VALENCIA. Apenas se detectan ya las heridas de Zagreb. A esta ciudad con nombre misterioso que mantiene cierta homofonía con el Magreb norteafricano pero también con los ilustres zares rusos, sólo le queda una leve cicatriz -casi imperceptible- de lo que fue una de las guerras más cruentas del siglo XX: la guerra de los Balcanes. No hace mucho tiempo, eran los tanques y no los taxis los vehículos que recibían a los viajeros y turistas de todo el mundo en el aeropuerto, muy cercano a la Base Aérea de Pleso. La Guerra croata de Independencia tuvo lugar desde 1991 hasta 1995. Cuatro años de auténtico terror entre Croacia y el Ejército Popular Yugoslavo que impactó en una sociedad que ya casi no recordaba los sonidos de las bombas.
Zagreb es ahora una capital centroeuropea que parece reivindicar constantemente sus numerosos atributos, siempre mermados por los encantos de otras ciudades e islas croatas como Pula, Split, Hvar, Cres o Dubrovnik que tienen como aliados el mar límpido y las calas desiertas. Lo que ninguno de estos enclaves podrá competirle a Zagreb es su extraordinaria oferta cultural, centrada en una colección de museos que definen cada una de las aristas de esta urbe a la que ya han bautizado como ‘la ciudad con alma’.
Sólo la capital croata aloja más museos de arte que otras naciones europeas con nombres más señeros. Desde el arte contemporáneo, pasando por el arte naïf autóctono, llegando a las muestras más artesanas, Zagreb resulta imprescindible para cualquier cultureta que se precie. La ruta podría comenzar en el Museo de Arte Contemporáneo (Avenija Dubrovnik, 17). El nuevo edificio inaugurado en el año 2009 en la zona de Novi Zagreb, al sur del río Sava, es obra de Igor Franic. En la actualidad, está considerada la primera gran institución cultural del país con 14.500 metros cuadrados repartidos en tres ámbitos de exposición: las permanentes (3.500 metros cuadrados), las temporales (1.500 metros cuadrados) y quizás, las más sorprendentes, las exposiciones en el techo (700 metros cuadrados). Expresionismo abstracto, pintura analítica y primaria, fluxus, minimalismo, protoconceptualismo, informalismo, pintura de campos pintados, transvarguardismo, arte óptico…todos los nuevos movimientos tienen cabida en este templo del arte contemporáneo en el que se presta especial atención a los artistas croatas.
Entre las exposiciones permanentes destaca Proyecto y Destino, una muestra que abarca el trabajo de artistas que han identificado sus vidas con los objetivos programáticos establecidos antes del arte; dicho de otro modo, aquellos artistas que igualaban ética y estética. Entre las exposiciones temporales, fascina por su rigor, la muestra dedicada a la ciudad polaca de Wroclaw (Breslavia), un territorio de intersección de diferentes culturas donde los artistas locales creaban su propio microcosmos con absoluta libertad e independencia. La exposición presenta además películas, fotografías, documentales, fragmentos de audio, teatro o diseño de la vida cotidiana de Wroclaw desde la década de los 60 hasta la actualidad. Una eclosión artística que le hizo merecedora de la obtención del título ‘capital de la neovanguardia polaca’ durante los años 60 y de ‘capital de contracultura anti-sistema’ en la década siguiente. De este museo puede salirse de dos modos, dependiendo de la personalidad de visitante: por la convencional puerta de salida o tirándose por un insólito tobogán retorcido y empinado que trasmuta, de pronto, al museo en un parque para adultos.
El Museo de Arte Naïf de Zagreb (Sv. Ćirila i Metoda, 3) es pequeño pero su visita puede durar horas. Apenas tres salas enmoquetadas en un edificio antiguo que alberga un patio invadido por plantas, son suficientes para que uno salga de allí con el corazón encogido. El arte naïf –encabezado por Ivan Generaliĉ y Franjo Mazo- supone una auténtica anomalía en el arte del siglo XX, pues los protagonistas formaban parte de un grupo discreto de pintores, apenas entrenados en el camino del arte, y esencialmente autodidactas. Este arte no supuso un movimiento artístico rígidamente definido por un estilo o una poética, más bien se compone de un grupo heterodoxo de creaciones individuales. En Croacia, los protagonistas de este arte eran gentes populares –campesinos, obreros, artesanos-, inmersas en una vida cotidiana rígida. El naïf propició una democratización del arte. A partir de ese momento, se asumió que todo el mundo tenía derecho a expresarse a sí mismo en el arte y que las escuelas no eran en sí mismas garantía de valor artístico.
Por si no fueran suficientes virtudes las que ya se han expuesto, Zagreb tiene el honor de hospedar dos de los museos más bizarros de Europa: uno por su truculencia, el otro también. El Museo de las Relaciones Rotas (Sv. Ćirila i Metoda, 2), es único en el mundo. Más de cien objetos que simbolizan relaciones rotas son examinados por unos visitantes que no pueden, en ningún momento, dejar de sentirse unos entrometidos. Sin embargo, a pesar de constituirse como un templo al desamor, este museo despierta más sonrisas que tristezas. Son los desenamorados de todo el mundo los que donan los objetos junto a una carta explicativa. Una donación que supone una catarsis para sus dueños que finiquitan así, en público, su historia de amor. Desde zapatos de tacón, pasando por libros de Proust, letreros luminosos, juguetes de la infancia, hachas o videojuegos… todo cabe en este museo, puesto que todo cabe en cualquier historia de amor. Una crueldad similar pero mucho más sanguinaria propone el Tortureum o Museo de la Tortura (Radićeva ul. 14), con la muestra siniestra de los diferentes instrumentos de tortura desde la antigüedad hasta nuestros días. Más de 70 aparejos que van desde la réplica de la célebre guillotina del año 1792 hasta la Doncella de hierro, uno de los métodos de martirio más turbadores de la Edad Media.
La ruta improvisada de museos en Zagreb podría convertirse en interminable pero la visita al Museo de la ciudad de Zagreb (Opatička ul. 20) se revela imprescindible. Creado en 1907 y situado en la zona alta y antigua de la ciudad, este espacio recoge las historias –grandes y mínimas- de una ciudad vivaz y enérgica que, por ejemplo, persiguió durante muchos años a unas brujas que creían malvadas y feroces.
El Museo Técnico de Zagreb (Savska cesta, 18) es quizás uno de los menos conocidos. Muy enfocado a los inventos técnicos en campos como la física o la ingeniería, el visitante puede acceder a una recreación del laboratorio de Nikola Tesla, el ingeniero croata de origen serbio que diseñó el actual sistema de potencia eléctrica por corriente alterna. La visita por este museo vintage incluye máquinas de escribir, útiles de labranza e incluso algún mapa con la distribución intacta de la antigua Yugoslavia.
Esta ruta no tendría ningún sentido sin un burek (una manjar típico compuesto por una pasta filo rellena generalmente de queso, espinacas o carne picada) al que hincarle el diente. Sin una visita a La Struk, un restaurante que sólo sirve dos platos. Ambos son strükles, una especie de lasaña de queso a la que se puede añadir otros ingredientes dulces o salados. Sin desayunar una potente granola en Mundoaka Street Food, quizás en único local hipster de todo Zagreb. Y es que ya se sabe: la cultura con el estómago lleno, entra mucho mejor.v