Gallina Negra

El nuevo emplazamiento de Gallina Negra es muy singular: un local no muy grande y de techos altos que antiguamente se utilizaba para guardar la imaginería religiosa de una cofradía. La cocina está completamente abierta a la sala, sin elementos de separación. La idea es que te sientas como si una pareja de amigos te hubiese abierto las puertas de su casa para invitarte a cenar. 

Menor número de mesas y comensales, pero la misma filosofía: jugar, mezclar, hacer lo que les da la gana. La cocina de Javier —creativa, viajera, estimulante— se despoja de las ataduras de la carta para volar todavía más libre. Trabajan con dos únicos menús de degustación que no dejan de mutar y transformarse: Cobardes y Gallinas (6 pases) y Huevos de Oro (9 pases). 

Manda el producto de temporada, aunque picotean del recetario tradicional de aquí y de más allá. Suelen predominar los platos con verduras, frutas y pescados sobre los cárnicos, y tanto unos como otros se acompañan a menudo de salsas y suquets que te dan ganas de lamer el plato. 

Nada de esto funcionaría tan bien si no fuese por el trabajo de Alba en la sala. Además de una excelente sumiller, la compañera de Núñez es una jefa de sala que desprende frescura e inteligencia, de las que saben interpretar al vuelo al cliente que tiene delante.

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Plato destacado →  El pescado de roca con espuma de suquet de sobrasada.