Volvemos de las vacaciones con las pilas repuestas y bien puestas. Las que nos iluminan sin necesidad de interruptores que interrumpan. Esas que llenan la vida de luz y la copa de relucientes vinos. Los nacidos en suelos blancos
Para encontrarlos nos vamos al sur, a Sanlúcar y Er Guerrita, que queremos guerra de la buena y nos dicen que el bueno de Matoses anda por allí muy dispuesto a descorchar. ¿Que qué? Un puñado de botellas de aquí, allá y acullá. Las que reflejan tierras albinas y tan finas que son capaces de brillar con energía. Rocosos de calcáreos tan calizos que no necesitan rizar el rizo, porque dan vinos que irradian la personalidad de claros paisajes y de esas uvas que hacen crecer. Y crecemos en disfrute y placeres asistiendo a una cata espacial por encuentros, reencuentros y el recuento de una serie de etiquetas que nos quedamos en la memoria para compartir aquí y ahora.
Empezando con unas gurbujas, de las que nos acompañan desde siempre y por mucho tiempo, las del Un jour de 1911 (André Clouet). Espumita francesa que nunca falla dando toda su talla. En esta ocasión nos presenta sus impresionistas impresiones como si estuviéramos en la corte más cortés. La que tiene la cortesía de recibir a los invitados como debe ser, en gustoso aperitivo para ir abriendo boca con mucho champagne y un poquito de caviar.
Damos un paso al paraíso con el Terre de Vertus 2013 (Larmandier-Bernier). Blanc de blancs de chardonnay todo pureza y elegancia. Piedros de los buenos y el salino de aquel mar que fue para irse. Aromático de tiza y bollitos de los ricos que nos llevan directos a aquel Barrio Alto en años de locura y diversión, para terminar en el Navarro con una de cazón adobado y cantando algunas saetas.
Seguimos en terrenos champañosos con un productor de cultura y un tinto tranquilote, el Coteaux Champenois Premier Cru Trepail Rouge 2009 (David Léclapart). Pinot noir que escribe con mano firme en colegial pizarra verde. Trazo fino y ligero que hace volar ese polvo casi transparente que se va posando sobre las mesas. Aromas controvertidos y unos acerbos que nos dan ganas de seguir probando y que sea con el choco-pollo frito de la Peña Bética.
Pasamos a la zona de Sancerre con Les Monts Damnés 2018 (Pascal Cotat). Sauvignon blanc de volumen bonito y expresión imponente que, aun con su alcohol, consigue mantener el equilibrio. Sube montañas malditas en excursión retrepante de emociones que iremos madurando. Porque ya tenemos poso para saber encontrar el reposo y mejor con las huevas de caballa a la plancha de Los Caracoles.
El Clos des Carmes 2015 (Guiberteau) aparece icónico y desde el Loira con una de esas personalidades que no se olvida fácilmente. Porque tiene un cuerpo con sus cosas hermosas y amargosas. Chenin blanc con volumen y su acidez precisa. Curvas de las de toquetear sin miedo, mientras las rellenamos con un montón de tortillitas de camarones de casa Balbino, que les tenemos cariño.
Nos vamos a Manchuela y tan alegres con el Reto 2012 (Ponce). Le retamos con descaro, pero responde impetuoso con una intensidad de minerales que fluyen líquidos, pero firmes. Porque es albilla con su pizquita de barrica, borrica, y no necesita más para convencernos de que es una adquisición con cabeza. Sólido en su género, responde como si fuera un grande y lo soñamos enorme con ese ajo caliente de la casa en la que estamos.
Con los dos siguientes vinos volamos a la Argentina de paisaje visto desde alturas infinitas. El Adrianna (Ale Vigil) - White Stones 2017 (Catena Zapata) es austera sapidez con acento cremoso y dispuesto a conquistar. Amor a primera vista que continúa con su primo hermano, el Adrianna (Ale Vigil) - White Bones 2017 (Catena Zapata). Ambos de chardonnay muestran un carácter bien diferente, aunque igual de bonito. Aquí con mayor descaro, se impone la expresión de caliza y flechas que penetran en los sentidos hasta la eternidad. Y los acompañamos con sendos aliños, los mejores, las papas de Barbiana y las huevas de Avante Claro, claro.
Regresamos a nuestra Europa, a Chablis, con el 1er Cru Montmains 2017 (Moreau-Naudet). De nuevo la reina chardonnay y más clara que nunca. Imagen de nitidez sin miedo, frescura perenne y salitre de fondo. Mirada a viñedo con su fruta y níveos andares sobre ese firme que lo ha visto todo. Visita que despierta los apetitos más primarios y que saciamos con las puntillitas de La Espuela.
Corremos ahora al Jura, que nos espera la maravilla siempre esperada, el Vin Jeune 2011 (Domaine Labet). Savagnin que se empieza para que nunca termine. El quinto sabor hecho felicidad. Belleza inmortal que te da vueltas en la cabeza y el corazón, para decirte que lo imposible existe. Y aunque nos negamos a que se acabe, nos lo pimplamos sin respiro junto a la caballa marinada con piriñaca del El Espejo.
Llegados a este punto nos sentamos en la trastienda, que hay que pensar fuerte porque vienen tres animalillos desbocados que trataremos de domar tan solo con un variado de queso del país. El Terán Salvaje, amontillado extremo es locura extremada hasta doler. Tormentoso abismo al que asomarse y dejarse caer con placer. Un Sanlúcar de Barrameda en noche que no tiene fin ni lo queremos. La Bota fundacional 0/1, amontillado extremo (Alvear) es ambarino cuchillo capaz de levantar olas en Montilla-Moriles. Concentración con la que concentrarse en lo importante, la esencia que lo hace grande. Los matices de una vida y su camino. Y para terminar, nos dejamos llevar por el Reliquia Pedro Ximénez (Barbadillo). Yodo que lloro, densidad de seda que corre contracorriente, imagen que se revela en gema preciosa. La belleza. No hay más.