El último cómic del belga Clarke es un thriller social sobre un retrovirus que hace que todos los niños en Europa nazcan rubios y con los ojos azules. La epidemia provoca tensiones sobre todo entre las poblaciones musulmanas de la inmigración, que ven peligrar su identidad teniendo hijos con estas características, mientras las multinacionales ven una oportunidad para lucrarse a costa de ellos
VALÈNCIA. El dibujante y guionista belga Clarke publicó el verano pasado The Danes, (Editado por Le Lombard en Bélgica y en inglés por Europe Comics) un cómic futurista de intriga. Un thriller que planteaba una hipótesis muy original, pero sobre todo conflictiva. Una provocación. Por un retrovirus, de pronto absolutamente todos los niños que nacen en Europa sufren una pequeña mutación que les vuelve rubios y de ojos azules.
En un principio los padres montan en cólera -los que son morenos, fundamentalmente- y se rompen matrimonios, pero hay una comunidad que sufre la enfermedad con mayor virulencia: los musulmanes. Estos no aceptan a los nuevos críos ni a sus madres. Los incidentes no tardan en desatarse. En Hamburgo tienen que poner a gente en cuarentena, en Bruselas hay revueltas.
Los musulmanes se agolpan frente a las embajadas de sus países de origen, quieren volver a la tierra de sus ancestros para huir del nuevo mal. ¿Y qué ocurre en Europa ante la huida masiva de los musulmanes? La economía se hundiría. No se puede permitir. Los ejércitos bloquean los aeropuertos, se cierran las fronteras. Las carreteras se colapsan. Al mismo tiempo, las multinacionales farmacéuticas enloquecen para buscar una vacuna que poder comercializar.
En los parlamentos se suceden debates sobre la búsqueda de la cura de la enfermedad. Para unos es urgente, para otros no plantea ningún drama que en pocos años toda la población europea vaya a ser rubia y de ojos azules. El problema, al que denominan "el virus rubio" empieza en Dinamarca y se va extendiendo por toda Europa desatando el caos donde llega. Es muy meritoria la portada, que imita a esos semanarios anglosajones, como Newsweek o Time, con una foto icónica que marca una época o una gran noticia.
Entre las preguntas incómodas que una obra de estas características plantea está una obvia, vieja como la noche de los tiempos ¿Tenemos derecho a rechazar a un hijo biológico porque una mutación le ha hecho notablemente diferentes a nuestro aspecto? Luego se pueden ir elaborando otras ¿Es lícito pensar que un cambio en el aspecto de una comunidad puede atentar contra sus señas elementales de identidad? Y también algunas maliciosas ¿Acaso le importaría mucho a los blancos que los hijos de los musulmanes fuesen rubios de ojos azules?
Desgraciadamente, el cómic se precipita un poco y atropella los acontecimientos, que tal vez no fuesen tan histéricos en la vida real, aunque nunca se sabe, y se pierde pronto en el thriller. No entra a jugar con las hipótesis desde un aspecto humano. Por otro lado, es interesante que el escenario futuro no se plantee con grandes cambios, solo con este, ya que como distopía llama la atención que, en lugar de una enfermedad que aniquile a la humanidad, idee una enfermedad que haga que la humanidad corra el riesgo de aniquilarse a sí misma por las contradicciones que alberga en su seno, tales como el racismo y la xenofobia.
Pero se puede leer la novela gráfica desde ángulos diferentes. No tiene por qué ser una historia de anticipación nada más, también se puede hablar de cómic moral o del punto de partida para establecer un coloquio. Los puntos sensibles que pellizca son importantes también.
Clarke es un dibujante que viene del género del humor. Por ejemplo, sus Mr President, publicados el año pasado en digital, son una mofa salvaje del presidente Bush. Un cómic sobrepasado por los acontecimientos, porque el actual titular de la presidencia desde el primer día ha puesto muy difícil hacer humor con su persona porque él mismo supera la imaginación de cualquier historietista.
Es meritorio que un dibujante que haya explotado tanto el humor y la sátira en una cuestión como esta se mantenga dentro de los márgenes de la intriga y no se tire hacia el espectáculo fácil que una idea como la que propone podría darle. El tema es atrevido, toca un material corrosivo en plena era de auge de la ultraderecha en toda Europa y tras sucesivas oleadas de atentados islamistas. Su señalización de un racismo anti-blanco es arriesgada. Y como humor, difícil. Resbaladiza. No obstante, tras las primeras cincuenta páginas, la trama pierde gas y queda hasta deslavazada. La búsqueda del paciente cero, el primer infectado, no es tan trepidante como prometía la puesta en escena inicial, pero ahí queda una gran idea difícil de olvidar.