VALÈNCIA. Se dice del fuego que tiene una fuerza purificadora, cuenta con la capacidad de reducir algo a cenizas hasta hacer que se desvanezca. El fuego puede quemar desde una carta de desahogo hasta un trozo de madera para dar calor. Hace cientos de años los carpinteros valencianos comenzaron a quemar los restos de madera de sus creaciones para dar la bienvenida a la primavera, generando sin quererlo la primera piedra de lo que ahora conocemos como las Fallas. Esta peculiar costumbre fue poco a poco evolucionando hasta quemar figuras abstractas con esta madera, generando los llamados “ninots” que con el tiempo sirvieron para personificar cuestiones de crítica social que cada año arden en el fuego. Los artistas valencianos Anna Devís y Daniel Rueda se prestan este 2024 a la labor de los carpinteros para construir la Falla de Castielfabib - Marqués de Sant Joan, con una pieza que podría parecer que “les quema” a ellos mismos.
En sus bocetos, ahora convertidos en falla por los artistas falleros Pepe Latorre y Gabriel Sanz, imaginan la quema de la clásica insignia azul que da el verificado en las redes sociales. Para ello generan una pieza de gran tamaño en la que el las aspas de este famoso tick sirven como manillas de un reloj, que tiene que ser cargado por una mujer que por detrás se lleva su pila. Con esto critican el tiempo que quita las redes sociales y el ego que envuelve a esta insignia azulada: ““Que la gente se obsesione con los números de seguidores y de likes es un auténtico sinsentido, cuatro píxeles en una pantalla de teléfono no deberían preocuparnos tanto. Irónicamente, al sobreescalarlo de esta manera, se pone de manifiesto lo insignificante que es en realidad. Ya no pertenece sólo a los pocos que lo tienen delante de su nombre de usuario, ahora le pertenece a la ciudad entera”, añade Rueda sobre esta falla experimental en la que trabajan, “durante gran parte de nuestra vida dedicamos nuestro pensamiento y preocupaciones altrabajo, a buscar la fama o la notoriedad cuando este tick no tiene nada que ver con lo que debería significar el éxito en la sociedad”.
La pareja, que también cuenta con el "check" en su perfil de Instagram -donde acumulan más de 540 mil seguidores actualmente- genera al mismo tiempo un concepto de Falla en el que son capaces de “quemarse a ellos mismos”, aunque contemplan con perspectiva que no se han dejado llevar por ese delirio de fama. “Es una crítica a nosotros mismos también, resume de alguna manera nuestro propio trabajo y arde esa crítica del influencer que tiene muchos seguidores o se hace viral. Nosotros no somos expertos en redes ni muchísimo menos por mucho que tengamos un check azul, nos sentimos igual que el primer día que empezamos a compartir nuestro trabajo”.
El reto, que califican como “intimidante”, les pone entre las cuerdas con un público con el que no pueden trabajar a través de un feed de comentarios y con el que ya no tienen “la protección de una pantalla entre medias” aunque así tienen la oportunidad para ver en persona las emociones que provoca su crítica: “Está bien que las cosas impacten por redes pero no hay nada como ver algo en directo y discutirlo con otra persona”.
En la Falla infantil reflexionan de una manera más “digital” sobre el paso del tiempo, una mujer tumbada sobre un reloj digital señala al cielo mientras abajo los decimales anunciar que es la hora de “viure” (vivir). “Con esta Falla queríamos invitar a la contemplación, del cielo, el paisaje que nos rodea, y las personas que tenemos cerca, dejando de lado lo superfluo y temporal de las redes sociales”, explica Rueda.
Con ambos emblemas sobre el paso del tiempo la pareja de artistas -y también creadores de contenido- se ven en la encrucijada de quemar las redes en las que habitan, buscando también esa reflexión en los que paseen por al lado de estos peculiares ninots. Mientras las Fallas vecinas sean capaces de quemar figuras con caras de futbolistas, políticos o cantantes en Castielfabib el “ofendido” podría ser cualquiera, sin cara reconocible ni crítica directa. Con esto la propia Falla se convierte en una ironía en sí misma, se crea algo para ser destruido que podrá vivir eternamente a través de una fotografía. Una imagen que se compartirá en las aplicaciones donde se reparten los “ticks” y donde los feeds se llenan cada vez de más crítica a la velocidad con las que avanzan las agujas del segundero.
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