ALICANTE. El libro Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español ha cambiado la vida de su autora, Elvira Roca, en poco más de un año. Y, a poco que le dejen, cambiará el ánimo de España por su perspectiva de nuestra historia, rompiendo ideas preconcebidas basadas en visiones de otros países.
La profesora llega este jueves a la Casa Mediterráneo de Alicante para hablar sobre la imagen de España, un concepto del que ha tenido mucho para meditar en este tiempo. De lo sucedido desde que lo publicó cuenta vía telefónica que ha "aprendido que había una necesidad, digamos, bastante acuciante de que te contaran que no podía haber sido todo tan malo". Una sensación que asegura la "ha reconfortado mucho" porque le ha sido grato comprobar lo que "nunca" había creído, "que todo fuera una historia tan negra y de fracaso".
Colocado en las listas de los libros más vendidos, Roca dice que "nadie esperaba que un libro de estas características se convirtiera en un éxito". Y la respuesta la ha encontrado en su público, "me responden que reconforta mucho que te cuenten que no todo fue tan malo cómo se lo habían hecho creer". Al preparar el libro, un largo proceso, se sorprendió "al comprobar que era mucho peor de lo que yo pensaba".
En su investigación se encontró con "que la deformación histórica, la tergiversación, la propaganda, las interpretaciones históricamente sesgadas a partir de muy pocos hechos descontextualizados, era de mayor calado de lo que me imaginaba". Por eso recuerda el momento en que sintió "la necesidad de escribirlo porque pensé que no puede ser que la mayor parte de los españoles piensen que la intolerancia religiosa fue un fenómeno especialmente agresivo e intenso en España, cuando lo cierto es todo lo contrario".
El problema en la historia de España "es que hace mucho tiempo que no consiste en otra cosa más que repetir la historiografía que se escribe en otros países". Es lo que califica como un "problema gravísimo" y cuyo origen sitúa en la segunda mitad del siglo XIX. De tal manera que llega a decir que "España no tiene su propia historiografía" ya que lo que se hace es "seguir los carriles de la historiografía escrita en lengua alemana, francesa e inglesa". Lo que implica que "la versión de la historia de Europa que cuentan esos países es la que les ha convenido".
Eso tiene su explicación en que la segunda mitad del XIX España "pasa por un bache tremendo: se está recomponiendo de una invasión y de la destrucción de un imperio". "Es uno de los momentos más difíciles de atravesar", razona, "y se puede comprender que en nuestro mundo académico no hubiera capacidad para reflexionar con cierta distancia sobre lo que acababa de ocurrir". Dicho esto, "lo difícil de justificar es que generación tras generación se haya consolidado una historia de Europa escrita por otros para justificar sus errores del pasado" y que "en absoluto se corresponde con toda la verdad de lo que la historia de Europa ha sido". Una situación que llegó al punto de que "no había ni que cuestionarse; todo español que ha pasado por la universidad está predispuesto a creer que al otro lado de los Pirineos ha estado siempre la tolerancia y la libertad".
Esta forma de ver nuestra propia historia, en la que tradicionalmente se ha hablado de la religión como un factor clave, considera que no es apropiada. "El problema religioso que se manifiesta de manera tan virulenta en el siglo XVI en Europa no es el problema prioritario, es el secundario de otro", explica, "dentro del cristianismo occidental había habido muchos problemas que se habían resuelto siempre antes o después". Entonces, ¿por qué el de Martín Lutero no se resuelve? "Porque es el buque insignia de todas las manifestaciones contrarias a ese imperio", responde.
La visión que apunta a un problema religioso y que la intolerancia española impide su resolución es "falso de toda falsedad". Ese problema religioso "es una manifestación política de una lucha de poderes periféricos europeos que en absoluto están dispuestos a permitir que en Europa exista un poder hegemónico como el que representaba España". La forma de luchar contra él fue la disidencia religiosa "y el haberse empeñado es contar esto en esa clave es lo que tergiversado la comprensión del fenómeno".
De esta forma se llega a una de las claves, "se consolida una visión que todos tenemos, la superioridad moral de los territorios protestantes frente al corrupto catolicismo". "El problema no es que se crea uno esa superioridad moral", precisa, "es cuando tú asumes que tu mundo y cultura es inferior a otra, la condenas moralmente al fracaso". Una situación que aún se mantiene en nuestro país y que considera "un problema gravísimo al que no le prestamos toda la importancia que se merece".
Una de las bases del pensamiento de Roca y que ha hecho destacar aún más el libro es que no se trata de un debate historiográfico. Este planteamiento tiene consecuencias negativas hoy día, y pone de ejemplo la crisis de la deuda. "En la crisis de la prima de riesgo, en lo alto de la mesa estaban todos los problemas económicos que los pueblos del sur de Europa haya podido tener", argumenta, "pero nadie mencionó jamás que los impagos más gloriosos de Europa Occidental en el último siglo son los alemanes". Por eso dice estar esperando "a un doctorando benemérito que se decida hacer una tesis sobre los usos de los tópicos de la leyenda negra en esa crisis en la prensa internacional. Ha sido extraordinariamente rentable".
"La percepción que tenemos nos condiciona económicamente de una manera absoluta", sentencia, "no se puede proyectar una imagen de confianza si no la tenemos nosotros mismos". "Cualquier intento que se haga, debe empezar por la propia casa", prosigue, "porque no podemos enseñar en los libros de texto lo que enseñamos, según la cual España siempre pierde y que la culpa de las guerras de religión la tiene España porque es falso, absolutamente". Por eso concluye que "hay una versión española de la historia de Europa, tan cierta como las otras, que está por contar y que espero que se cuente".
El pasado domingo se cumplieron tres cuartos de siglo de la mañana en que Castelló descubrió las trágicas consecuencias de una tromba de agua que la víspera anegó los barrios del norte de la ciudad, en una jornada que dejó al menos 12 víctimas mortales, la gran mayoría de corta edad. La catástrofe marcó a toda una generación de castellonenses