MARIDAJES (IM)POSIBLES

Cabernet Franc y la Chenin Blanc, los dos regalos del Loira al mundo

Cada vez que hablo con alguien del Loira me saca el tema de los castillos y no te voy a decir que no sean bonitos, pero a mí, lo que me interesa del Loira (o Loire) son sus vinos. Vamos allá.

| 26/01/2024 | 5 min, 26 seg

El valle del Loira es muy extenso, son más de 1.000 km de río, y da para plantar mucha uva y para encontrar muchos estilos, aunque la zona a la que nos referimos cuando hablamos de Loira en términos de vino va desde de Nantes, pegada al Atlántico, en el extremo oeste, la tierra del Muscadet, hasta Sancerre, prácticamente en la misma altitud que París, donde reina la Sauvignon Blanc. Desde un punto a otro hay más de 4 horas en coche, así que es difícilmente abarcable en unas pocas palabras. Además de estas mencionadas, hay otras variedades que se cultivan en la zona, pero para mí, dos son las fundamentales, las que son capaces de erizarme los pelos, de dilatar mis pupilas, de acelerarme el pulso y de hacerme derrochar mis pocos ahorros. La Cabernet Franc y la Chenin Blanc, los dos regalos del Loira al mundo (aunque hay estudios que sugieren que la Cabernet Franc tendría su origen en el país vasco).

Parte de la magia de estas dos variedades reside en su versatilidad. Si empezamos por la Chenin Blanc, tengo que empezar hablando de un señor que tal vez no esté del todo en sus cabales, pero que es el indiscutible maestro de esta variedad: Nicolas Joly. Joly a veces suena tremendamente sensato y a veces habla como un místico o como un oráculo. Recuerdo estar leyendo su libro Comprender el vino, la viña y la biodinámica, y disfrutarlo tremendamente, todo muy lógico hasta llegar a cierto punto donde habla de arquetipos, vibraciones y energías hercianas. Me recordó a un discurso de Philip K. Dick, el autor de El Hombre en el Castillo y de la novela que dio origen a Blade Runner, que durante una conferencia acerca del género de la ciencia-ficción, termina contando que vivimos, efectivamente, en un mundo con realidades paralelas y que el Imperio Romano aún nos gobierna.

En cualquier caso, sus vinos -los de Joly, no los de Philip K. Dick- son santos griales, sorprendente y relativamente sencillos de encontrar. Su referencia ineludible es el Clos de la Coulée de Serrant, un viñedo del cual él es el actual guardián, así como lo fueron los monjes del Císter cuando lo plantaron allá por el siglo XII. Probar este vino va más allá de las descripciones habituales, es inmortal y singularísimo. Y la obra de Dick, también.

Para quien no comulgue con la religión biodinámica ni con el misticismo de Joly (allá ellos) y que además sea francófobo, hay también opciones. Una de mis interpretaciones favoritas de la Chenin viene de Sudáfrica, de la bodega DeMorgenzon, situada en Stellenbosch. Su DeMorgenzon Reserve Chenin está entre lo mejor que he probado de este país en blancos: textura, peso, complejidad en capas en una interesante alternativa a la chardonnay.

Para terminar, también podemos encontrar alguna Chenin interesante en Argentina, como el Old Vines From Patagonia de Matías Riccitelli, de un perfil más austero y afilado. Estas viñas son supervivientes de los años sesenta, y es una de las variedades que está creciendo y demostrando su potencial fuera de las fronteras habituales.

En otra ocasión hablaremos de los dulces y espumosos de Chenin.

En el campo de las variedades tintas, la Cabernet Franc para mí es la reina. Esto es siempre muy personal, y seguramente el mes que viene opinaré otra cosa, pero eso ya lo veremos en treinta días o así.

Con la Cabernet Franc ocurre que puede ser ruda o sofisticada, ligera o corpulenta, puede recordarnos al aroma de las rosas, las cerezas y la menta o puede oler a fruta negra muy madura y a establo. Y todo lo que hay de por medio ¿No es esto versatilidad?

A diferencia de la Pinot Noir, es una variedad de la cual se pueden encontrar muchos ejemplares excepcionales a precios muy asequibles en comparación.

Una de mis versiones favoritas de esta uva la hace Domaine Guiberteau. Su Saumur Rouge me parece una introducción perfecta a esta variedad dentro de un estilo fino, floral y elegante, para los amantes de la delicadeza borgoñona.

Si, por el contrario, tu espíritu indómito y salvaje te lleva a experiencias más imprevisibles, Nicolas Réau es un referente. La mujer de Reau es, de hecho, la organizadora de La Dive Bouteille, una de las ferias más importantes de vino natural de Francia, y el vino que elaboran ambos, Pompois, me parece una versión sincera, rústica y encantadora de esta variedad.

Dentro de una filosofía de vinificación poco intervencionista, también encontramos Cuvée Mephisto, de Domaine de l’Écu, un tinto fragante, fino y muy definido, que se elabora en ánforas. Es una bodega muy iconoclasta, pero muy divertida.

Si buscamos un gran ejemplo de lo mejor que nos puede dar la Cabernet Franc fuera del terreno de los vinos de baja intervención, y sin vender un riñón, nuestro querido Bertrand Sourdais de Dominio de Es, también gestiona el Domaine de Pallus, en Chinon, donde elabora uno de mis vinos favoritos: Le Clos de Pallus. Aquí hay equilibrio, elegancia, pero también longitud y ambición. Es un vino de una nariz embriagadora y de una finura proverbial.

Y para terminar, y para quien pueda, Clos Rougeard es el gran nombre dentro de la Cabernet Franc, aunque sus botellas se encuentran habitualmente por encima de las tres cifras. Pero aún es más barato que un Vega Sicilia, así que no nos desanimemos. Aquí vamos a pisar el territorio de los grandes nombres de Francia. Sus vinos están elaborados para envejecer durante décadas; necesitan tiempo y paciencia, pero seguramente representen el culmen de esta variedad.

Os he comentado que esta variedad es, tal vez, mi favorita, me gusta en todos los estilos. Temo que tal vez me ocurra como con el café, que me gustan hasta los peores, a diferencia del señor del espresso en Mulholland Drive.


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