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SILLÓN OREJERO

Tranqui y Tronco: Cuando Super Mortadelo apostó por el macarrismo de los 80

En los 80, el dibujante Joan March creó a los personajes Tranqui y Tronco. Músicos de punk rock y nueva ola del grupo Los Incordiantes. Una historieta que convertía a los macarras que eran percibidos por amplias capas de la sociedad como indeseables peligrosos y drogadictos en algo con lo que se podían reír los niños. Desgraciadamente, la carrera del March estuvo afectada por las condiciones leoninas de Bruguera y por los intentos de profesionalización de Ediciones B que coartaron la creatividad de esta generación de dibujantes

4/03/2019 - 

VALÈNCIA. Destacó hace unas semanas un periodista catalán en Madrid que alguien le había llamado "tronco". Es curioso, porque es un término cariñoso en argot que más que por atravesar la capital de vez en cuando se debería conocer por los tebeos. En los años 80, unas de las páginas más inolvidables del Super Mortadelo fue Tranqui y Tronco, una historieta de precisamente de un catalán, Joan March.

El origen de estos personajes se ha atribuido habitualmente a la influencia de la Movida madrileña, pero en una entrevista en Tebeosfera, March explicó algo menos elaborado: "Tranqui y Tronco eran como éramos muchos en aquella época, unos pirados. Claro, no podías hacer que fumaran porros ni otras cosas, pero me divertía".

Se suponía que Tranqui y Tronco tenían un grupo de música y un jefe que les conseguía conciertos, pero la mayoría de las historietas iban sobre su vida cotidiana y doméstica. Desgraciadamente, muchas tenían brugueritis. Esto es, que el chiste se basaba en un equívoco ocasionado por la polisemia de alguna palabra.

Por ejemplo, el jefe pedía que le colocasen una sirena en casa por si algún día alguien intentaba robarle, y ellos le ponían, en lugar de una alarma, una sirena marina de adorno. Pero no todo era esta tortura. La gracia de Tranqui y Tronco estaba en la estupidez y al mismo tiempo ingenuidad de los protagonistas.

Había historietas que con un contexto un poco más realista hubieran podido ir perfectamente al TMEO, que lo tenemos como una de las cumbres del salvajismo y la procacidad. Por ejemplo, en una ocasión Tronco se encuentra mil duros en la calle, se debate entre si cogerlos e intentar devolverlos, al final los coge otro que pasa por ahí y en ese momento Tronco descubre que en realidad se le han caído a él.

En otra historieta, todavía más soberbia, le dan vueltas a cómo conseguir que les paren haciendo autoestop. Recurren al viejo truco de viajar con una chica de buen ver y, efectivamente, les para el primero que pasa. El problema es que luego descubren que es un taxi.

 También había mucha risa que no era carcajada, pues como bien explicaba el autor en las entrevistas, no todo tenían que ser gags, como en Ibáñez. Momentos como cuando un guardia va encabronado por la calle porque le ha salido un grano en la nariz y la gente se ríe de él, o cuando Tranqui confunde a Tronco con un cordero que le ha traído su tío y se lo lleva al hospital para que lo envíen derecho al manicomio, eran bastante delirantes y, por lo tanto, para los críos, un desfase.

Hace años ¡once! JoséViruete rescató en su página web unahistorieta históricaEn siete páginas, una extensión fuera de lohabitual en Tranqui y Tronco, los personajes se reunían con Lola Flores. Su grupo tenía nombre, "LosIncordiantes". Tenía que ir a televisión para actuar, mientras esperaba enel camerino, cantaba La Faraona en directo. Por un error en el Playback, sonabael disco de punk rock de Tranqui y Tronco. Este era el resultado: 

En un número de Bruguelandia de 1981, el autor tuvo la oportunidad de contar su propia vida. Decía que empezó dibujando cómics con la década de los 70. Entre otras labores, pasaba a tinta las páginas de Escobar. Contó que tuvo un año sabático desde 1974 que se le fue de la mano y se extendió por cuatro años. Etapa que aprovechó para empezar a pintar cuadros. Sin embargo, en Tebeosfera, dijo que le despidieron por entrar sin avisar en el despacho del director de la redacción, el famoso señor Rafael González.

"El señor González era un tipo raro de cojones. Como Bruguera almacenaba todos los originales desde el principio, llegó un momento en que ya no sabían dónde ponerlos. El caso es que se le pidió que los devolviera a los dibujantes. ¡Pues no! Al hombre se le ocurrió quemarlos. Los originales primeros de Bruguera ahora son ceniza".

Luego volvió a Bruguera, pero la editorial se hundió a mediados de los 80 y continuó con ella Zeta con Ediciones B. Según March, ahí todo perdió frescura. Si en Bruguera, pese a las condiciones leoninas y los impagos, les dejaban a su aire y si en algo se confiaba era en el instinto de los dibujantes, en B ya no era así y todo lo que se publicaba tenía que estar planificado, lo que afectaba a su creatividad.

Son interesantes los conceptos de March sobre la historieta, aunque la abandonara y nunca más volviera a ella. Ahora solo se dedica a la pintura y por lo que contó acabó reventado por plazos de entrega criminales.

Tal y como explicó en Bruguelandia: "No tengo muy buen recuerdo de mis primeros trabajos, pero estoy más satisfecho con lo que hago ahora, aunque no siempre; hay días que preferiría quemarlos antes de entregarlos: por desgracia, el sistema editorial exige un trabajo regular que a mí me mata; lo ideal sería poder entregar las páginas que uno quisiera y cuando uno quisiera. Hay días en que la cabeza está seca, no se tiene ni humor ni sale nada; sin embargo, hay que hacer algo por narices, entonces se recurre a cualquier cosa y casi siempre sale mal; no se pueden forzar las historietas, los mejores trabajos son los que no cuestan nada en hacerse, la historia sale de principio a fin, como un flash, de una forma completa; sin embargo, cuando hay que empezar a elaborar un guión, normalmente la cosa sale mal. Las cosas demasiado elaboradas pierden espontaneidad, tanto en el guión como en el dibujo; pienso que incluso un dibujo excesivamente elaborado puede echar a perder gran parte de la chispa de un guión, sobre todo en este tipo de comic que hacemos aquí. Al principio, hace diez años, me preocupaba mucho el dibujo, las virguerías técnicas; actualmente, esto ha dejado de preocuparme, lo que más me interesa es el guión, la chispa de una situación, de una frase; quisiera lograr unas páginas donde la acción, el desarrollo, produjera una sensación casi musical".

Sobre todo, el valor de Tranqui y Tronco estuvo en un dibujo frenético y en convertir el pasotismo de los macarras en algo que podían leer los niños y disfrutarlo en la época en la que mucha gente los percibía como un peligro y unos indeseables drogadictos. Aunque estuviese destinado a un público infantil, no estaba exento de irreverencia.

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