ALICANTE. Brief encounter (Breve encuentro) es una película británica del año 1945, protagonizada por Celia Johnson y Trevor Howard en sus caracteres principales, se podría decir que los únicos, que narra el encuentro casual, fortuito, de dos personas, un médico de pueblo y una respetable ama de casa, cada día, en una estación de tren, uno de esos apeaderos al aire libre tan ingleses, tan llenos de bruma, vapor de monóxido de carbono y el verde de los bosques que rodean la campiña, atenuado por el poético blanco y negro del film dirigido por David Lean. En 1984, Hollywood lo intenta de nuevo, con un remake protagonizado por Robert de Niro y Meryl Streep y el título de Falling in love (Enamorarse). Ni ellos, ni el telefilm de 1974 con Sofia Loren y Richard Burton, consiguen acercarse ni remotamente a la intensidad y el lirismo de la obra de Lean. La certidumbre del azar, las consecuencias de las coincidencias, la construcción de una trama de amor pasional sobre la sincronía de dos personas en el espacio-tiempo. La idea de la sincronicidad junguiana se encuentra en la tramoya de estas lecturas paralelas fortuitas: «una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar». Leer dos libros al mismo tiempo, saltando de las páginas de uno a las del otro, intercalando capítulos, a veces notando que sus personajes se confunden en la memoria corta del día a día, hasta que llega el momento en que interactúan entre ellos, con diálogos y acciones que sobrepasan las fronteras de ambas narraciones. Dos libros que de manera totalmente casual, comparten durante unos días la repisa de la mesita de noche.
Ambas novelas rondan las 120, 130 páginas, y están escritas en un estilo directo, intercalado por diálogos ágiles y naturales que hacen avanzar la historia, aunque en ambos, la trama desaparece tras la personalidad incandescente de sus protagonistas.
La obra de Dazai está compuesta con la estrategia narrativa de los “cuadernos encontrados”, un clásico de la literatura universal, la Biblia, el Quijote, el Manuscrito encontrado en Zaragoza de Potocki, o la deliciosa variación sobre este tema de Joseph Mitchell en El secreto de Joe Gould. Tres cuadernos de notas, que se convierten en cuatro grandes capítulos, al desdoblar el contenido del tercero de ellos, precedidos de un brevísimo prólogo introductorio y rematados con el consabido epílogo que sirve de excusa argumental, en que el autor reconoce no serlo, o serlo por autor interpuesto. Indigno de ser humano es la confesión de un impostor, de un hombre enajenado que no entiende el mundo ni sus mecanismos, pero que como el Descartes más acomodaticio, parece intuir sus tres máximas de la moral provisional, y obra como si se encontrara totalmente integrado en la sociedad que le rodea, obedeciendo sus leyes y sus costumbres –extrañado incluso de actos tan simples como la propia de la alimentación: “Todos comían con la mayor seriedad [...]. Suele decirse que si no se come, se muere; pero a mis oídos esto suena como una intimidación maligna [...]. Si las personas no comen, mueren; y por lo tanto están obligadas a trabajar para comer. Para mí, no había nada que sonase más difícil de entender y más amenazador que estas palabras”- y utilizando el humor como mecanismo de integración, la autoparodia, siendo él mismo el bufón que cambia los propios deseos antes que el orden del mundo. Yozo, que es el apelativo familiar con el que es conocido este antimoralista, resulta humano de tan inhumano que pretende ser.
En el año 2003, Bill Murray y Scarlett Johansson hicieron que medio mundo se perdiera en su extrañamiento tokiota, inmersos en un mundo de traducción imposible, pero ofreciéndoles el paisaje perfecto para su historia de amor imposible. La posibilidad que ofrecen Nørdica y Sajalín, gracias al trabajo de Jáuregui y Watkins, ofrecen la posibilidad de salvarnos en la traducción, y disfrutar de los personales mundos de Shimazaki y Dazai. En su libro titulado The Life and Thought of Japan, Yoshisaburo Okakura asegura que los japoneses “viven vidas limpias e inmaculadas que parecen tan serenas y hermosas como un cerezo en flor”.