Todo coleccionismo es una especie de viaje que inicia el coleccionista a través de los objetos que busca, descubre y adquiere. En la mayoría de ocasiones el viaje acontece dentro de nosotros mismos y la colección es una especie de espejo en el que nos miramos: nuestros gustos, filias y aquellas cosas que nos hacen completar nuestro puzzle personal
Después de un buen puñado de años todavía me sigue sorprendiendo la creación humana. Es el arte, y no la tecnología, aquello que realmente dejaría perplejos a los extraterrestres si nos visitaran. Cuando uno cree haberlo visto todo inmediatamente ha de revisar esa creencia, por equivocada. Hace un tiempo un compañero me enseñó sorprendido el catálogo de una subasta alemana: “lote xxx maletín de viaje de cazavampiros. Siglo XIX.” El artículo contenía todo el set necesario para que un viajante cazavampiros al que puedo imaginar recorriendo en carruaje las poblaciones centroeuropeas, esperando ser contratado para expurgar del lugar esta clase de seres malignos. El extraño artículo, como no, fue inmediatamente adjudicado, imagino que a un coleccionista de cosas raras.
existen colecciones de objetos de lo más extraño que quepa imaginar. Colecciones de piezas infrecuentes, sorprendentes
Es interminable el catálogo de temáticas diferentes que pueden conformar una colección: es habitual pensar en pintura de épocas determinadas o de todas al únísono, escultura, cerámica… Pero también existen colecciones de objetos de lo más extraño que quepa imaginar. Colecciones de piezas infrecuentes, sorprendentes que, más en los tiempos que vivimos están cada vez más en voga. Hay que pensar que hoy en día es difícil dejarnos sorprender a través de la tecnología. Tenemos bastante anestesiada nuestra capacidad de asombro en este sentido: ya no sabemos si una foto o un video es real o fruto de un trabajo de photoshop. Por lo que a mí respecta mi capacidad de fascinación con la última virguería tecnológica dura cada vez menos y sin embargo la capacidad para asombrar del arte (plástico, musical, cinematográfico, literario…), del tipo que sea, permanece incólume.
Hace tres o cuatro años me enganché a una serie que programaban en un canal cuyo nombre no recuerdo sobre una tienda de antigüedades neoyorquina llamada “Obscura” (a cuya web remito), y que se caracterizaba por la venta de artículos realmente infrecuentes. Esa era, y es, su seña de identidad. Su insólito catálogo de productos no estaba formado por antigüedades o arte al uso, sino por extraños artículos que podrían formar parte de un gabinete de curiosidades o Wunderkammer: sin duda el maletín de cazavampiros formaría parte de su stock. Rarezas del mundo natural, extraños inventos usados antaño y hoy completamente fuera de uso, artilugios usados por oficios hoy desaparecidos etc.
Algunos de los productos tenían algo de siniestro, sin duda, pero en ello también residía su encanto, incluso diría que su valor crematístico, ya que los coleccionistas de estas cosas son capaces de pagar lo que sea necesario por atesorar una de esas inusuales piezas. No suelo tener cosas muy raras soy un tanto convencional, pero observo que cuando un compañero atesora una de estas piezas tan chocantes, no le dura a la venta demasiado tiempo: siempre hay un cliente para ella. Un cliente que en ocasiones no quiere que en su círculo más estrecho se sepa de su adquisición no vaya a ser que piensen que se trata de un tipo con una personalidad oscura. Hace ya bastantes años tuve en mis manos una cabeza reducida por los jíbaros, que tuvo en su poder un amigo anticuario y que poco le duró porque fue objeto de deseo de un cliente. Puedo afirmar que las cabezas reducidas no son una leyenda: existen e impresionan bastante. Aunque a la mayoría de nosotros nos cause una sensación próxima al pavor, les aseguro que estas son piezas muy buscadas y cotizadas al alza, hasta el punto de que por internet se venden toda clase de falsificaciones.
Todo coleccionismo es una especie de viaje que inicia el coleccionista a través de los objetos que busca, descubre y adquiere. Personalmente me parecen mucho más interesantes las casas que son reflejo de la personalidad de su propietario que aquellas que se diseñan a imagen y semejanza de otros tantos millones más. Las colecciones son en ocasiones viajes imaginarios a lugares remotos a los que nunca se podrá ir, en otras, a épocas determinadas imposibles de revivir. Pero en la mayoría de ocasiones el viaje acontece dentro de nosotros mismos y la colección es una especie de espejo en el que nos miramos: nuestros gustos, filias y aquellas cosas que nos hacen completar nuestro puzzle personal.
Los gabinetes de curiosidades eran enormes armarios contenedores de dichas maravillas, donde se mezclaba esculturas clásicas, cuadros, obeliscos, reliquias o piezas del mundo animal
Es en el Renacimiento cuando por primera vez ciertas personas privilegiadas-que obviamente se lo podían permitir- empiezan a dirigir sus inquietudes más allá de la religión. El coleccionismo de lo insólito se inició en pleno humanismo y tuvo su esplendor durante los siglos XVI y XVII. Estos cuartos de maravillas se iniciaron coincidiendo con la época de grandes avances en la óptica y la ingeniería, tiempos en los que se descubren territorios ignotos y se inicia una intensa actividad comercial con mundos lejanos a través de los puertos de Holanda o Venecia principalmente. A ello se junta un redescubrimiento del mundo clásico.
Los gabinetes de curiosidades eran en ocasiones enormes armarios contenedores de dichas maravillas y en otras cuartos o cámaras. En ellos se mezclaba en una compleja amalgama el arte formado por esculturas clásicas, cuadros, obeliscos, reliquias, libros raros, piezas del mundo animal montadas en bases de pórfido o forradas de carey, corales, cuernos de narval, minerales, nautilus. Era un mundo en sí mismo creado por deseo del coleccionista. Podemos decir que eran micromuseos o mejor microcosmos puesto que tampoco existía una motivación especialmente expositiva sino una acumulación más o menos anárquica de estos, anticipando a los grandes edificios museísticos de carácter enciclopédico que se conforman a lo largo del siglo XIX.
Muchas de las piezas tenían su leyenda fuera verdad o no. Una historia que había pasado de boca en boca: su excepcionalidad ya fuera por el tamaño (lo más pequeño, lo más grande), la exquisitez, lo grotesco. Nos han llegado fabulosas descripciones detalladas de aquellas cámaras de las maravillas como la de Lorenz Hoffman que poseía desde cuadros de Durero y Cranach (muy apropiados para esta clase de habitaciones), el esqueleto de un recién nacido, momias, extraños instrumentos musicales o minerales de las más diversas procedencias. En el siglo XVI se documentaron en Amsterdam un centenar de gabinetes privados de curiosidades.
Es una pena que estos armarios hayan sido una rareza de ávidos y ruditos coleccionistas, porque si hubiese sido algo común y habitual de la gente común, a través de los mismos podríamos haber indagado en la personalidad de los más variados personajes de la humanidad, a través de las piezas que iban incluyendo en esos grandes armarios de pino o nogal de puertas chirriantes, que vinieran a ser receptáculos de la vida de uno a través de sus objetos. Conozco a más de uno que en su armario de maravillas habría juntado una figura de Dark Vader junto a un pequeño bronce del siglo XVIII. Personalidades complejas.