El cantautor valenciano habla con Culturplaza de su séptimo disco, Ciudad Dormida (BCore, 2024), que saldrá a la venta el 15 de noviembre y se presentará por primera vez en directo en la sala Russafa de Valencia el día 30, incorporando de nuevo a Marcos Junquera en la batería
VALÈNCIA. Cuatro años después de la publicación de El Desencanto (BCore, 2020) -y dos años después de presentar su proyecto compartido con Gonzalo Fuster, bautizado con el nombre de Algo-, Alberto Montero regresa con un séptimo trabajo discográfico que gira conceptualmente en torno a la idea del subconsciente. El título, de hecho, es muy psicoanalítico: Ciudad dormida.
Son un conjunto de quince canciones escritas en distintos momentos vitales, aunque encontramos en ellas algunas ideas recurrentes, como las inseguridades que le acechan a la hora de componer o sobre la angustia vital que asoma a veces por las noches en forma de ansiedad e incertidumbre. El músico y cantautor de Puerto de Sagunto se expone emocionalmente cada vez más en sus letras, mientras nos regala al mismo tiempo joyas sonoras que traslucen todas las pasiones -el folk, el pop psicodélico de los sesenta (con especial atención a su grupo fetiche, Love, pero también Robert Wyatt), la música barroca, etcétera-, pero también las habilidades musicales adquiridas con los años y decantadas disco a disco.
La publicación de un disco se programa siempre con muchos meses de antelación, y a Ciudad dormida le ha tocado salir a la palestra en un momento de trauma colectivo que además le afecta de forma muy cercana. El 15 de noviembre llegará a las tiendas de discos, y el 30 lo presentará por primera vez en directo en la sala Russafa de Valencia. Probablemente sea un conciertos especialmente emocionante porque no hay nadie que no esté devastado por dentro. Le preguntamos al respecto, y es muy sincero. “Realmente, no sé cómo afrontarlo. Estoy en shock, como lo estamos todos, y en lo último que pienso ahora mismo es en la salida del disco o en el concierto de presentación. He parado toda actividad promocional al respecto en redes sociales, por respeto a las víctimas y al estado anímico que tenemos todos. Hacer promo ahora me parece absurdo, frívolo. En dos semanas publico disco nuevo, y me gustaría que llegara al máximo número de personas posible, pero ando totalmente desorientado, no sé muy bien qué hacer todavía y cuál sería la forma más respetuosa y adecuada de hacerlo”.
Le acompañará en el escenario, como siempre, una banda de músicos impresionantes formada por Román Gil (guitarra), Xavi Muñoz (bajo), Marcos Junquera (batería) y Gilberto Aubán (teclados). “El disco lo hemos ido grabando a golpes, cuando las disponibilidades de cada uno lo han permitido. Lo ha grabado Xavi Muñoz en su estudio de Vila-real, Indret Espurna, además de tocar el bajo, sintes, percusión, etcétera. La mayor parte la hemos trabajando los dos, codo con codo. En las baterías hemos recuperado a Marcos Junquera, que había grabado todos los discos anteriores excepto El Desencanto. Román Gil también ha vuelto a hacer su magia en este disco con sus guitarras. Además, hemos grabado arreglos de cuerda con Laura Agustí al violín y Adrián González al cello, y saxos con una joven revelación, Joan Cano, de 15 años. Joan es hijo del guitarrista de Shake, Juan Cano”, explica Alberto.
Cabe también mencionar la colaboración del dúo peruano Alejandro y María Laura en la canción Nube violeta. “Iba a ser una canción oscura impresionista, pero la convertí en algo más animado, lleno de percusión, y pensé que quizás mis amigos Alejandro y María Laura podrían colaborar en ella. Fueron muy generosos conmigo, me dijeron que sí y me ayudaron mucho en la producción del tema. Ellos son un dúo peruano muy conocido en Perú y bastante en Latinoamérica en general. Pasaron 2 años en México también y después de hacer una gira europea abriendo para Calexico decidieron probar suerte y venirse a vivir a España hace un año y medio. Concretamente, a Paiporta. Hace una semana que vivían en su piso recién comprado cuando la tromba de agua que vino a raíz de la DANA inundó su piso y lo perdieron todo. Son unos amigos muy queridos, tenemos una relación muy cercana y, por suerte, ellos están bien. Pero la pérdida material ha sido terrible. Por suerte, están recibiendo mucho apoyo de familia y amigos de todo el mundo. Me gustaría agradecer también desde aquí a amigos míos que, aún no conociéndoles personalmente, les están brindando ayuda. La solidaridad que está movilizando esta tragedia es conmovedora. Os invito a todos a escuchar su música y a ir a sus conciertos, porque son maravillosos”.
-¿Por qué decidiste tomar la exploración de tu subconsciente como hilo conductor de este nuevo disco y qué rincones son los que más te interesa explorar de esa “ciudad dormida” que no siempre llegamos a conocer, aunque forme parte indisoluble de nosotros?
-Bueno, lo de “decidiste” es mucho decir. Creo que el único disco en el que tengo una conciencia clara de lo que quiero expresar, como concepto global, es La Catedral Sumergida (BCore, 2018). En el caso de Ciudad Dormida, como en mis otros discos, voy haciendo canciones y es en la recopilación final cuando me empiezo a dar cuenta de que hay nexos en común entre ellas, de que acabo siendo algo reiterativo en las temáticas sin darme cuenta. Aquí podríamos hablar del subconsciente desde un horizonte creativo, tanto de forma activa como puede ser su manifestación en la obra artística, como en la pasiva del mundo onírico. Me fascina encontrarme un mundo nuevo, pero a la vez familiar, en los lugares que recorremos en los sueños.
-Uno de tus versos dice “Tengo que empezar a decir todo lo que pasa en mi cabeza”. Me suena a lo que te diría un psicoanalista al inicio de la consulta. Una especie de invitación a verbalizar el flujo libre de pensamiento, para “pescar” al vuelo algún mensaje con valor analítico entre la “verborrea” intrascendente. ¿Observas algún tipo de paralelismo con el proceso de composición de canciones?
-Intento, en el momento de hacer música, que mi mente consciente esté cada vez menos presente. Curiosamente, creo que últimamente estoy consiguiendo ser cada vez más claro y menos críptico en las canciones. Lo relaciono con el disco de Algo y el proceso de coescritura que tuve con Gonzalo Fuster. Me han influido mucho su claridad y concreción. Requiere mucho más esfuerzo, pero ahora veo que un mensaje claro conecta mucho mejor con la gente. Sin perder de vista lo poético, lo lírico, evidentemente, que para mí es lo más importante. Hay que llegar a través de la emoción, no leer un manual de instrucciones. Pero creo que la concreción también potencia la belleza. El mejor ejemplo en el disco es la canción Cae la noche.
En el caso de Tengo que empezar, empiezo confesando ciertos pensamientos recurrentes que me atormentan en los momentos más tristes o de más agobio. Y, a partir de ahí, empiezo a construir una letra que habla de imágenes mentales que parecen habitar mis canciones con frecuencia. Recuerdo, cuando escribía en inglés, que mi pareja siempre me decía que siempre hablaba de clouds (nubes). Ahora tengo otras palabras recurrentes, como “hoguera”, “brisa”, “bosque”… Muy relacionado con la naturaleza, en todo caso. De todas formas, el inicio suele ser bastante aleatorio. Alguna frase me empieza a encajar con la melodía y ahí voy tirando del hilo. He intentado responder a esta pregunta diciendo todo lo que se me pasaba por la cabeza. Espero que no haya demasiada verborrea intrascendente.
-Me da la impresión de que con cada disco eres más abierto a la hora de expresar cosas sobre las que pocos se atreven a hablar con claridad en las letras. Por ejemplo, el miedo a no volver a componer algo que te parezca suficientemente bueno. ¿En qué momentos sueles liberarte de esas inquietudes (cuando ya tienes las canciones compuestas, cuando ya las has grabado, cuando las presentas al público…? En otras palabras, ¿qué parte de tu vida como músico te da más paz?
-Fue un proceso difícil. Me suele pasar, que entre disco y disco paso por un valle de composición y no sé por dónde tirar. Pero, curiosamente, cuanto más bagaje tengo y más discos he sacado, mayor es la sensación de que quizás está todo dicho. Después de hacer un disco como La Catedral Sumergida, tan experimental en su configuración instrumental y estilística, vino un retorno al pop o al rock o cómo se le quiera llamar con El Desencanto. Después de esto, ¿hacia dónde voy? Había gastado mucha energía también en escribir el disco de Algo con Gon y había abandonado bastante el hecho de escribir canciones propias. La sensación de desorientación fue mayor cuando hice un par de canciones y me parecieron bastante flojas. Pero en una de ellas hay una especie de interludio que me encanta. Decidí utilizar solo esa parte, como una canción corta. Es la que abre el disco, La Posibilidad. Creo que luego vino La incomodidad y aproveché una de unos meses antes, Dejemos todo atrás. Ambas hablan del proceso creativo. Mi momento de mayor paz, mi momento favorito, es cuando hago una canción que me obsesiona. Es una sensación maravillosa.
-En la nota de prensa se dice que este disco regresa a la esencia de tus primeros trabajos, más íntimos y folk, pero a mí me parece encontrar en él rasgos de toda tu trayectoria. Incluso introduces, como siempre, algún elemento experimental. ¿Cómo lo ves tú? ¿Partías de alguna premisa a nivel musical para Ciudad Dormida?
-Viendo por donde iban las primeras canciones, y teniendo en cuenta lo que te he comentado antes de mis dos discos anteriores, tomé la decisión de volver al formato de disco total, por llamarlo de alguna manera. De disco que representara todas mis vertientes, como lo fueron Puerto Príncipe, Arco Mediterráneo y, en menor medida pero también bastante, los dos primeros. La diferencia de Ciudad Dormida con Arco Mediterráneo, por ejemplo, es el camino recorrido. Pero también en Arco Mediterráneo habían ecos de lo que estaba por venir. Después de las canciones que te comentaba en la pregunta anterior, empezaron a surgir ideas más cercanas al folk de Claroscuro. Tenía varias de ellas por terminar de estructurar o de escribirle una letra. Así que decidí, en junio de 2022, hacer un retiro creativo a una cabaña en mitad de la montaña en Yeste (Albacete) durante tres días para dedicarme a acabar esas canciones y darle un impulso definitivo a un posible disco nuevo. Allí acabé Como siempre, Otro amanecer, Ciudad dormida y surgió una nueva de la nada: Castillos en el aire. Curiosamente, van todas seguidas en el disco.
-En La Incomodidad hablas de cómo la validación de los demás a tu música puede interferir en el proceso creativo. ¿Cómo crees que te habría afectado ser un músico de grandes audiencias, expuesto por tanto a más presiones externas? ¿Crees que el estatus de músico de culto te ha protegido de alguna manera?
-A veces lo pienso. Me frustra a menudo no tener más reconocimiento, pero por otra parte creo que, en cierta manera, me ha protegido de no caer en una confusión creativa más grande de la habitual. No tengo ninguna exigencia por parte de mi sello discográfico, no tengo ninguna presión económica porque no vivo de esto. Tampoco de mantener un gran público y caer en la trampa de querer agradar en vez de segur mostrando tu mundo interior. Me dejó un poco tocado en su día que el disco con el que estaba más satisfecho (La Catedral Sumergida), en el que había sido capaz de poner toda la carne en el asador, fuera el que interrumpiera la línea ascendente de popularidad que llevaba desde Claroscuro. Solamente eso ya fue suficiente para hacerme perder un poco el rumbo. Convertirse en un músico de grandes audiencias creo que debe ser mucho más impactante, la distorsión debe ser mucho mayor.
La Incomodidad habla de eso y también de cómo, cuando muestras una parte de ti, estás proyectando cierta imagen al exterior que a veces es muy minúscula y no tan representativa de cómo eres en realidad. O, al menos, de cómo crees tú que eres. Y también de lo que hablábamos antes, de no saber si seguir, de “perderse en el viento”, de “hacer lo que haces sin albergar un mundo en ti”. Pero al final, reencontrar ese mundo en ti, “la sinceridad de ese último sueño”, la curiosidad de ver qué va a ser lo siguiente.