VALÈNCIA. Ya hemos comentado por aquí alguna vez que el universo de los secundarios de los cómics infantiles de los 80 y anteriores era más curioso y simpático que el de los grandes protagonistas. Todos leísmos sin parar a Zipi y Zape, Mortadelo
y Filemón, Carpanta y Superlópez, pero hubo muchos más. En aquellas revistas que llegaban cada semana a casa quienquiera que fuese el protagonista que acaparase la portada y la cabecera, la chicha la ponían las historietas menos carismáticas pero llenas de detalles que hoy sin difíciles de olvidar. Por ejemplo, no hay vez que yo entre en una sucursal de Loterías y apuestas del estado y, cuando veo el panel donde están las quinielas, al leer 1-X-2, mi cerebro no añada "el extraterrestre". Las tiras de 1-X-2 El Extraterrestre tenían un humor demasiado naif para un niño de los 80, como era mi caso, pero el personaje en sí y su nombre siempre los he visto como un chiste épico.
Hablamos en su día de Tranqui y Tronco, de Sir Tim O'Theo, de Deliranta Rococó, de Tete Cohete, de Iznogud, Benito Boniato, o Gordito Relleno... entre otros muchos, hoy toca Alfafo Romeo, de Juan Carlos Ramis.
Volvemos a lo mismo. Un asunto de gravedad el de estos personajes de tebeo y la memoria. Igual no te acuerdas de ninguna de sus historietas, pero cada vez que sale a colación cierta marca de coches, en tu cerebro retumba "por supuesto, un alfalfo romeo". Es curioso cómo se empeña Google en corregir y reconducir la búsqueda de esas palabras, pues mi coco hace exactamente lo contrario.
Echando la vista atrás, de nuevo nos encontramos ante unas viñetas que si bien no eran un filón generoso de chistes y hallazgos, tenían como particularidad que estaban en verso. Toda la matraca con que Shakespeare in love estaba en verso ya era una cantinela habitual muchos años atrás para los niños. Evidentemente, la historia estaba basada en los dos grandes personajes enamorados del escritor de Stratford-upon-Avon.
El uso de la lírica permitía chistes en los que Julieta pedía a Alfalfo que subiera a su habitación del castillo, que su hermana, Furila, se había ido a vender pezones. Decía así exactamente:
¡Es cierto! ¡Se fue Furila!
¡Sube sin más dilaciones!
Ella ahora se dedica
Al comercio de pezones
Luego la explicación, aunque nos encontrásemos en Ediciones B, tenía todo el sello Bruguera. Solían ser un equívoco lingüístico basado en la polisemia. Jamás la polisemia dio tanto dinero a un sector económico, el del tebeo en este caso. A continuación, aclaraba Julieta.
¡Oíste bien! ¡No estás sordo!
Has de saber que pezones
Son unos peces muy gordos
de gigantes dimensiones
Las redondillas, octosílabos con rima ABAB, eran lo de menos. Para mí el despiporre era imaginar a alguien que se dedicaba al comercio de pezones, así expresado. Lo que hoy tendría una lectura cuestionable serían los roles de los personajes femeninos. Tanto Julieta como Furila, las dos hermanas, estaban enamoradas de Alfalfo, pero a él solo le gustaba la rubia de ojos azules de labios carnosos y rojo fuerte, que era Julieta. Su hermana estaba caracterizada con las caderas más anchas, más baja y con una dentadura irregular. No eran pocos los chistes a costa de su físico. Por ejemplo, podían decir:
¿Otra vez pensando en él?
¡Déjame en paz ya, jolines!
¡Tú rézale a San Michel
Patrón de los michelines
Todo tu cuerpo asemeja
un gran saco de melones
¡yo no sé qué te quejas!
¡siempre estás de vacaciones!
Ahora mismo, con el Ministerio de Igualdad metido en una agresiva campaña en contra de los cánones estéticos lacerantes que le amargan la vida a muchas personas, es indecente subrayar la gracia de este humor, pero entonces nos partíamos. Era la crueldad de los niños sacralizada por el papel impreso. Darle al tentetieso de ese personaje por su físico entrañaba un gamberrismo muy divertido en ese momento.
Mismo drama para una persona concienciada y sensibilizada con estas cuestiones sería leer otra de sus historietas con nativos americanos, cheyenes, por no decir que otro de los tentetiesos habituales era el personaje del Chino Malayo. Llevaba un embudo en la cabeza a modo de sombrero y tenía orejas de soplillo. Parecía destinado para instrumentalizarse como mote en los colegios, pero ese dudoso éxito se lo llevó sin duda la serie Los Aurones, que también tuvo su tebeo.
Ramis era gallego, de Chantada, en Lugo. Su dibujo, fácilmente reconocible, esto es, cargado de personalidad, fue un desarrollo autodidacta. En una entrevista hace diez años reconoció que, de pequeño, en el colegio escribió que de mayor quería "dibujar como Ibáñez". Empezó en la Barcelona del Papus y el cómic para adultos, pero por casualidad acabó en Ediciones B, donde les gustó su dibujo, aunque lo que había hecho hasta el momento no fuese para niños. De su amplio catálogo, a Alfalfo Romeo lo considera su mejor creación. Sin embargo, la editorial la eliminó de un plumazo. La historia de su final no puede ser más chapucera y de un cutrerío fino. Parece ser, según contó en esta entrevista que Alfalfo sacó un 0 en una encuesta de valoración de los personajes de la revista. El motivo era bien sencillo, se les había olvidado ponerlo. Aun así, se cargaron al personaje.
Ahora, cuando se compara todo lo que había por la época, este tipo de chistes acompañados de verso eran una genialidad. Algo que rompía la pauta de un tipo de humor que siempre estaba encajonado en los mismos equívocos o salidas por peteneras de cualquier argumento.