audición. Iban a pagarles a ellos por recibirlo y a mí por hacerlo, así que lo desarrollamos online. Me vino muy bien, porque continué con la investigación del lenguaje y del medio. La idea era visibilizar la herramienta con la que estábamos trabajando a través del lenguaje. Trabajamos las ideas de interactividad, de pantallas, de no estar juntos, los conceptos de presencia y ausencia. Fue una experiencia muy chula e hicimos una muestra final.
- ¿Qué proyectos profesionales ha dejado en suspenso el confinamiento?
- Bastantes. Por un lado, estaba haciendo una residencia de investigación en La Granja, llamada En Helvética, no, que es un trabajo sobre el lenguaje y cómo crea realidad cuando lo usamos. Llevábamos un par de meses ensayando. En principio, lo vamos a retomar para septiembre. El ciclo de artes vivas en el Teatro Principal, titulado La cosa rara, lo haremos en la Sala 7 del Teatro Rialto. Es un espacio que le pega más al tipo de obras que vamos a traer, pero me quedo con las ganas usar el Principal de otra manera, de haberlas representado con el público y los artistas de las performances sobre el escenario.
- ¿Qué piezas de artes vivas grabadas has curioseado?
- No soy muy de ver piezas. Sí me gusta, en cambio, ver conferencias y charlas. Soy muy de podcast. Me encanta la radio en general y ahora mismo hay muchos programas en ese formato. En la radio del MACBA, Son[i]a, entrevistan a los artistas que van a exponer en el museo, a la gente que está cursando estudios allí y hay un montón de clases online. Es súper bonito.
- ¿Qué es lo que más te ha ilusionado hacer ahora que la actividad escénica se ha reactivado?
- He ido poco. Sólo a ver un par de propuestas de danza y performance que organizó Néstor García en el IVAM. Me ha hecho ilusión volver, pero he de decir que me es raro. Me alineo con los que defienden la cultura, con la protección del sector. Ahora hay todo un movimiento de la cultura segura, sobre todo por la suspensión en Barcelona del Festival Grec. Las artes escénicas no han dado problemas, justamente están cumpliendo las medidas de seguridad y están funcionando muy bien. Pero personalmente, no tengo la cabeza ahora mismo para ir al teatro. Tiene que ver con la concentración, con la mascarilla, con la separación entre unos y otros. Los amigos que están representando me comentan que no saben las reacciones del público, porque todo el mundo asiste con la cara tapada. La mascarilla ha levantado una pared entre los espectadores y lo que pasa en el escenario. La idea de estar muchas personas juntas en el mismo sitio después de lo que ha pasado me parece extrañísima. No es paranoia, sino que me llena la mente de información y me separa y me aleja de la obra. Hay algo emocional que no estamos gestionando y como sociedad terminará saliendo. Hace falta un duelo y pensar muchas cosas. No podemos funcionar como si no pasara nada.
- ¿Qué amenazas de muerte pesan sobre las artes vivas?
- La maquina de la administración. Hay mucha gente que quiere hacer cosas, pero la máquina burocrática lo impide. Me ha pasado en Madrid, está pasando en València. Hemos ido creando instituciones muy grandes que se han ido haciendo mayores, no solo las personas, que también, sino los sistemas administrativos. Cada gobierno nuevo cambia la piel, pero el interior se queda exactamente igual. Va envejeciendo y va poniendo cada vez más problemas. Nadie lo ha atendido porque políticamente es mucho trabajo.
- La artes vivas son el encuentro bien avenido de diferentes disciplinas, ¿qué podéis enseñarle sobre acuerdos a los partidos de este país?
- Hay que hacer mucha pedagogia sobre qué son las artes vivas. Cuando ahora, por ejemplo, venden la polémica de las artes vivas contra la danza no tiene sentido, porque las artes vivas lo son todo. Y son disciplinas muy bien avenidas porque no se piensan como tales, sino que lo que importa es lo que haces, lo que estás construyendo, la técnica, las formas, las estéticas... Se piensa muy poco desde uno mismo, sino desde a dónde vamos y qué vamos a hacer, que es justamente lo que no hacen los políticos. El otro día le preguntaban a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, si le gustaría ser la candidata de Unidas Podemos a la presidencia, y contestaba que lo que menos le interesa son los partidos. Las organizaciones políticas se han convertido en lugares donde lo que se problematiza es lo interior, la propia estructura, quién tiene que estar y quién no, y se piensa muy poco en lo exterior, en qué van a hacer con la gente. Los partidos piensan todo el tiempo en su propio beneficio.
- ¿Qué pregunta incómoda formularías a los que gestionan esta crisis sanitaria?
- Por qué no nos están contando la gente que está enfermando gravemente. Cuando estuvimos encerrados, el número de muertos, de enfermos en la UCI, de camas eran muy importantes y ahora no se habla para nada de las personas ingresadas en los hospitales. Llevan semanas informando de brotes y contagios, pero se habla muy poco de la incidencia del virus en la salud este verano.
- ¿Qué duración le prevés a la nueva normalidad?
- Uf… El otro día le pregunté a una amiga que está estudiando un máster de Epidemiologia y me dijo que este virus ha venido para quedarse.
- ¿Qué materias te vas a preparar para segundo de confinamiento?
- Voy a tratar de ampliar y profundizar en la idea de no hacer nada, porque en el primero acabe cayendo en muchas cosas que tenía que hacer.
- El doctor en Filosofía José Luis García Barrientos afirma que las artes vivas son un teatro que aspira a ser fricción y no ficción, ¿cuánta ficción nos sobra y cuánto roce nos falta?
- Desde las artes vivas se trabaja el cuerpo, el aquí y el ahora. Es muy potente, pero no le sacamos suficiente partido. Esa fricción tiene que ver con plantear situaciones, ideas y formatos relacionados con la duración y la permanencia: estar en un tiempo y en un lugar mucho rato. Extrapolado a nuestra realidad cotidiana podríamos hablar de que pasamos de manera muy superficial sobre las cosas, no nos detenemos, no tenemos el tiempo para caer en los sitios. Hoy en día producimos demasiadas cosas. Hemos aplicado las normas vigentes en la moda a los teatros. Ves una obra un día y ya está. No como antes, que se mantenían dos meses en cartelera. Tampoco hay obras de teatro que duren seis horas. Los montajes son cada vez más cortos. Lo que funciona es un festival donde se programen obras de 10, 15, 20 minutos, lo que ahora llaman píldoras. No es que esté mal, pero hemos perdido lo otro. El momento en que hemos estado encerrados durante días, hemos caído en eso. El filósofo Santiago Alba Rico tiene un libro llamado Ser o no ser (un cuerpo) en el que explica que cuando nos aburrimos tomamos conciencia de que tenemos un cuerpo, de que somos carne. Estos días hemos reparado en lo que somos en esencia. Es un conocimiento maravilloso que habíamos perdido. Hace falta aburrirnos más.
-¿Con qué acción performativa pondrías fin a esta pandemia?
- Con fuego. Uno de los símbolos de esta pandemia ha sido esa escultura de una muchacha meditando que no vimos quemar. El final de la pandemia tiene que ser un gran incendio. Tenemos que quemar. Dejo al libre albedrío de cada cual lo que quiera quemar. Yo quemaría la ciudad de manera simbólica, porque tal y como está concebida no es un lugar para vivir. Durante el encierro descubrimos una ciudad sin coches, donde las plantas nacían por todos lados. Eso nos ha abierto los ojos. Podía cruzar Peris y Valero sin esperar al semáforo, llegar al Mercado de Ruzafa con los ojos cerrados sin que me atropellara ningún coche. Así sí quiero vivir.